En la cuenca del Río Grande de Matagalpa y bordeada por cerros, desde siempre la ciudad de Matagalpa ha sido amenazada principalmente por inundaciones, deslizamientos de tierra y aluviones. El crecimiento poblacional en zonas de riesgo se suma a deficiencias y obstáculos en los cauces naturales, por lo que ahora son más frecuentes las inundaciones en ciertos puntos de la también llamada Perla del Septentrión.
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Además, el asfaltado y adoquinado de calles impide la infiltración adecuada del agua y las escorrentías generadas incrementan velocidad proporcional a las pendientes, provocando anegaciones en las zonas bajas.
Las quebradas de Molás, Yagüare, Agualcás, afluentes del río Grande, así como otros cauces o “chüisles”—que en lengua Matagalpa significa ‘donde se desliza el agua’—han sido parte de históricas inundaciones.
La Monografía de Matagalpa de Don Julián N. Guerrero y Doña Lola Soriano, contiene la foto de daños provocados por un aluvión en 1902. El arquitecto Uriel Cardoza, en su página de MatagalpAndadoAyeryHoy en Facebook señala que la imagen corresponde al costado sur del actual parque Darío, y con una flecha indica la esquina frente a la casona de la familia Guevara, al sur de la Iglesia San José.

La Monografía de Guerrero y Soriano relata:
«La ciudad de Matagalpa, circunvalada por el Río Grande de Matagalpa por sus rumbos Norte y Occidental y regada por tres quebradas o ‘chüisles’, ha sufrido en el curso de su vida varias inundaciones, con grandes daños para sus vecinos.
Sin embargo, hizo historia dolorosa en el país el Aluvión del año 1902, provocado por el desbordamiento de la quebrada Yagüare ( o río de las hachas ), que inundó en el invierno de ese año el centro, o eje de la ciudad, arrastrando la impetuosa corriente casas, muebles y aún personas.
El desbordamiento tuvo por epicentro la parte trasera del actual edificio del Banco Nacional de Nicaragua (hoy Biblioteca Vicente Vita del Banco Central de Nicaragua) y se volcó violento sobre la calle hasta desembocar en el río, cuyas aguas turbulentas y crecidas por la acción de la lluvia torrencial se llevaron hasta Sébaco: mesas, pianos, asientos, roperos, etc., donde los vecinos los ‘lanzaban’ para salvarlos de la acción terrible de las aguas.
Las dos vistas antiguas de aquel desastre, que ilustran estas páginas, son evidencia de aquella tragedia en que la principal víctima fue la familia Bermúdez, de Granada, que perdió un miembro muy estimado de sus descendientes».

MatagalpAndadoAyeryHoy también recoge datos de un aluvión en 1903, provocado por el desbordamiento de la quebrada Yagüare, y transcribe un Acuerdo Municipal emitido en la Alcaldía de Boaco, cuando el alcalde era José Íncer, por el que fue conformada una Comisión para prestar ayuda a los afectados en Matagalpa.
Considerando: Que la suerte ha sido adversa para algunas personas de la ciudad de Matagalpa, con motivo de la catástrofe ocurrida en aquella ciudad, en el mes de agosto último, con motivo de la cual se han perdido vidas y propiedades, dejando a sus dolientes y dueños sumidos en el más profundo pesar.
José Incer Alcalde
Considerando: Que es un deber de los pueblos civilizados y hermanos socorrer, aunque sea con algo, las dificultades de los damnificados; en uso de sus facultades
ACUERDA
Levantar una contribución voluntaria con el objeto de recaudar fondos para socorrer a los damnificados de Matagalpa, con motivo de lo catástrofe del mes de agosto último acaecida en aquella ciudad.
Nombrar comisionados para la recaudación a las personas siguientes:
Don Modesto Fargas Aguilar
Don Jacinto Mena Duarte
Don Felipe de Jesús Ramírez
Don Francisco Sequeira
Doña Dolores Vda. de Marenco
Srta. Sara Espinosa
Srta. María Incer
Srta. Isidora Mora y
Srta. Aurora Sequeira
Los recaudadores darán cuenta de lo que colecten a esta Alcaldía, a la mayor brevedad.
Comuníquese, Boaco, 04 de Septiembre de 1903.
