Todos los días recorren las empinadas calles de la ciudad de Matagalpa ofreciendo diversos productos, incluyendo alimentos y bebidas. Si bien tienen horarios “flexibles”, los vendedores ambulantes trabajan largas jornadas para que los consumidores tengan múltiples opciones accesibles de comercio minorista y sin duda son parte integral en la vida económica y social de la también llamada Perla del Septentrión.
Están incluidos en los llamados “trabajadores por cuenta propia” y tanto ellos como sus familias dependen de los ingresos que genera la venta del día y, pese a la importancia de su desempeño, el Censo Económico Urbano hecho por el Instituto Nacional de Información y Desarrollo (Inide) en 2010, excluye “aquellas actividades que se llevan a cabo de manera ambulante (como carritos o vendedores ambulantes)”, por lo que no existe un dato oficial sobre cuántas personas se dedican al comercio propiamente ambulante en la ciudad de Matagalpa.
En esta ciudad de topografía accidentada y con más de 150,000 habitantes, es cada vez más creciente el comercio informal que incluye a quienes ya tienen “puestos fijos” de venta en las aceras —principalmente en las calles con mayor movimiento peatonal—, así como a quienes van por los diferentes barrios empujando carretones o cargando pesados canastos en los que llevan los productos que ofertan, en su lucha por obtener ingresos diarios en una economía afectada por la crisis sociopolítica del país y las dificultades de la caficultura, principal rubro económico en Matagalpa.
La mayoría son “emprendedores autoempleados”. Algunos compran y revenden, otros cultivan las verduras y frutas que luego salen a vender; hay quienes de manera familiar preparan las enchiladas, refrescos y ceviches que otro integrante de la familia sale a vender y la mayoría, sino todos, carecen de acceso a la Seguridad Social y están sujetos a múltiples riesgos laborales.
Aquí un poco de la historia de algunos vendedores ambulantes que diariamente recorren los distintos barrios de la ciudad de Matagalpa.
La señora del pan

Aura del Socorro Mairena Salmerón tiene 53 años y vive en el barrio Juan Pablo II. Todos los días, desde las 3:00 p.m., comienza su recorrido por diferentes calles como vendedora ambulante de una panadería, por lo que hay quienes le llaman “la señora del pan”.
Por la necesidad de su familia, desde los 10 años comenzó a laborar lavando sacos de ropa ajena en el municipio de Río Blanco y, desde los 12, experimentó la venta ambulante de diversos productos: tortillas, nacatamales, carne de cerdo, chanfaina, buñuelos, arroz con leche, entre otros que también ayudaba a preparar.
Tuvo seis hijos, pero “dos se me murieron”, dice nostálgica Mairena, apuntando que sobreviven tres mujeres y un varón, ya mayores de 21 años y con sus propias familias.
Mairena lleva 35 años vendiendo pan, los últimos 23 para la misma panadería. Ocasionalmente obtiene ingresos extras cuando la buscan para que ayude en una tortillería en el barrio Palo Alto. “Ahí entro a las 6:00 a.m. y salgo a las 3:00 p.m., pero a esa hora ya me voy directo a vender el pan”, relata.
“A veces están pésimas las ventas”, sostiene Mairena, indicando que le toca caminar mayores distancias para tratar de vender, aunque eso repercute en los dolores de espalda que padece, además de exponerse más porque a veces termina su jornada después de las 10:30 de la noche, porque “los clientes no todo el tiempo tienen (dinero)”.
Enchiladas de carne

Xiomara del Carmen Pérez Castro, de 31 años, vive en un barrio al sur de la ciudad de Matagalpa y tiene unos gemelos de dos años y cada mañana sale a las calles a vender enchiladas de carne que ella y su mamá preparan.
“Hay clientes que compran bastante, entonces saco 50 enchiladas y ya a las 10:30 de la mañana las he vendido”, refiere esta joven, indicando que “como madre soltera tengo la necesidad de llevar la leche y alimentos a mis hijos, pero le doy gracias a Dios por las personas que me compran”.
Mientras ella sale a vender, los niños quedan bajo el cuido de su abuela materna. “A veces me duelen los pies de tanto caminar, pero hay que seguir haciendo el esfuerzo”, dice Pérez.
Los frescos de “doña Toñita”

