En los Pueblos Indígenas de Matagalpa y Jinotega, la conexión con la tierra y las tradiciones ancestrales se entrelazan para definir la identidad de sus habitantes.
Aunque en Jinotega hay quienes afirman ser descendientes de los chorotegas, expertos en distintas disciplinas científicas, integrantes de la Fundación Científico Cultural Ulúa Matagalpa, estiman que en realidad la ascendencia está en los matagalpa.
De acuerdo con los expertos, los matagalpa habitaron al menos en 9 departamentos de Nicaragua, además de la zona sur de Honduras y el oriente de El Salvador. A todo ese territorio le llaman el Área Cultural Ulúa Matagalpa.
En Jinotega, “se auto reconocen como descendientes de grupos étnicos pasados, lo hacen a la luz del elemento tierra, es decir, son indígenas porque en ese espacio se asentaron grupos indígenas y, por lo tanto, la tierra es fuente de nexo de una generación con otra. Sin embargo, este elemento es de todos y de nadie a la vez”, escribió Ruth González García, docente investigadora del Departamento de Historia de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, en la Revista Humanismo y Cambio Social, en la edición de julio-diciembre de 2018.
González García señala que en Jinotega acostumbran a presentar a los bebés a la luna llena y tienen un “fuerte apego y condicionamiento” a las fases lunares en la vida cotidiana, principalmente en actividades relacionadas con la agricultura.
“Actividades tan sencillas como la siembra de árboles, esterilización de animales, y recogida de las cosechas se efectúan de acuerdo con el calendario lunar, la mayoría durante la fase de luna nueva (también llamada novilunio o interlunio): Si uno siembra en la luna tierna la semilla no germina bien, se produce menos y bastante mal, cuando se va a recolectar el frijol debe estar en luna sazona para que no le entre el gorgojo, porque lo pica todo, así igual sucede con el maíz, con el arroz y con el trigo”, refiere González García.
También persiste la creencia en que la luna puede influenciar la definición del sexo de los hijos, dice la investigadora, explicando que, “la niña se forma cuando la luna está tierna, y que el varón lo hace cuando la luna está decreciente (cuarto menguante)”.
El antropólogo matagalpino Rigoberto Navarro Genie dice que la presentación de los bebés a la luna es también una práctica en Telpaneca, departamento de Madriz.
Navarro Genie e Iván Arguello produjeron, hace una década, el documental La casta indígena, en el que recogen esas y otras tradiciones de los matagalpa.
Mientras tanto, en la comunidad La Laguna, en el municipio de San Ramón, Matagalpa, Maritza Centeno González, reflexiona sobre los saberes ancestrales: asociar los cultivos, o sembrar siete semillas, por ejemplo, garantizan mejores cosechas. Además, “no concibo que en mi cocina el fuego esté apagado, tiene que estar siempre encendido, porque el fuego es el espíritu de un hogar”.
La manera de colocar la leña en el fogón dice Maritza, conlleva su propio ritual.
Las señales de la naturaleza también tienen un papel importante en la vida cotidiana. Se dice que el fogón emite un zumbido fuerte cuando anuncia la llegada de visitantes, una creencia arraigada en la sabiduría popular.
Además, el canto del güis (cazamoscas, en lengua matagalpa), un ave común de la región es interpretado también como el aviso de visitas, añadiendo un elemento de misticismo a la cotidianidad de estas comunidades.
Influencia de la inmigración en Matagalpa
Entre 1889 y 1890 hubo una oleada migratoria “directamente asociada a la realización de inversiones, especialmente en el cultivo del café”, refiere Dora María Téllez en el libro Muera La Gobierna. Agrega que “la mayoría de los inmigrantes en el departamento se dedicaban a la producción agrícola, explotaciones mineras y jugaron un rol de importancia en la organización de redes de comercio mayorista que no existían en la región, constituyeron la avanzada de la inmigración extranjera que en gran número arribaría al departamento (de Matagalpa) en las décadas siguientes”.
En entrevista con Mosaico CSI, el arqueólogo matagalpino Uwe Paul Cruz Olivas opina que esas oleadas de inmigración favorecieron la mezcla de culturas, fortaleciendo el mestizaje. “Allí apareció la polka, que es europea, pero nosotros le pusimos la mazurca y el jamaquello que es nuestro”, dice.
El historiador Eddy Kühl Aráuz, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, relata que los europeos traían sus costumbres y sus instrumentos musicales como el violín, el acordeón, la vihuela, la guitarra, aunque esta última ya la habían llevado antes los colonizadores españoles. Los indígenas comenzaron a hacer su propia versión del violín, pero con la diferencia de que el de Matagalpa está elaborado en madera de talalate y es de tres cuerdas. Al violín de talalate le dicen “mico”.
Otra diferencia, que señala el historiador, es la forma de apoyar el instrumento, ya que los indios Matagalpa lo apoyan cerca del corazón en lugar del cuello. “Es como más romántico nuestro violín”, dice sonriente.
La historia de los matagalpa, rica y compleja, está marcada por la resistencia. Son llamados “flecheros”, por su destreza en el uso de arco y flecha. Ramón Gutiérrez, en la publicación La guerra de los Indios de 1881, señala que un deporte que practicaban consistía en lanzar una mazorca al aire y desgranarla a flechazos antes de que cayera al suelo.
El antropólogo Rigoberto Navarro Genie ve más allá de la destreza con el arco y la flecha: “Cultivaban maíz y tenían tanto para derrocharlo de esa manera”, dice.
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