En 1492, Cristóbal Colón ya era un experimentado navegante y cartógrafo; se había iniciado a los 11 años y llevaba más de dos décadas en el oficio. El original del diario de a bordo de su primer viaje se perdió, pero fray Bartolomé de Las Casas, que lo acompañó en una de sus travesías, lo compendió en su Historia de las indias. El religioso transcribió textualmente largos pasajes del texto de Colón; el resto lo relató en tercera persona, respetando la cronología y las fechas de cada entrada.
Este documento único permite conocer de primera mano el acontecimiento que hace más de cinco siglos, cambió los límites del mundo hasta entonces conocido por Occidente y fundó una nueva civilización, fruto del mestizaje étnico y cultural.
Entre los tópicos del relato, podemos citar: que los indígenas creyeron que los españoles venían del cielo, que cambiaban víveres y pequeñas piezas de oro por baratijas (trozos de vidrio o cerámica, cascabeles, etcétera), su sensación de haber descubierto el paraíso terrenal por la exuberante naturaleza, el carácter pacífico de los aborígenes y la obsesión por encontrar oro, el mejor tributo que podía llevar a Madrid.
A continuación, algunas historias llamativas, extractadas del Diario de a bordo. Cristóbal Colón (Editorial Claridad 2010).
La doble «contabilidad» de Colón
El Almirante llevaba una doble contabilidad del millaje realizado, para engañar a la tripulación acerca de la verdadera distancia recorrida. En palabras de Bartolomé de Las Casas: «… siempre fingía a la gente que hacía poco camino, porque no les pareciese largo, por manera que escribió por dos caminos aquel viaje: el menor fue el fingido y el mayor el verdadero». Por ejemplo, el miércoles 26 de septiembre, recorrieron en un día y una noche 31 leguas, pero «contó a la gente 23». Así, día a día, descontaba entre un 10 y un 30 por ciento a la distancia real, para contener la ansiedad de sus subordinados.
Pese a todo, en los primeros días de octubre, tras dos meses de viaje, no pudo evitar un principio de amotinamiento por una tripulación que cansada de ver sólo mar y posiblemente asustada, deseaba dar media vuelta.
A su regreso, nuevamente Colón miente sobre la distancia recorrida, pero esta vez con otra intención. «Y diz que fingió haber andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por quedar él señor de aquella derrota (ruta) de las Indias…», explica Las Casas.
Creyó que había pasado cerca de Japón
El miércoles 3 de octubre -a días de avistar tierra- Colón anota en su diario que veía hierba flotando en el agua que «traía como fruta» y «pardelas» (un tipo de aves marinas), por lo que creyó que estaba pasando al costado del legendario «Cipango», es decir, del Japón, pero no quiso desviarse de su ruta ni de su objetivo que era llegar a las Indias.
El 23 de octubre, anota en su diario: «Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango«. Más tarde, en el interior de La Española (nombre que había dado a Haití), un sitio que los indios llaman «Cibao», de nuevo le hace pensar que se trata de Japón…
Cómo ve a los nativos
La primera etnia con la cual toma contacto Colón es la de los taínos, que poblaban las Antillas, Puerto Rico, Cuba y Jamaica. Vivían en la Edad de Piedra y, acosados por los caribes –una tribu agresiva y caníbal en expansión- estaban migrando hacia el oeste.
El mismo 12 de octubre, Colón los describe así: «Me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, (…) muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos casi como cerdas de cola de caballos y cortos. (….) …y son del color de los canarios, ni negros ni blancos (…). (…) Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo, y se cortaban con ignorancia».
14 de octubre: «Nos preguntaban si éramos venidos del Cielo», escribe el 14 de octubre. Y el 16: «No les conozco secta ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos».
Descubrimiento del tabaco
El 6 de noviembre, regresan dos hombres a los que Colón envió a explorar tierra adentro de Cuba. «Hallaron los dos cristianos -cuenta Las Casas- por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban». Es la primera referencia al tabaco. En otro texto, Bartolomé de Las Casas explica: «… son unas hierbas secas metidas en una cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel… y encendido por la una parte dél, por la otra chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro aquel humo; con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes, o como les nombraremos, llaman ellos tabacos. Españoles cognoscí yo en esta isla Española, que los acostumbraron a tomar, que siendo reprendidos por ello, diciéndoseles que aquello era vicio, respondían que no era en su mano dejallos de tomar: no sé qué sabor o provecho hallaban en ellos«.
Un mundo fantástico
«El día pasado (9 de enero), cuando el Almirante iba al Río del Oro, dijo que vido tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara». La nota del editor sostiene que estas «sirenas haitianas» posiblemente eran en realidad manatíes o elefantes marinos…
El 4 de noviembre, anota Las Casas: Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres, y que en tomando a uno lo degollaban y le bebían la sangre y le cortaban su natura». Historias muy parecidas a leyendas medievales…
Pinzón se corta solo
Mareado por la posibilidad de encontrar oro, Martín Alonso Pinzón, comandante de la Pinta, se larga hacia la dirección señalada por los indígenas, «pensando henchir el navío de oro», sin permiso de Colón. Ambos hombres estarán separados desde el 21 de noviembre hasta el 6 de enero de 1493, cuando Pinzón vuelve con las manos vacías.
