Eduardo Galeano trae el cráneo pelado, con una discreta cordillera de pelo blanco en procesión de las patillas a la nuca. Es probable que al escucharlo te confíes por un rato y bajes la guardia. Su hablar tiene una densidad hipnótica, de conversador pausado, audaz y largo. Despliega a ratos una ironía que es refugio de muchos pesimismos. Es un hombre capaz de recorrer la cancha de la Historia por el centro mismo de sus trampas, sin tocar banda. Mira el mundo de una forma rotundamente analítica, pero la literatura hace que el resultado de esa pesca de arrastre por la realidad no quede reducida a una testamentaría de enseres y daños, sino que traiga en la red las claves de una verdad distinta a la verdad que aconsejan los obispos y los cardiólogos.
Galeano es autor de libros memorables. ‘Las venas abiertas de América Latina’ (1971), la trilogía ‘Memoria del fuego’ (1982-1986), ‘El fútbol a sol y sombra’ (1995), ‘El libro de los abrazos’ (1989), ¿recuerdas?… O ‘Los hijos de los días’ (Editorial Siglo XXI), que ha presentado en España con ecos de estrella del rock. Como un Rolling Stone de buena caligrafía. Un conjunto de relatos brevísimos donde cada uno responde a un día del año (así hasta 366). Pequeñas narraciones que explican el trastear del hombre en este perro planeta contemplado de manera forense, alumbrado con un microscopio. «Para comprender el universo hay que mirarlo también por el ojo de la cerradura. Redescubrir la grandeza en lo cotidiano, de lo minúsculo, implica verlas desde un ángulo no habitual. Desde el punto de vista de una lombriz un plato de espaguetis es una orgía. Hay que ponerse en el lugar del otro para alcanzar una mirada menos ciega de la diversidad del mundo». Galeano arranca.
– Eso obliga a mirar también entre las sombras…
– No hay otro modo. A mí me gustan los soles, pero no esquivo la oscuridad. Eso es el hombre. Estamos hechos de una mitad de mierda y otra de maravilla.
– ¿La brevedad en tu escritura es una de las herramientas de esa búsqueda?
– Es que en un texto chiquito cabe todo: el pensamiento, la poesía, el sueño, la pesadilla… Y en lo breve puedo alcanzar un lenguaje que sintetiza los géneros. No hay fronteras en la literatura. Es horrible esa necesidad contemporánea de etiquetarlo todo, de crear descripciones reductoras. Responde a una necesidad de control.
– Es más atractivo ser un escritor fugado.
– Eso parece… Mi huida de las nomenclaturas me lleva a hacer visibles a los invisibles. A pisar tierra del lado de ellos. Es uno de los propósitos de mi trabajo. También el de dar altavoz a las voces no escuchadas. Esto es algo que me ha llevado a discrepar muchas veces de mis amigos de la Teología de la Liberación cuando dicen que ‘son la voz de los sin voz’. ¿Qué es eso? Claro que los desfavorecidos tienen voz. Y dicen cosas muy interesantes. Incluso más divertidas. Somos nosotros los que no tenemos orejas para ellos. En el zoológico humano hay veces que sólo atendemos a la jaula de los pavos reales.
Hace unas semanas, en Bilbao, unos cuantos jóvenes desplegaron una pancarta durante la presentación de ‘Los hijos de los días’. Apuntaron: «Más Galeano y menos Mariano». Al escritor le asaltó una combinación de pudor y satisfacción, y anotó aquello en un cuaderno minúsculo en el que recoge ideas, frases, destellos… Es una libretita cómica, del tamaño de un pulgar. Escribe dos o tres palabras clave y cuando vuelve al garabato la memoria poliniza y esponja aquello que quedó cifrado. Este hombre, nacido en Montevideo en 1942, fue registrado como Eduardo Germán María Hughes Galeano y quizá por tanta pompa y circunstancia el cachorro salió zurdo de pensamiento. Es un referente moral que rechaza ser referencia de nada y trae en los ojos incisivos y azules un eco británico. El periodismo ha sido su escuela gamberra, su pabellón de energía. Su compromiso. En casa o en el exilio. Carlos Quijano lo adiestró en una redacción que olía a plomo y allí aprendió que no hay que venderse. Ni alquilarse.
– No tuve una educación formal. Hice los estudios básicos y poco más. No me gustaba estudiar. Prefería ganar dinero y lograr una cierta independencia. Estuve en una fábrica de insecticidas, fui taquígrafo, dibujante de letras… Mil cosas.
– ¿Y el periodismo de hoy?
– Algunos de los principales medios de comunicación actúan al servicio de los dictadores del miedo. Pero también hay gente que se alza y dice lo suyo en cualquier soporte. Así que no todo es tan tétrico… Mira el movimiento de los indignados. Es una de las mejores noticias de los últimos tiempos. La indignación es un derecho humano. No lo olvidemos.
– ¿Quiénes son los «dictadores del miedo»?
– Muchos poderosos bien repartidos. Hay una dictadura del miedo palpable que te obliga a sospechar del otro. El miedo nace de una cultura que el sistema de dominio del planeta necesita para justificarse. Es la necesidad de crear enemigos. EEUU es un claro ejemplo. Destina la mitad de su presupuesto a gastos militares, que es el nombre artístico de los actos criminales consentidos. Eso requiere aterrorizar e inocular en los ciudadanos la idea terrible de que algo puede pasar en cualquier momento. El subcomandante Marcos, en una carta, me escribió por boca de un alter ego una frase perfecta para esto: «Cada uno es tan grande como el enemigo que elige y tan pequeño como el miedo que siente».
Eduardo Galeano se ha cambiado al agua. No es ni optimista ni pesimista. «Depende de la hora del día en que me pilles», advierte. «A ratos pienso que no hay nada que hacer y en otro instante creo que hay muchos caminos que esperan los pies que los recorran». Uno sospecha que sin el orfeón de los desengaños no podría haber escrito una obra que tiene su fuerza también en el número de derrotas acertadas. El rigor de su escritura es de gran plasticidad. Sutilísima. Una prosa de palabras despojadas de cualquier deterioro ornamental. «Son muchos años intentando escapar de la solemnidad». No va de oráculo, ni confunde la felicidad con el podio.
– ¿Sabes? La vida no deja de sorprender. Y eso es algo fabuloso para los que nos gusta vivir. No hay estímulo mejor que la cantidad de asombros que la realidad produce. Cosas inesperadas, terribles a veces, pero también maravillosas.
El fútbol, según Galeano, es una de ellas. Llevamos una hora dentro de una pecera prestada en un hotel de paso. Como dos polizones. Como dos seres fingidos o soñados.
Esta entrevista fue publicada el EL MUNDO el 26 de junio de 2012
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