Ante mí: Salvador Castillo Secretario
Boaco envía ayuda a Matagalpa
MatagalpAndadoAyeryHoy cita un relato de Armando Incer Barquero, todo un ícono de la cultura de Boaco, como médico, escritor e historiador.
Las damas y señoritas se encargarían de recibir los donativos de carácter doméstico, como ropa, chamarras, zapatos, jabón, candelas baldes, kerosín, candiles, jarros, hamacas de cabuya hechas en Boaco Viejo, etc.
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Los caballeros se dividieron en dos grupos: unos colectarían los productos comestibles como granos básicos, manteca de cerdo envasada en latas, queso seco, azúcar, sal, café, mantequilla lavada encerrada en grandes cajas de madera; otros prepararían lo necesario para transportar todo en animales de carga, como zurrones, aparejos, campistos que se encargarían de arrear los animales y de guiar al grupo de embajadores de buena voluntad designados para llevar el donativo hasta la ciudad golpeada por los elementos.
Las mulas y machos se consiguieron con los señores Gilberto Sotelo, Luis Felipe Mora, Mariano Buitrago G, el propio alcalde Incer, Cristóbal Sequeira, Santos Barquero y David Tijerino.
Así, una recua de 18 bestias mulares y seis más de repuesto, conducidos por cuatros campistos o conciertos, como se les llamaba entonces, y dirigidos por cuatro personas responsables de conducir la ayuda, formaban el grupo que se encargaría de hacer esta obra de solidaridad.
En los primeros días de septiembre de 1903, el invierno continuaba crudo; había mucho lodo en los caminos y ríos y quebradas salidas de madre obstaculizaban el paso. Eran retos que vencer y sabiéndolo, se apretaron a hacer el largo recorrido.
Nada más delicadamente lento que esta urgente impaciencia.
Dispuestos a recibir el mínimo aguacero y aceptar el diluvio, un poco antes de las siete de la mañana partieron bajo una leve lluvia y entre el follaje tierno. La carga iba bien asegurada en los aparejos.
Para Boaco ese era el día de su ruta irrenunciable, el objetivo de su vida en esa ocasión.
Después de vadear el río Fonseca, pasaron por Las Mesas a 600 metros de altura y en fila india avanzaron frente a Los Corredores; dejaron a un lado las alturas de Chiscolapa y utilizaron suéteres y capotes para cruzar el Ventarrón.
Todo el camino resultó laborioso por las subidas y bajadas, pero después de 6 horas de marcha difícil y angustiosa arribaron a una casa hacienda, donde pasaron la noche. Los mozos desensillaron las bestias, las libraron de su pesada carga y las bañaron en una quebradita cercana, antes de soltarlas en el potrero.
Era don Elías Salinas quien daba albergue a los fatigados viajeros. Después de cenar, comentaron acerca de las gestiones que se estaban haciendo ante el Presidente Zelaya para fundar el pueblo de Santa Lucia, como cabecera de un nuevo municipio, independiente de Teustepe, al cual había pertenecido desde varios siglos antes.
El segundo día de la marcha se caracterizó por lo escarpado de Los Talnite (700 msm); las mulas avanzaban lentamente unas tras de otras para evitar los despeñaderos, los hombres llevaban el Credo en la boca. Había que bajar hasta el fondo del hermoso valle, por donde discurría el rumoroso Río Malacatoya y luego subir por la inclinada falda que se miraba enfrente. Labor de titanes, esfuerzo de horas.
Más agotados que el primer día, la caravana arribo a San José de los Remates al atardecer. A esas horas una luz imposible se entretenía entre las hojas.
Se repitió la rutina de descansar las bestias y los viajeros oyeron durante toda la noche, el golpe de la fuerte garúa en el tejado.
Hasta San José de los Remates el camino era conocido por los boaqueños, por eso el alcalde les facilitó un guía que conocía la ruta a seguir en los días próximos.
Esquipulas era la meta de la tercera jornada. ¡Qué alturas las que había que vencer!
Allá van los campistos dirigiendo el ascenso, las cabalgaduras resbalaban y tropezaban con frecuencia, pero antes del mediodía divisaron el pueblo, somnoliento en el fondo de un pequeño valle.
El cielo estaba nublado y el viento no soplaba a sus anchas.
Unas horas de descanso y una comida caliente reconfortaron a los viajeros.
