En la oscuridad de la noche, un nombre se susurra con temor en las calles de antaño: el Cadejo. ¿Quién no recuerda las advertencias de los abuelos, la sombra misteriosa que acechaba a los trasnochadores y a los seductores empedernidos? El Cadejo, según cuentan las leyendas, es el guardián de la noche que atemoriza a los bebedores habituales y a los corazones vagabundos que deambulan por las tinieblas.
Hay versiones como en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua que mencionan a un perro negro y a un perro blanco, por lo que se refieren a estos en plural: los Cadejos. El negro malo, el blanco bueno. En otros países como Costa Rica, Argentina y España, solo mencionan a uno de ellos.
Ambos pueden llegar a ser de gran tamaño y peludos, en algunos casos se dice que emiten un mal olor y que pueden tener pesuñas de cabra y ojos brillantes, y arrastran una cadena que hace ruido cuando caminan.
En el caso de Nicaragua, José Mejía Lacayo, en el ensayo “Los mitos y leyendas de Nicaragua” publicado en la Revista de Temas Nicaragüenses número 127 del mes de noviembre de 2018, explica:
El Cadejo es un personaje sobrenatural del folklore de América Central. Hay un buen Cadejo blanco y un malvado Cadejo negro. Ambos son espíritus que aparecen en la noche para los viajeros: el blanco para protegerlos de daños durante su viaje, el negro (a veces una encarnación del demonio) para matarlos.
Los colores del Cadejo a veces se intercambian según la tradición local. En algunos lugares, el Cadejo negro es visto como el bueno y el Cadejo blanco como el malvado. Por lo general, aparecen en la forma de un perro grande (hasta del tamaño de una vaca), lanudo con ojos rojos ardientes y pezuñas de cabra, aunque en algunas áreas tienen más características de toro.
Según las historias, muchos han intentado matar al Cadejo negro, pero han fallado y perecieron. También se dice que, si matan a un Cadejo, olerá terrible durante varios días, y luego su cuerpo desaparecerá. Cuando el Cadejo está cerca, se dice que produce un fuerte olor a cabra. La mayoría de las personas dice nunca darle la espalda a la criatura porque de lo contrario te volverás loco. Hablarle al Cadejo también provocará locura.
En la etimología popular, se cree que el nombre Cadejo se deriva de la palabra española «cadena»; el cadejo a veces se representa como arrastrando una cadena detrás de él. Hay un miembro bastante grande de la familia de la comadreja, el Tayra (Tolomuco), que en el habla común se llama Cadejo y se cita como una posible fuente de la leyenda.
La antropóloga, profesora y escritora Milagros Palma, en su libro: Senderos míticos de Nicaragua, publicado por la Editorial Nueva América, Bogotá, 1987, recogió dos relatos sobre encuentros con el Cadejo que tuvieron un poblador de la Isla de Ometepe y otro en una comarca cercana a la ciudad de León:
En la isla de Ometepe se regó el cuento del susto de Paulo, como una tolvanera en el pueblo de San José, a la luz del alba siguiente a la noche del misterioso suceso:
«…El Cadejo existe, yo venía de San José y al llegar cerca del atrio de la iglesia a cien varas del guanacaste, me topé con él. Eran casi las doce de la noche, faltaba poquito para que las campanas tocaran la medianoche. Todo estaba oscuro, no se veía ni una sola alma, íngrimo andaba yo aquella noche. Yo iba a pie con el machete desenvainado y de repente veo un perro a mi lado. No le hago caso, aligero el paso, lo dejo atrás, pero él me sigue. Al rato volteo la cara para atrás y miro que (…) viene todavía detrás de mí.
Mi abuelo me había contado ya del cadejo. Todos los de la casa lo han visto y a muchos amigos los ha asustado el animal, pero con todo eso yo no quería creer en la bendita ánima. Me habían dicho que el perro es negro con collar blanco.
