Obispo desde la cárcel

Cuando se conoció que, en un juicio rápido, la dictadura de Ortega había condenado a veintiséis años de cárcel al obispo Rolando Álvarez, inmediatamente escribí un Tuit dando cuenta de este hecho.

Mosaico CSI
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Monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, obispo de San Francisco, Córdoba, Argentina. | Foto Agencia Informativa Católica Argentina

Cuando se conoció que, en un juicio rápido, la dictadura de Ortega había condenado a veintiséis años de cárcel al obispo Rolando Álvarez, inmediatamente escribí un Tuit dando cuenta de este hecho.

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Alguien me señaló en los comentarios que, a su criterio, el obispo habría debido aceptar el exilio, a fin de cumplir su misión entre los nicaragüenses también exiliados, evitando así el incordio de la prisión.

Me dejó pensando, no porque dudara de la opción del obispo Álvarez, sino porque el comentario tuitero dejaba picando una punzante inquietud. Yo también soy obispo y advierto que la decisión de mi colega nicaragüense tiene un genuino sabor evangélico. Su persona, su misión y esa condena injusta se corresponden como solo el Evangelio de Cristo puede hacerlo.

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Lo digo sin rodeos: desde la cárcel, Rolando va a ser más obispo que si gozara de la más plena libertad de movimiento.

Alguna vez leí que Víctor Frankl señalaba que Cristo en la cruz había sido más libre que nunca, pues vivía, así clavado al madero, la mayor de las libertades que posee el alma humana: la libertad de aceptación.

Algo de eso hay en el gesto heroico del obispo Álvarez. Pero, en clave evangélica, hay mucho más. Un obispo no es un mero funcionario eclesiástico. “Obispo” es nombre de misión: expropiado de sí mismo, de su propio éxito y, finalmente, del propio bienestar personal, ha de vivir para Aquel que lo ha llamado y para el pueblo al que es enviado como pastor.

La mayoría de nosotros lo vive en la cotidianeidad de su ministerio. Pero, para algunos, esa misión los lleva a la prueba suprema de la muerte o del sufrimiento. Y así, unidos a Cristo crucificado, pastorean al pueblo con la fecundidad de la Pascua.

Álvarez está recluido, según parece, en una celda de castigo. No es el primero ni será el último. En el museo del campo de concentración de Dachau se pueden observar algunos testimonios de lo que vivieron en ese lugar obispos y sacerdotes católicos, como también pastores de las Iglesias protestantes. El nazismo, como ahora la dictadura de los Ortega, mandó a ese lugar a los que consideraba “parásitos del pueblo”.

Están ahí por la decisión del tirano de turno, pero también porque su fe en Dios los puso en esa encrucijada donde un hombre, en conciencia, no puede menos que vivir a fondo el primer mandamiento de la ley: solo Dios es Dios, ninguna magnitud humana puede reclamar para sí que ningún ser humano se postre ante ella como su fin supremo.

No es un gesto básicamente político, sino profunda y genuinamente religioso. Pero, paradojalmente, esa libertad ante Dios posee la mayor fuerza política que se pueda concebir. Por eso, los tiranos temen y tiemblan cuando un pueblo reza.

¿Cumplirá el obispo Rolando Álvarez los veintiséis años y cuatro meses que la corrompida justicia del régimen le impuso?

Espero que no. Casi estoy seguro de que no será así. Pero, para mí mi hermano Rolando está cumpliendo cabalmente su misión como pastor del rebaño que Cristo adquirió con su Sangre, como enseñaba san Pablo a los primeros pastores de la Iglesia.

Oro por él, por la diócesis de Matagalpa, por los curas y laicos que comparten su pasión y por el noble y sufrido pueblo nicaragüense. Tarde o temprano se verán libres del tirano.

Publicado originalmente en Evangelium Gratiae

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