Por: Gabriela Esquivada
La resonancia del apellido Macri en la Argentina precede al hecho de que un ingeniero de 56 años con ese nombre haya ganado las elecciones presidenciales. Franco Macri, el padre de Mauricio Macri, es un empresario poderoso que actualmente se concentra en negocios con China y que exploró la construcción y la industria automotriz, entre otros rubros. Y el mandatario electo, que comenzó su vida pública como responsable en las empresas de la familia, cobró fama propia cuando dirigió el Club Atlético Boca.
Franco Macri quiso que su primogénito heredara las riendas de su imperio, que durante años se llamó Sociedad Macri (socma).
Mauricio Macri, en cambio, quiso trazar planes propios.
«Sabe que si quiere un futuro diferente del que le ha sido asignado, debe trascender la Familia. Y para eso necesita ser Presidente«, escribió Gabriela Cerruti en El Pibe, la biografía que esta legisladora de raíz peronista, escritora y periodista de oficio, hizo del candidato favorecido por los argentinos.
Como miembro del jet-set argentino y hombre de personalidad muy fuerte, Franco alimentó a la prensa con sus relaciones con mujeres bellas y, muchas veces, con sus disputas con Mauricio.
– ¿Alguna vez hicieron terapia familiar? -le preguntó Cerruti a Macri.
– Sí, obvio… muchos años…
– ¿Con sus hermanos y su papá?
– No… los hermanos nomás… ¡Si el problema era papá!.
Macri es el mayor de cinco hermanos: Sandra (quien murió), Gianfranco, Mariano y Florencia son los otros. Tiene cuatro hijos –Agustina, Jimena, Francisco y la pequeña Antonia- de tres matrimonios, el último de los cuales convierte a la empresaria textil Juliana Awada en Primera Dama de la Argentina.
Para el futuro presidente de la Argentina tuvo gran importancia haber sido primero presidente del club de fútbol más popular del país, y de trascendencia internacional.
Boca logró 17 títulos bajo su conducción -fue elegido en 1995, y reelegido en 1999 y en 2003-, y Macri logró independizarse del mandato familiar. No obstante, ese pasado de negocios, muy concentrados en las licitaciones del Estado, se destaca entre las denuncias de sus detractores: la familia Macri hizo dinero durante una dictadura que torturó y asesinó.
A pesar de sus peleas con la celebridad histórica del equipo, Diego Maradona -«Con Mauricio Macri jamás tuve una buena relación«, dijo el futbolista; «Macri tiene menos calle que Venecia«, abundó-, y de las dificultades financieras que atravesó Boca, el candidato favorecido por los argentinos ganó popularidad durante la gestión y desde allí avanzó hacia la política.
Ha dicho que tomó la decisión de hacerlo en los días más oscuros de su vida, dos semanas de 1991 en las cuales permaneció secuestrado; el pago de -se especula- 8 millones de dólares logró su liberación. Los llevó en persona el empresario Nicolás Caputo, amigo de Macri desde la escuela primaria, que cursaron en el Cardenal Newman. Junto con José Torello -otro egresado del mismo colegio de élite, un año mayor, quien armó la fundación que fungió de andamiaje político para Macri, Creer y Crecer– son las dos voces que el presidente electo escucha cuando necesita consejo.
Sus críticos lo ubican a la derecha, como un representante típico de la alta burguesía, un rico formado en los claustros pagos (la Universidad Católica Argentina), defensor del libre mercado, que se dispone a eliminar los programas sociales, recortar gastos, imponer la austeridad fiscal y someterse a las imposiciones de los acreedores internacionales. En suma: alguien que ha de retrotraer el país a los términos que lo condujeron a la crisis de 2001.
Sin embargo Macri, el primer hombre que llega por las urnas a la presidencia de la Argentina sin pertenecer a ninguno de dos partidos que dominaron la política por más de un siglo, le ha hecho fintas a esas definiciones de conservador.
Su formación de origen, Propuesta Republicana, conocida simplemente como PRO, elude las definiciones simplificadoras. Es un fenómeno complejo surgido de la crisis de 2001, donde se reúnen figuras políticas de los partidos tradicionales -el peronismo y el radicalismo-, más la derecha democrática (en oposición a la más habitual en la Argentina: la autoritaria), nuevos elementos surgidos de los think tanks y el universo variopinto de las organizaciones no gubernamentales y el voluntariado.
Gente decepcionada de una dirigencia que había dejado el país al borde de un abismo. Gente que escuchaba con preocupación el mensaje de la ciudadanía argentina para esos funcionarios: «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo«. Gente común que «se metió en política«, como insistía en definir Macri. Y a la cual él supo unir y articular en equipos que, mediante la discusión no siempre formal, aprendieron a generar consensos con criterios pragmáticos para gestionar la Ciudad de Buenos Aires, primero (Macri ha sido alcalde durante dos periodos), y luego avanzar hacia la Presidencia de la Argentina.
«PRO cobija a políticos viejos y a nuevos, a expertos de fundaciones y a militantes territoriales, a empresarios y a voluntarios«, escribieron Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti en Mundo PRO, libro que cuenta la historia de la agrupación multiforme que acaba de derrotar al kirchnerismo, la fracción que controló el peronismo desde 2003. «Es un partido de la época crítica de los partidos, que se presenta como la fuerza de aquellos que se meten en política, aunque la mitad de sus cuadros proviene de familias politizadas y cuenta con una historia de militancia previa«.
Los autores han caracterizado el estilo de PRO como algo bastante típico de la Argentina, aunque no lo parezca en la superficie: una fuerza heterogénea amalgamada por un liderazgo fuerte.