Cuando vi al animal me agarró miedo, pero yo llevo mi machete bien afilado. Estoy a punto de reventar de miedo, no aguanto más, pero por suerte a unos pasos más adelante, se aparece un perro negro frente a mí. Cuando el animal me cierra el paso los pies no me dan más y ya no pude caminar. Los dos animales se agarraron a mordiscos y mientras ellos se revuelcan y se vuelan tarascadas con los dientes bien pelados, yo me regreso para la casa porque sentía que me cagaba del miedo.
Corrí rápido y me detuve debajo del ceibo. Hasta allí me aguantaron las canillas, no podía mover los pies de tan pesados que se me pusieron. Ahí me estuve un buen rato y después me fui caminando con los pies tembleques. Vi al cadejo cerca de un poste. Yo corrí y el animal siguió, entonces, tuve que montarme en la carreta de doña Tencha que estaba frente a su solarcito. Allí me quedé arrecostado hasta que amaneció porque el animal no se meneaba, no se iba. Este era el Cadejo bueno.
El Cadejo negro es malo y el de collar blanco es bueno. Ellos al encontrarse se pelean para que yo huyera sin daño del perro negro. El blanco apoya, pero el negro (…) lo muerde a uno. El Cadejo blanco ataca al que trata de fregarlo. Una vez se oyó mentar el caso, hace siete años fue eso, de un señor que iba a caballo y le pegó un tajonazo al Cadejo blanco que iba al lado. El animalito se le echó encima vuelto una fiera y lo apeó del caballo a mordiscos y no se fue hasta que dejó al jinete en el suelo bien golpeado con la ropa toda desguazada…».
El hombre que anda en la calle pasado de tragos a deshoras de la noche sabe apreciar la compañía del Cadejo. Sin embargo, parece que en la sobriedad la presencia repentina del cadejo infunde temor por el aspecto malicioso del animal que además no es exactamente un perro. A veces parece cabro con pintas blancas que al caminar truenan todos sus huesos y las patas suenan como castañuelas chili… chili… chili. Esos ruidos son pavorosos y los pies se ponen pesados. A unos les entra hielo en el cuerpo a otros les coge un mal extraño, inexplicable. El espanto de una persona es incontrolable cuando se le miran las uñas de las patas traseras que producen el ruido aterrador del Cadejo (…)
En las comarcas de los alrededores de León, la gente siempre tiene algo que decir sobre el Cadejo. Un ancianito centenario del barrio San José nos dio su testimonio:
«… Cuando yo estaba niño, como este muchachito de 10 años, más o menos, le salió el Cadejo a un tío mío. Él venia de ver unos amigos en San Felipe, cuando llegó a la esquina de lo que hoy es conocido como el rastro viejo, le salió el animal a la orilla de un cerco. Se le apareció un animal negro, las patas le tronaban como castañuelas chili.., chili… chi.., chi…
El Cadejo bueno no hace daño, sólo va a la par de uno y lo deja hasta llegar a donde va la persona. Pero si uno trata de hacerle algo, se le abalanza. Cuando uno va acompañado por el Cadejo, se le despierta un miedo, se le ponen los pies inflados y se le pone un hielo en el cuerpo, le coje un mal feo…» (…)
En el mito del Cadejo se contempla la existencia de un animal compañero para cada persona. El animal guardián defiende contra el mal encarnado a veces en el Cadejo negro, color tenebroso que simboliza el mal. Cuando un Cadejo blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su protegido, el blanco ataca de manera que la persona pueda huir y salvarse del mal que le aguarda del negro. El combate de los dos Cadejos encarna en ese momento los principios opuestos del bien y del mal. No se le atribuye superioridad a uno sobre el otro, ambos tienen el mismo poder sobre las personas. El Cadejo negro y el Cadejo blanco que para muchos representan los principios masculino y femenino o el mal y el bien respectivamente, persiguen al hombre de igual manera, según la tradición popular.
