Erlinton Antonio Flores Ortiz, un joven matagalpino, logró regresar a Estados Unidos, después de ser deportado; y esta vez sí consiguió salir de la detención migratoria para pelear en libertad por el asilo político.
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Pero, cómo fue posible que este matagalpino quisiera volver a intentar el peligroso viaje desde Nicaragua hasta la frontera sur con México, pasar por las frías celdas de la Patrulla Fronteriza conocidas como “hieleras” y meses de traumático encierro en un centro de detención migratoria, sin tener garantía alguna de que no lo fueran a deportar de nueva cuenta.
“Cuando uno llega al límite y su vida está en juego, prefiere arriesgarse para lograr su libertad”, dice.
La pesadilla para Erlinton de 29 años comenzó en Matagalpa, Nicaragua cuando decidió unirse a las protestas contra el gobierno de Daniel Ortega
“Yo desde 2014, a través de las redes sociales denunciaba las irregularidades y violaciones de derechos humanos. Salía a protestar contra la quema de una reserva nacional y las reformas al seguro social y fui miembro del Movimiento Estudiantil 19 de Abril”, dice el joven matagalpino.
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Como consecuencia, dice que comenzó a recibir amenazas de muerte por teléfono y las redes sociales así como persecución policiaca.
“Al punto que algunos líderes de la Juventud Sandinista, me prohibieron entrar en algunos barrios”.
Esta situación hizo que fuera presa de la desesperación y decidiera dejar su patria.
“El 14 de septiembre de 2018 me fui a México. Cuando llegué a Nuevo Laredo fui secuestrado por un grupo de 6 hombres que se subió a bordo del autobús en la central de camiones, haciéndose pasar por agentes de migración mexicana”.
Recuerda que los secuestradores contactaron a su tía en Dallas y a una amiga en Miami, a quienes les pedían $ 4,000 (cuatro mil dólares) por su liberación.
“Ellas les dijeron que no tenían ningún trato conmigo, y al ver que no había quien pagara por mí, decidieron liberarme”, relata el joven matagalpino.
Pero fue una tortura, dice Erlinton, ya que lo amenazaron con entregarlo al cartel.
“Les decía que yo iba para Piedras Negras, Coahuila no para Estados Unidos. Llegué a creer que no iba a ver más a mis familiares. Saber dónde voy a quedar, decía. Fue una experiencia bastante dura. Logré salir libre y fue como nacer otra vez”.
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Gracias al apoyo de su amiga, Leonor Santiago, viajó de Nuevo Laredo a Piedras Negras; y después de tres meses, el 7 de septiembre de 2019, se entregó a las autoridades de migración y solicitó asilo político.
“Me metieron 5 días a las hieleras. De ahí me trasladaron a un centro de detención en Mississippi donde me tocó ir a la entrevista de miedo creíble con el ICE (Servicio de Migración y Aduana) pero no la pasé”.
Posteriormente fue llevado a un centro de detención en Louisiana, donde le dieron la oportunidad de exponer su caso ante un juez. “Me tocó una jueza que no me dejó explicarle razones, a pesar de que le decía que tenía pruebas y documentos para probar lo que había sufrido. Me negó el asilo. Me dijo que no tenía derecho a apelaciones y que mi única opción era la deportación”.
Antes de que eso ocurriera, Erlinton pasó un mes de espera en un centro de detención.
“Yo sentía que no podía. Desarrollé ansiedad y depresión. Me llevaron a un psicólogo. Él vio el caso tan fuerte que me transfirió a un psiquiatra que me recetó pastillas”.
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El muchacho matagalpino creyó que se quedaría loco. “Yo pensé que, al venir a este país, me iban a proteger, pero darme cuenta de la injusticia y que no valoraron el peligro que corría, me hizo sentir demasiado triste”.
Recordaba que Donald Trump hablaba de que apoyaba al pueblo de Nicaragua e impuso sanciones contra la dictadura, pero a quienes salían les negaba una oportunidad de tan siquiera ser escuchados. “En esa época hubo muchos deportados”.
El 22 de enero de 2020 llegó deportado a Nicaragua dentro de un grupo de 60 inmigrantes.
“En el aeropuerto, había policías, perros, estaban los medios de comunicación, los canales oficialistas. Alcancé a decir que nos decían, nada de hacer desorden como ‘los tranqueros’. Tranqueros nos llaman a los opositores. Es una forma de decirnos terroristas”.
Estaba tan nervioso al descender del avión que empezó a temblar. “¿Por qué tiembla? me preguntó un policía. El aire del avión estaba muy frío, les respondí”.
Enseguida lo sometieron a un interrogatorio: “¿quién te ayudó? ¿quién te financia? ¿por qué saliste?… Sabías que tienes acusaciones por incitar el odio y destruir bienes públicos”.
Erlinton recuerda que les dijo a las autoridades que se fue a Estados Unidos porque perdió el empleo y negó que hubiera destruido bienes públicos.
Lo dejaron en libertad, con la advertencia de que tenía que reportarse a la policía y de no hacerlo, sería considerado un fugitivo.
Cuenta que, durante 9 meses, vivió en 7 casas diferentes. Y después de su dura experiencia en EE UU, nunca pensó en regresar, pero el miedo a que lo torturaran o desaparecieran en Nicaragua, lo hizo volver a intentarlo.
“Yo sabía que no existía ningún futuro, mientras existiera la dictadura. Así que por supervivencia, asumí el riesgo de salir. Esta vez ya conocía los peligros, fui más precavido y evité las ciudades por las que ya había pasado por México”.
En marzo de este año salió de Nicaragua y el 30 de mayo solicitó asilo en la frontera sur por Tijuana.
“Hubo un trato mejor a la hora de solicitar asilo, aunque me encontré con una persona bastante grosera. ¿Por qué saliste de tu país?… persecución política. Estoy aquí para salvar mi vida, respondí. Todo mundo viene con las mismas mamadas. ¡Ya cállate!, me dijo impaciente el oficial de migración en la frontera”.
Erlinton pasó 7 días en una hielera mezclado con 40 personas, lo que lo llevó a adquirir covid-19.
“Estuve 15 días en el hospital con fiebre, dolor en el pecho, los pulmones y perdí el olfato. Cuando me recuperé, me devolvieron a la hielera. Luego me llevaron otros días a unas instalaciones de la Patrulla Fronteriza en Chula Vista y de ahí al Centro de Detención de Otay Mesa”.
El 9 de julio, un mes y medio después de haberse entregado a las autoridades de migración en busca de asilo, lo dejaron en libertad para que peleara su caso fuera de la detención.
“Tengo fe en poder demostrar que temo por mi vida si permanezco en Nicaragua”.
Erlinton fue acogido por amigos en la ciudad de Ontario, California. “Aquí siento libertad, paz, duermo y salgo a la calle tranquilo sin temor de que algo pueda pasar. La situación es muy complicada para los opositores en Nicaragua”.
Su sueño es conseguir el asilo, regresar a la universidad para estudiar edición y producción audiovisual y aprender inglés.
Ha tenido el apoyo de organizaciones como WeCare de la pastora Ada Valiente, @AlOtroLado, Leonor Salgado y el abogado @GianfrancoDeGirolamo y Freedom House.
Artículo de La Opinión | Araceli Martínez Ortega
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