María Antonieta Blandón lleva 16 años recorriendo las calles al centro de la ciudad, ofreciendo frescos naturales en bolsas de plástico. Cada día sale a las 9:40 a.m. de su casa y termina a las 12:30 del mediodía.
“Antes salía a vender pan, también vendí carnes, pero ya me quedé solo con los frescos y gracias a Dios no dejo de vender, porque Dios me bendice”, expresa esta mujer conocida por algunos de sus clientes como “doña Toñita”.
Enchiladas y frescos en triciclo

José Luis Blandón Rodríguez tiene siete hermanos y dice que “desde pequeño” ha procurado ayudar a su mamá soltera. Este muchacho de 23 años se dedica a la venta de enchiladas y refrescos, recorriendo las calles en un triciclo.
Vive en la ciudadela Solingalpa, al suroeste de la ciudad y desde las 7:30 a.m. inicia su jornada. Sus ventas, refiere Blandón, dependen incluso de las condiciones climáticas, por lo que a veces termina poco después del mediodía, pero en otras ocasiones debe pedalear hasta más tarde.
Blandón trabaja de lunes a viernes y los sábados estudia el último año de secundaria y tiene intenciones de estudiar ingeniería agraria.
“Me gusta el trabajo, no me gusta estar en la casa sin hacer nada, entonces me gusta cualquier tipo de trabajo para ayudar a mi madre y a mi tía”, explica Blandón.
Verduras y créditos

Daysi Aguilar camina desde hace 27 años cargando un canasto lleno de verduras que revende “de casa en casa”. Ella compra en el mercado de Guanuca y cada día recorre los barrios Pancasán, el sector del Instituto Eliseo Picado, la calle principal y el Aquiles Bonucci.
Las ventas de Aguilar “están bien bajas, lo que pasa es que a mis clientes les dejo fiado, me pagan un poquito y así voy recogiendo yo (para pagar la mercadería)”.
Aguilar cuenta que antes trabajaba como doméstica, pero una amiga le propuso ir a las calles a vender verduras. “Ella se fue a España y me dejó a sus clientes”, recuerda con gratitud.
Ya una vez le robaron y Aguilar teme que eso pueda volver a pasar, por lo que “ahora tengo que caminar alerta”. Dice que hace varios años, unos ladrones le interceptaron cerca del parque Darío, despojándole de cuatro mil córdobas que había obtenido con la venta.
Cándida Rosa Sánchez Guillén es otra vendedora de verduras y dice que cuando tenía 13 años decidió buscar un empleo que le generara independencia económica de sus padres.
“Con mi ventecita no me gano cantidades, pero sí para ayudarle a mi marido a mantener a nuestros cuatro hijos. El mayor tiene 22 años y me siento fachenta (orgullosa) porque trabaja en una librería y está estudiando su quinto año y si Dios quiere este 1 de diciembre se me bachillera”, comenta Sánchez.

Agrega que “siempre he trabajado sin préstamos, de mi ganancia voy ahorrando para poder comprar las verduras y doy créditos a algunos clientes que me pagan mensual o quincenal”.
Sánchez vive en la comunidad San Nicolás, al suroeste de la ciudad. Cada día se levanta a las 3:00 a.m. para dejar hecha la comida para el marido y los niños más pequeños y salir a las 5:30 a.m. hacia la ciudad de Matagalpa, donde ya tiene una clientela establecida que ya sabe cuáles días pasa por determinado barrio y “así las clientas me esperan, se ahorran ir hasta el mercado y a lo mejor el producto que yo traigo es más baratito que el que está en el mercado”.
Facebook Comments