De igual manera, en Nicaragua, dos arqueólogos norteamericanos Geoff y Sharisse McCafferty, especulan que el mito del Cadejo puede remontarse quizás a tiempos precolombinos. Su publicación en la Revista de Temas Nicaragüenses edición número 154 del año 2021 dice lo siguiente:
¿Existe evidencia arqueológica de Cadejos? En nuestra investigación reciente en Mi Museo, sentimos curiosidad por las cabezas de los apliques que se encuentran en los jarrones Pataky Polychrome que datan del período Sapoa, ca.800-1300 d.c.
Los policromes de Pataky suelen estar decorados en negro sobre un engobe blanco, con bandas de decoración alrededor del cuerpo piriforme (en forma de pera). Parte de la decoración muestra pequeñas criaturas estilizadas que han sido previamente identificadas como jaguares. La cabeza del aplique también se identifica como un jaguar, y estas vasijas se conocen tradicionalmente como «jarras de jaguar». Pero en nuestra investigación nos hemos vuelto escépticos de las interpretaciones tradicionales, y mientras estudiamos estos ‘frascos de Jaguar’ comenzamos a cuestionar la identificación.
Un elemento de diseño común en los ejemplos de Mi Museo, y en otros que se han publicado, es una línea blanca en el centro de la cara del animal. Esta no es una característica de los jaguares, pero se encuentra en el Tejón americano, conocido localmente como ‘ Tejón ‘. Como cualquiera que haya tenido la desgracia de encontrarse con un tejón, estas son algunas de las criaturas más feroces del bosque.
Los depredadores, incluso los jaguares, rara vez desafiarán a un Tejón, bajo su propio riesgo. El bocadillo favorito de un Tejón es la serpiente de cascabel, ya que son inmunes al veneno. Entre sus otras características encantadoras, los tejones están relacionados con los zorrillos y pueden exudar un fuerte olor a almizcle para mantener la distancia social. Entonces, según nuestro estudio, nos inclinamos a interpretar estas cabezas Pataky como tejones.
¿Pero los artistas de Pataky representaron Cadejos precolombinos? Otra característica común de las imágenes de Pataky es un collar alrededor de las cabezas de los apliques que se asemeja a una cadena. El metal no fue muy utilizado por los nicaragüenses precolombinos, pero se han encontrado colgantes de cobre y oro. Se encontró una campana de cobre en las excavaciones de El Rayo, al sur de Granada.
Los caldereros de conchas son aún más comunes. Así que la sugerencia es que estas criaturas parecidas a tejones / comadrejas, las bestias más feroces de la tierra, adornadas con cadenas de metal o tal vez conchas, decoraron estos elaborados vasos para beber. ¿Quizás como una advertencia de que pasar un buen rato podría atraer a un Cadejo?
El Cadejo en El Salvador
En El Salvador es tan popular el Cadejo, que existe un mito sobre su creación que ha sido recogido por el escritor salvadoreño, Omar Nipolán en su blog:
Según la tradición, el Cadejo fue creación de Dios, quien hizo primero al Cadejo blanco para ayudar a portarse bien al pueblo, creando un enorme perro blanco, de ojos rojos que atemorizaran a la gente que iba por el mal camino, pero que lo protegiera, el demonio como buen detractor de Dios, se enojó de esta criatura y formó una copia inversa, es decir un perro enorme de ojos rojos, pero de color negro, que fue creado para dañar al hombre, para aterrorizarlo y llevarlo hasta la locura y de ser posible a la muerte.
Por esta razón existen los dos Cadejos: el blanco y el negro; el primero representa la bondad y a quien se lo encuentre lo cuida. El negro, por el contrario, es maldad pura y atacará a quien lo perturbe o deambule de noche, solo por el mal camino.
En algunas ocasiones, el Cadejo blanco defiende a quienes se encuentran con el cadejo en su camino, si es hombre de bien, ya que el negro no hace distinciones, trabándose entre los dos una fiera lucha en la que casi siempre vence el blanco, aunque no mata al negro, solo lo ahuyenta.
También se asocia al Cadejo con la tipología de hombre y mujer, así se dice que el perro blanco es el guardián de los hombres y el negro de las mujeres, aunque esta versión de la leyenda ya no recibe tanto realce y solo es reconocida en las zonas rurales y montañosas del país.