Un nuevo guía se ofreció para conducirlos hasta San Dionisio, en el cuarto día de viaje. Los caballeros escuchaban con atención nuevos nombres de ríos y montañas.
Al cruzar el Río Grande de Matagalpa, la fuerte correntada arrastró una mula con su preciosa carga. Mucha destreza, demostraron los campistos, para conducirla a salvo a la opuesta orilla.
Por doquier había colinas peladas y pequeñas “manchas” de montaña en las laderas de algunos cerros. Todo estaba bajo el común denominador del aire fresco y la llovizna pertinaz.
San Dionisio se hallaba envuelto en un aire de hondas transparencias.
El aluvión había creado correntadas oscuras y cada una engendraba un punto cardinal.
Había que observar, espiando de dónde venía el viento trayendo más lluvias que pondrían obstáculos al regreso de los boaqueños a sus propios lares.
Convencieron al guía que los trajo a San Dionisio de que los llevara a San Ramón, en el quinto día de cabalgata.
Desde que iniciaron el viaje a Boaco, habían acordado no pernoctar en el campo abierto, debajo de un árbol. No querían ser víctimas de aguaceros nocturnos que infunden mucho miedo, ni se sentían seguros en las tinieblas pobladas de personajes de consejas.
Cada atardecer se habían preguntado: ¿Cuándo llegaremos? Y el crepúsculo no les daba la contestación.
A pesar de que dejaron a su derecha las alturas de Suana (1170 msm) sentían frío. Más adelante hallaron el río Tapasle con su caudal crecido, divisaron el Apante, semioculto por la neblina, a pesar de que ya era hora del mediodía. Parecía una esponja henchida de blancura.
El cansancio se miraba en la cara de los viajeros y el paso tardo de los animales, tras cinco horas de bregar contra el frío, la lluvia, el largo camino y su ingestión de comidas frías.
Pero llegaron a San Ramón, luego de haber avistado el purísimo azul del horizonte.
Esa noche cayeron como piedras.
Tres señores del pueblo, al día siguiente, les acompañaron en la última jornada. Ellos iban a visitar a familiares y amigos damnificados.
La ilusión de llegar a su meta infundió ánimo a los viajeros en este último esfuerzo.
De pronto, allí estaba Matagalpa ante sus ojos, La ciudad, como empujada contra el horizonte, se incorporaba casi hasta tender la mirada. A medida que los viajeros se aproximaban, Matagalpa así encorvada, alzaba sus grandes ojos bajos. Estaba maltrecha, como encallada en una arena oscura y apenas vislumbraba la preciosa visita que se aproximaba.
Al atardecer, los boaqueños pusieron pie en tierra y sintieron que el pesado viaje había sido un pesado chorro de dulzura.
Fueron recibidos con alegría y supieron que eran los primeros en llegar en auxilio de la ciudad hermana, la ayuda que mandaba el gobierno todavía venia en su camino, chapaleando lodo, ya que faltaban unos 15 años para que el general Emiliano Chamorro iniciara la construcción de la carretera Managua-Matagalpa.
Misión cumplida dijeron los boaqueños al entregar la ayuda que transportaron a las autoridades presentes.
Todos experimentaron la instantánea presencia lejanísima de Boaco.
Después de dos días de descanso, los boaqueños iniciaron el regreso.
Sabían que ningún cielo en el mundo era más profundo y limpio que el cielo azul de Boaco, que ellos adivinaban detrás de su incendiado parpadeo.
Les animaban las frases de entusiasmo con que el Alcalde de Boaco les había despedido.
“Ningún tiempo hemos habitado más lealmente que este que vivimos”, les dijo al iniciar el viaje, el alcalde Incer, mi abuelo que no conocí.
Los temporales de 1927 en Matagalpa

El Diario Moderno del 5 de octubre de 1927 publica el titular “Detalles del Aluvión de Matagalpa”, el cual habría ocurrido el domingo 2 de ese mismo mes. El medio retoma un informe del jefe político Adolfo Álvarez.