Luego de trastabillar con su primera coalición electoral, y perder las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires en 2003, Macri logró la alcaldía en 2007 como líder de PRO, y fue reelecto en 2011. Su partido también gobernará la ciudad en los próximos cuatro años: Horacio Rodríguez Larreta, ex jefe de Gabinete de Macri, ganó el voto de los porteños.
El partido caracterizado por el color amarillo echó raíces en la capital argentina, pero las provincias requirieron otro enfoque. Se hicieron alianzas con grupos conservadores regionales y con la Unión Cívica Radical (movimiento de centro, de origen populista y perfil socialdemócrata) y se sumaron figuras populares como el actor Miguel Del Sel o el ex futbolista Carlos Mac Allister. Con esos pasos, PRO comenzó a convertirse en el núcleo de Cambiemos, la fuerza que sucederá en la Casa Rosada al Frente para la Victoria (FPV) kirchnerista.
Aunque durante el debate del domingo 15 de noviembre -otro hecho histórico en la Argentina, como el ballotage- reconoció el valor de algunos planes sociales y la administración estatal de los fondos de los jubilados, actos del gobierno saliente, Macri tiene un origen ideológico en los estudios del neoliberalismo. Las posiciones que sostiene son opuestas a las de Cristina Kirchner.
Por ejemplo en temas como las alianzas regionales: es improbable que mantenga el apoyo argentino actual a Ecuador, Bolivia y Cuba. Ya propuso la expulsión de Venezuela del Mercosur -lo cual causaría roces con Brasil-, exigió la libertad de Leopoldo López y se presentó como lo opuesto a la revolución bolivariana. Dijo que representa «el desarrollo del siglo XXI«, en lugar del socialismo del siglo XXI.
Macri prometió recuperar la inversión extranjera, lo cual requerirá ajustar el tipo de cambio (la relación del peso con el dólar varía casi en un 70% entre el oficial y el libre) y dominar una inflación que erosionó muchos de los beneficios económicos que se habían establecido desde que en 2003 comenzó la era kirchnerista, tras la crisis que en 2001 terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa. También tendrá que resolver los conflictos con los tenedores de bonos -los «fondos buitres«- y recuperar la confiabilidad de las estadísticas económicas, vulneradas durante los últimos años para que la realidad cuadrara con el discurso.
Macri enfrentó lo que se llamó «la campaña del miedo» en el tramo desde las elecciones primeras, el 25 de octubre, al ballotage. La publicidad kirchnerista incluyó ataques de militantes del FPV que oscilaron entre la tragedia y el humor (graffiti como «Macri = Hambre«, o mensajes en redes sociales como «Si gana Macri, ¡el presidente va a ser Macri!«) y también la acusación formal del contrincante Scioli sobre un pacto del candidato de la alianza Cambiemos con el Fondo Monetario Internacional.
– Compañero trabajador, te pido que votes en defensa propia -dijo Scioli durante el debate entre candidatos—. Las propuestas de Macri son un peligro para los argentinos. Detrás de la idea del cambio hay una gran mentira. Cuando se le quita el velo aparece la devaluación, el ajuste. En su equipo Macri tiene ex gerentes de Shell, Monsanto, de JP Morgan.
– Daniel, la gente en Argentina no tiene miedo -le respondió el presidente electo—. Los único que tienen miedo son ustedes, que temen perder sus privilegios.
Telesur denunció que en 2009 Macri pidió ayuda al gobierno de los Estados Unidos contra el FPV; la prensa oficialista chavista destacó que como jefe de Gobierno de Buenos Aires triplicó la deuda externa de la ciudad (y se preguntó por la proyección nacional de esa forma de administración) y aseguró que al eliminar los impuestos a la exportación de soja dejaría de pasar a las provincias fondos imprescindibles.
Entre las deficiencias de gestión que se le señalaron se destacan la promesa incumplida de extender la red del subterráneo, la abundancia de vetos a las leyes promovidas por los legisladores de la ciudad, la falta de utilización de los recursos disponibles para educación y salud, el impulso inmobiliario con fines de gentrificación y las numerosas licitaciones públicas que ganó su amigo Caputo.
Acaso la campaña del miedo haya dado el resultado opuesto al esperado. O acaso el futuro mandatario se haya beneficiado de la falta de unidad del FPV, con su candidato elegido por la Presidente, aunque a regañadientes pues no representaba su línea personal. También la fatiga que la crisis económica y de las instituciones han causado en el electorado argentino jugaron a su favor. Desde la muerte del fiscal Alberto Nisman un día antes de presentar su investigación sobre la causa AMIA con una denuncia contra el gobierno, además, se estima que varios independientes que adherían al programa del FPV replantearon su posición.
Lo cierto es que en ese camino tan breve, Macri pasó de ser un líder de una alianza que acaso se desharía en el aire, o que toparía con los límites territoriales de la Ciudad de Buenos Aires contra el peronismo todopoderoso en el resto del país, a consolidar un movimiento alternativo en la historia de la política nacional. Como el kircherismo luego de la crisis de 2001, el macrismo ofrece una visión de país que se separa de las tradicionales.
Hace pocos meses atrás nadie en Argentina imaginaba el hecho, por demás normal en otros lugares, de que un mandatario de una orientación política cediera la banda presidencial a una figura de otra ideología. En particular, dada la retórica encendida de Cristina Kirchner y el peso territorial de la campaña electoral del FPV, resultaba inverosímil que Scioli no ganara. Y sin embargo, el 10 de diciembre la Presidente le entregará los atributos del poder al opositor Mauricio Macri.
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