Dicen que si el mismo cadejo se te atraviesa dos veces seguidas por el mismo camino debes cambiar de ruta, porque seguramente algo malo hay adelante y te está avisando.
¿Pero, de dónde viene la leyenda del Cadejo? Al respecto existen muchas hipótesis y el escritor salvadoreño sostiene que su origen se remonta a la época colonial de Centroamérica.
Curiosamente los nombres de la Siguanaba (Segua) y el Cipitío tienen raíces indígenas, pero su origen es español, generado durante la época colonial, en cambio, la palabra Cadejo tiene origen español pero sus raíces están profundamente inmersas en la mitología maya y en las tradiciones chamanísticas de los pueblos nahuas de Mesoamérica.
El Cadejo está ligeramente ligado a los nahuales o naguales, que se describen en el Códice Borgia y su origen parece estar dentro de la mitología maya—quiché.
El nahual es una especie de espíritu animal que viene ligado a cada persona y éste, una vez manifestado, se encarga de protegerlo y de incluso guiarlo o aconsejarlo en sueños, creando cierta afinidad con el animal que resulta ser nahual de la persona.
Variedades de perros ya existían en América antes de la llegada de los españoles como lo afirma Lucas Viano, periodista argentino especializado en ciencia, ambiente y tecnología. En Argentina y en la mitología mesoamericana el perro ejercía la función de compañero de los muertos en su viaje al más allá, como ha sido habitual en otras regiones, por lo que la leyenda es producto del mestizaje y al mismo tiempo vestigio de la antigua creencia de los nahuales que supone que todo humano posee un animal de compañía que deviene en una especie de doble del hombre.
Sin embargo, algunos seres humanos tienen un contacto más profundo con su nahual al punto de que pueden usurpar sus propiedades e incluso asumirlas, por eso se les atribuye ese poder de convertirse en animales a algunos “brujos” para hacer el mal.
El Cadejo se convierte así en figura maligna y benigna, una dualidad característica de los mitos mayas. Entonces el Cadejo blanco es un eco del nahual como el espíritu compañero y el Cadejo negro es un reflejo del nahual como el brujo que se metamorfosea.
El Cadejo en Costa Rica
Mientras tanto, en Costa Rica hay por lo menos tres versiones de esta leyenda, según una publicación en el sitio Wiki Bestial:
En términos generales, en Costa Rica se cree que el cadejo es un enorme y fantasmal perro negro, que tiene cadenas, brillantes ojos rojos, cola larga y muy poblada de pelo y, según algunos, patas de cabra y dientes de jaguar. Pero, pese a su aspecto, este ser cuida a los borrachos cuando regresan a sus casas, y espanta (sin atacar) a los niños desobedientes o que andan fuera de casa a horarios indebidos (en la noche).
Cierta versión costarricense de la leyenda cuenta que hace mucho tiempo existía, en una pequeña comunidad, un sacerdote que, usando su autoridad moral y su elocuencia, deformó el sentido religioso y moral de la comunidad, conduciéndola al pecado. Como castigo a su mal proceder, Dios lo condenó por cien años (trescientos según algunos) a tener la forma de un perro negro, enorme y de ojos rojos. Cuando por fin acabó su tormento, el hombre estaba trastornado y no aguantaba la vida, así que se lanzó al cráter del volcán Poás, pero no murió de la forma en que esperaba, sino que su espíritu se quedó atrapado en el interior del volcán, en medio del magma, los vapores y las rocas, cual si ese fuese su propio infierno personal. A causa de eso, se cree que es él quien provoca los estremecimientos del volcán.