El domingo 6 de enero anota Las Casas: «Vino Martín Alonso Pinzón a la carabela Niña, donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de él contra su voluntad, dando razones para ello. Pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y codicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía, dice el Almirante, de dónde le hubiese venido las soberbias y deshonestidad que había usado con él en aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje, (…) sino que por dicho de un indio (…) que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como tenía el navío sotil y ligero, se quiso apartar y ir por sí dejando al Almirante.»
Al llegar Colón, los caniba o caribes eran un pueblo en expansión que dominaba las Antillas y aterrorizaba a indígenas más pacíficos, como los taínos o arauacos. Los aborígenes le cuentan a Colón terribles historias de antropofagia.
«Toda la gente que hasta hoy ha hallado diz que tiene grandísimo temor de los caniba o canima, y dicen que viven en esta isla de Bohío (Haití), y de los que temían «que los habían de comer», anota Las Casas.
Convencido de estar en Las Indias, Colón dice: «Torno a decir como otras veces dije, que Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can (Khan), que debe ser aquí muy vecino; y tendrá navíos y vendrán a cautivarlos».
Y el 17 de diciembre escribe Las Casas: «.. y trujéronles ciertas flechas de los de los Caniba o de los caníbales (…). Mostráronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo y e hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no los creyó».
El 26 diciembre, a los indios de La Española «el Almirante les dijo por señas que los Reyes de Castilla mandarían destruir a los caribes».
El domingo 6 de enero de 1493, transcribe Las Casas: «Supo el Almirante que allí, hacia el Leste (sic), había una isla a donde no había sino solas mujeres [en referencia a las Amazonas]».
La identificación de esta isla ha sido motivo de mucha polémica entre los historiadores. Algunos dijeron Martinica y para otros Guadalupe.
Las Casas escribe: «Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que diz era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera (ver) por llevar diz que a los Reyes cinco o seis de ellas; (…) …a cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, (y) si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña, dejábanla consigo. Diz el Almirante (que) creía que eran al Sudeste, y que los indios no le supieron señalar la derrota».
De este modo, un mito que ya existía en la cultura greco-occidental se traslada al Nuevo Mundo, pero nunca se pudo confirmar la existencia de esta comunidad exclusivamente femenina que se relacionaba con los varones sólo a los fines de la procreación.
Casi no vuelve
A su regreso, a la altura de las islas Azores, el 14 de febrero, enfrenta una tormenta tan severa que temió lo peor. Se encomienda a Dios pensando que, «si le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer de los trabajos que con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos a una voz estaban determinados de se volver, y alzarse contra él (y) el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos (…) no debiera temer la dicha tormenta».
Cuando se creyó perdido, «tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había hallado -escribe Las Casas-, rogando mucho a quien lo hallase que le llevase a los reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese qué era (…) y así lo mandó echar en la mar».
Afortunadamente Colón no naufragó, pero este comentario de su diario dio pie a que muchos fabuladores juraran haber encontrado el pergamino de Colón. «Sólo de vez en cuando alguno, demasiado listo, hace su agosto a costa de los demasiado crédulos y brinda al mundo entero su genial descubrimiento», dice la nota del editor.
La mano de Dios
En el sitio donde encalló la carabela Santa María -por un descuido de su tripulación- decide Colón crear un asentamiento. El 26 de diciembre escribe: «… vinieron tantas cosas de la mano, que verdaderamente no fue aquel desastre salvo gran ventura, porque es cierto que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar», no habría encontrado el lugar que consideró ideal para asentar población. Deja a 39 de sus hombres al mando de Diego de Arana, Pedro Gutiérrez y Rodrigo Escobedo. Y el 6 de enero, convencido de que fue la mano de Dios la que lo llevó a ese sitio, escribe a los Reyes: «Así que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las minas de oro».
Colón llevaba intérpretes
En las carabelas, traía intérpretes de latín, griego, árabe, arameo y tártaro, convencido de que iba hacia las Indias. De nada le sirvieron, porque había llegado a un nuevo mundo, donde se hablaba una gran diversidad de lenguas.
No sabían –y Colón nunca llegó a saberlo- que no habían llegado a Cipango (Japón) ni al Catai-Mangui (China). Inclusive llevaba cartas de los Reyes para el Gran Khan, que obviamente no pudo entregar.
El diccionario de Cristóbal Colón
En su diario, fue anotando las palabras que aprendía. «Canoa es una barca en que navegan, y son de ellas grandes y de ellas pequeñas». Canoa es la primera palabra autóctona que inscribió en su diario, el 26 de octubre de 1492. Como las embarcaciones de los nativos no se parecían a las de Europa, usó el vocablo local. «Son navetas de un madero adonde no llevan velas. Éstas son las canoas». En otra ocasión repitió: «Muy grandes almadías, que los indios llaman canoas». Almadía es un arabismo para balsa o barca.
Por lo general, son los vocablos que designan objetos sin equivalente en Europa los que serán incorporados al castellano.
Es el caso, por ejemplo de hamaca. Colón empieza describiendo el objeto: «Camas (que) son como redes de algodón». Y más adelante, el 3 de noviembre, escribe: «Redes en que dormían, que son hamacas».
«El ají es su pimienta», explica, en otra entrada del diario.Otro término que se va sumando es cacique, que por momentos Colón traduce como «rey».
Pero hay ciertos vocablos indígenas presentes en el Diario de Colón no subsistirán. Es el caso por ejemplo de ajes (un tubérculo parecido a la batata), cazabe (pan), nitaine (noble), tuob y nocay (términos usados para el oro), etcétera. Tendrán mejor suerte bohío y caribe.
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