Comunico a usted que el sábado último, a eso de las 5 pm., empezó una fuerte y torrencial lluvia que duró como hora y media y que puso en alarma a este vecindario, particularmente al que habita en la parte baja de la ciudad, cuyas casas fueron inundadas cuando el agua de las quebradas Yagüare y Chuisle, que la cruza de Norte a Occidente salieron de su cauce, habiendo caído algunas casas y causado grandes daños en los haberes de gran parte de los vecinos, los que fueron llevados por las corrientes, así como el puente municipal que hará apenas tres años había sido construido sobre dicha quebrada, en la calle 1ª Occidental, el cual fue arrastrado desde sus cimientos, llevándose al individuo José D. Palma, que en esos momentos estaba allí. Pereció ahogado y su cadáver fue recogido al llegar a Río Grande, donde va a desembocar dicha quebrada.
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Esta es la única pérdida de vida, aunque los otros daños materiales son de consideración, pues muchas personas han quedado en la miseria por haber perdido hasta los útiles de servicio doméstico.
Este aluvión fue precedido de una lluvia, como a las tres de la tarde de la misma fecha, fuera de que el día anterior se dejaron oír en seco varias descargas eléctricas.
Entre las personas más perjudicadas por semejante incidente se halla el maestro sastre J. Vicente Morales h. (sic) cuyo establecimiento de telas fue inundado e inutilizado; don Sebastián Amador, a quien se le introdujo el agua en su depósito de café; Telésforo Bello, a quien se le vino al suelo una parte de su casa.
Ayer fue un día de relativa calma, pues temprano de la noche cayó una ligera lluvia, sin ninguna trascendencia. — Jefe Político-ADOLFO ÁLVAREZ.
En tiempo del mando del general Zelaya, este gobernante ordenó la construcción de un cauce que impidiera la invasión de las aguas que bajaban de las serranías hacia la ciudad. Como los indios se mostraban reacios a ocuparse en tales trabajos, fue necesario reclutar como 400 hombres para empeñarlos en empresa de tanta utilidad y seguridad personal.
El cauce ha estado descuidado en la limpieza necesaria y de ahí que, al estar cegado, las aguas rompieran por distintos puntos inundando la población.
Días después, el viernes 14 de octubre, el Diario Moderno publica: Efectos del temporal en el norte del país.

Por informes llegados ayer al ministerio de la Gobernación se sabe que en la ciudad de Matagalpa se ha iniciado un nuevo temporal semejante al que el 19 de este mes inundó aquella población.
La lluvia torrencial se desató desde el 10, manteniéndose los días 11 y 12. En la inundación anterior los pluviómetros marcaron seis pulgadas y media de agua y ahora pasan de siete y media. Como los habitantes estaban prevenidos y todos los desagües preparados para cualquier evento, no se han lamentado pérdidas de vidas ni de animales.
Se dice que la Policía en muy loables actividades contribuyó en casas particulares a evitar inundaciones.
Cuadrillas de voluntarios anduvieron por las calles descongestionando albañales y quitando todo obstáculo que impidiera el curso de las aguas.
En los barrios hay muchas casas caídas y otras destruidas en parte.
En la zona central la casa de don Félix Pedro Aráuz es de las más dañadas, lo mismo que la de la jefatura política donde entró la correntada de lodo y agua, causando la humedad grandes rajaduras y desmoronamiento de paredes.
La creciente de los ríos vecinos debe ser muy grande y no se tienen noticias de los daños que deben haber causado en las haciendas de ganado y de café donde se han desbordado las cañadas.
El telegrama dice que los daños de la jefatura política no se podían reparar inmediatamente porque sería peligroso dada la humedad de las paredes.
En telegrama recibido ayer se informa que, en San Ramón, jurisdicción de Matagalpa, en el río Yasica se ahogaron la esposa y un hijo de Ventura Gómez. Se cree haya sido a causa de la creciente, ocasionada por el temporal.
El desborde del río en 2007


Uno de los casos más trágicos sucedió la noche del 17 de octubre de 2007, con el desborde del Río Grande de Matagalpa.
El profesor Humberto Martiniano Mairena Miranda, más conocido por el diminutivo de su primer apellido: “Mairenita”, así como sus vecinas en el barrio Liberación, María Jesús Martínez de Castro y la hija de ella, Martha María Castro Martínez; además de Nina Gaitán Hernández, fallecieron arrastrados por el caudal.
El recuento oficial de la tragedia fue: 622 familias afectadas en 23 barrios en las riberas del río Grande de Matagalpa.
567 casas fueron anegadas; 20 viviendas destruidas y más de 250 casas sufrieron daños parciales.
3 puentes peatonales fueron destruidos y seis puentes vehiculares quedaron socavados.
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