El obispo de la Diócesis de Matagalpa, monseñor Rolando José Álvarez Lagos, fue contundente, desde la perspectiva de la doctrina social de la iglesia, en su mensaje durante la Misa Crismal de este Jueves Santo: “la iglesia está comprometida con la salud y la vida”, afirmando también que “la iglesia no pretende poder político, ni basa su acción pastoral sobre el poder político…”.
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Durante la celebración litúrgica en la que son renovados los votos sacerdotales -esta vez con la catedral San Pedro Apóstol cerrada y sin la asistencia de fieles, como precaución ante la amenaza de la pandemia del covid-19- el obispo disertó sobre el ministerio sacerdotal y las acciones de la iglesia para contribuir con la conversión y salvación espiritual de la humanidad.
Sin embargo, refirió el jerarca católico, la iglesia contribuye al “camino de conversión, al proyecto de Dios, lo hace con su testimonio y su actividad, como son el diálogo, la promoción humana, el compromiso por la justicia y la paz, la educación, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres y a los pequeños, salvaguardando siempre las prioridades de las realidades trascendentes y espirituales, que son premisas de la salvación escatológica”.
“La iglesia no pretende poder político ni basa su acción pastoral sobre el poder político ni entra en juego de los diferentes partidos políticos ni se identifica con ningún partido político; pero, la iglesia tiene que decir su palabra autorizada, aún en problemas que guardan conexión con el orden público”, enfatizó monseñor Álvarez.
Aunque el obispo no lo mencionó, el Ministerio de Salud (Minsa) bloqueó el proyecto de crear un call center y seis Centros de Prevención Medica (CPM) que el domingo 5 de abril propuso la Diócesis de Matagalpa para hacer frente a la amenaza del Covid-19 en el país.
El buen samaritano
Pero, refiriéndose a esa pandemia que ha causado miles de muertos en el mundo y a los médicos que luchan por salvar vidas, monseñor Álvarez comparó la parábola bíblica de El buen samaritano con el juramento hipocrático redactado en la Convención de Ginebra en 1948, señalando que “aunque hay un intervalo de siglos entre su juramento hipocrático y esta parábola, existe entre ambos un nexo común: los dos dan cauce a una preocupación común, la defensa de lo que podemos llamar el evangelio de la vida, una defensa que brota de un interés y un respeto profundo por la persona humana y por su dignidad”.
“¿Cuál es la respuesta que damos como iglesia ante ese cuerpo de la humanidad que yace herido y asaltado a la vera, al margen, al borde del camino?… ¿No tendríamos que cuidar el cuerpo de la humanidad hasta que recobre su salud?”, se preguntó el obispo.
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Agregó que la iglesia debe ser solidaria con el que sufre, pero dejó claro que “la solidaridad no es motivo de grandes discursos. Al contrario, es la determinación firme a empeñarse por el bien común, es decir, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos, la solidaridad nos lleva a sabernos y a sentirnos verdaderamente responsables unos de otros. Quien no se siente responsable de los otros, quien no se siente de alguna manera responsable de quienes han muerto a través de esta pandemia o víctima de ellas, quien no siente que necesita dar una respuesta, a aportar su cariño y su hallazgo ante los cienes de miles que sufren en el mundo entonces tendría que revisar seriamente su solidaridad, su corresponsabilidad. No podemos ser espectadores silenciosos, temblorosos, temerosos de comprometernos por no mancharnos las manos, como se dice popularmente, para no meternos en problemas”.
“La iglesia está comprometida con la salud y la vida… para nosotros como iglesia atender, velar, prevenir a los más débiles, a los más vulnerables, a los más pobres, es un deber evangélico, es parte de nuestra propia naturaleza evangélica y humanitaria, es una obligación de amor. En verdad os digo, cuánto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, expresó el obispo.
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