Otra versión costarricense, cuenta que existía un borracho que malgastaba casi todo su dinero en bebida y maltrataba a su familia, sobre todo a la esposa. El hijo mayor del borracho era muy inteligente y estaba cansado del comportamiento dañino de su progenitor, así que ideó un plan para castigarlo. El plan consistía en disfrazarse de monstruo con un cuero negro, y aparecérsele por las noches cuando regresase bien tarde en estado de ebriedad. La primera noche, el susto fue tal que el borracho casi se infarta, y como ya se insinuó, no fue la única vez, pues su hijo siguió asustándolo hasta que, cierto día, él se enfureció y reunió valor para tomar un machete y descuartizar a lo que sea que fuere aquello que por las noches se le aparecía… Así, esa noche, como todas las demás, el “monstruo” se le apareció y él sacó el machete y se abalanzó, pero la criatura retrocedió para esquivar el golpe y de ella salió algo que no se esperaba: la voz de su hijo mayor… “¡Papá, no me mates que soy tu hijo, era solo una broma!”, exclamó, a lo que él respondió maldiciéndolo: “¡De cuatro patas andarás toda la vida!”. Según se cuenta, cuando el joven murió, se transformó en un enorme y espectral perro negro, que sigue a los borrachos como su padre, pero no les hace daño.
Finalmente, la tercera versión costarricense cuenta que existía un hijo menor (un “benjamín” o “cumiche”) que vivía en el libertinaje y el despilfarro, por lo que fue maldecido por su padre y se transformó en cadejo. En esta última versión, existe una historia muy interesante:
Había una vez una familia muy adinerada, religiosa, conservadora y de buen nombre, pero el hijo menor despreciaba los preceptos de sus mayores, no conocía lo que era la responsabilidad y, habiéndose acostumbrado a vivir en el lujo y la abundancia, se volvió mimado, arrogante, egoísta y muy libertino (borracho, jugador, mujeriego). Como era de imaginarse, satisfacía sus vicios con el dinero que su padre le daba, hasta que un día el padre se hartó y le dijo que no le daría nada de dinero hasta que no enmendase su comportamiento. Entonces, en lugar de corregirse, el hijo gastó todo lo poco que tenía guardado, y después comenzó a endeudarse para poder pagar el alcohol y las apuestas. De ese miserable modo siguió subsistiendo, hasta que sus acreedores empezaron a hostigarlo más de lo que podía soportar, pero su solución no fue trabajar para pagar o pedirle perdón a su padre y solicitarle dinero para las deudas: no, lo que hizo fue entrar sigilosamente al cuarto de sus padres, a ver si no lo pillaban y conseguía sacar unos cuantos billetes de esos que su padre guardaba en un sitio que él conocía. Pero el intento de robo falló y su padre, al despertar y ver que el ladrón era su propio hijo, se enfureció tanto que llamó a sus sirvientes, pidiéndoles que lo ataran con cadenas y le dieran unos cuantos azotes; aunque ese no fue el peor castigo, sino la maldición que le hechó y que sorprendentemente se cumplió: “¡Perro maldito, de cuatro patas seguirás toda la vida!”
El Cadejo en Guatemala
Wiki Bestial, entre otras versiones en distintos países, también recoge la versión guatemalteca.
En este país, el Cadejo es un gran perro fantasmal, de color negro o blanco y ojos como ascuas. Este ser cuida a los que se emborrachan, cuando intentan volver a casa o duermen en la calle, por lo que los sigue o duerme cerca de ellos para evitar que los roben o ataquen. Pero lo anterior es solo una creencia puntual, ya que en general hay cierta ambigüedad con respecto a los colores del cadejo y su actitud:
Por un lado, se cree que el blanco es bueno y el negro es malo, y que el blanco sigue a sus protegidos para cuidarlos del negro; pero, cuando aparece un tercer espíritu como La Llorona o la Siguanaba, o simplemente cuando aparece un maleante peligroso, ambos Cadejos se unen para proteger a la persona… Entretanto, por otro lado, se cree que el blanco cuida a las mujeres y a los niños, y el negro cuida a los hombres.
Finalmente, aumentando el carácter variopinto de las creencias guatemaltecas sobre el cadejo, se cree que, si éste (en su versión negra) llega a lamer la boca de alguien, lo seguirá durante nueve días causándole temor (sin atacar); y, si la persona lamida es alcohólica, jamás podrá abandonar su adicción…
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