El día en que un guardia quiso matar al Padre Odorico

Sucedió en 1959 cuando un teniente de apellido Lanzas enfadó porque el Santo de San Rafael puso música clásica en la vela de un colaborador

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Fray Odorico D'Andrea | Archivo Mosaico CSI | Cortesía

En 1959, un incidente extraordinario movilizó a la población de San Rafael del Norte en Jinotega: un teniente de la Guardia Nacional identificado solo con el apellido Lanzas, quería asesinar al amado párroco, el padre Odorico D’ Andrea. Pero, todos en el pueblo, estaban dispuestos a defenderlo. Uno se ofreció como escudo humano.

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Así lo recuerda don Siméon Úbeda Úbeda, colaborador cercano del llamado Santo de San Rafael y autor del libro Alabado sea Dios, Así sea.

En un breve relato que publicó en sus redes sociales, Úbeda señala que en 1959 el padre Odorico tenía a su servicio a Héctor Herrera, un joven que le ayudaba con la preparación de los alimentos.

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“Cierto día de ese año se enfermó Héctor y el padre Odorico lo llevó a un hospital de Managua”, cuenta Úbeda.

Agrega que ocho días más tarde, el padre Odorico recibió un telegrama en el que le avisaban que Héctor había muerto.

“El padre se fue a Managua a traer el cadáver de su querido colaborador y le hizo una vela en la iglesia. El padre tenía unos parlantes de gran potencia en la torre de la iglesia y ponía música clásica de los grandes maestros (Ludwig van) Beethoven, (Franz) Schubert, etc.”.

El relato de Úbeda señala que el teniente Lanzas, molesto, fue a reclamar al padre Odorico por el alto volumen de la música. Poco después, “el teniente se retiró y el padre continuó con la música y la vela de su difunto”.

“Cierto domingo que el padre andaba celebrando la misa dominical en La Concordia, al terminar el santo oficio venía de regreso a San Rafael del Norte y el teniente Lanzas, acompañado de otro individuo (omito su nombre) lo estaban esperando en la Vuelta del Roble para matarlo”, afirma Úbeda.

La población, al darse cuenta de la amenaza, se armó con determinación, palos, piedras, machetes y pistolas para proteger a su querido párroco. En un acto de heroísmo, Ronaldo Pineda se adelantó y ofreció su vida para salvar al padre.

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“Padre, yo soy alto y gordo, yo me voy a poner delante de usted para que me maten a mí y así salvar su vida”, es lo que Pineda habría dicho a Fray Odorico.

Ante la valentía de la multitud, el teniente Lanzas y su acompañante se fueron a Jinotega.

“El pueblo pidió a las autoridades de Jinotega que quitaran del pueblo al teniente. Las autoridades lo mandaron a Siuna (en la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte). Allá tuvo problemas con ciudadanos los cuales mataron al teniente Lanzas”, relata Úbeda.

En su escrito, también señala que el día en Ronaldo murió, el padre Odorico lo lloró.

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