Cierra puertas y ventanas. Suena la música y baila en la sala de su casa en Matagalpa. “Lo hago cuando estoy contenta, pero también cuando tengo penas… ahora mismo, necesito bailar”, dice sollozante la maestra María Lelia González Castillo, una de las más importantes figuras del arte y la cultura en la también llamada Perla del Septentrión, donde ha dedicado décadas a enseñar el baile flamenco y a brindar aportes a distintas causas sociales.
“Bailo en mi casa… para que mi corazón esté abierto al amor, que no esté abierto a ninguna cosa o pensamiento desagradable, para aliviar la pena”
“Bailo en mi casa… para que mi corazón esté abierto al amor, que no esté abierto a ninguna cosa o pensamiento desagradable, para aliviar la pena”, explica la profesora Lelia, como es conocida en Matagalpa, donde ha impartido clases del baile español a varias generaciones de matagalpinas. Algunas de sus exalumnas son abuelas, pero ella les sigue diciendo “mis niñas”.
Ya no baila en los teatros. “Es que mi misión siempre ha sido que sean las niñas las que bailen por mí”, señala con la sencillez que le impide admitir que bailando era una diva destilando elegancia y pasión en los escenarios de España, Nicaragua, Venezuela o Estados Unidos, entre otros países.
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La maestra Lelia nació en el municipio de San Dionisio en 1948. Ahí se habían establecido sus padres, el matagalpino Manuel González y la esteliana Gregoria Castillo, cuando se casaron. Después de ella nacieron Zeneyda y Noel, sus hermanos.
Decidida por una película

En aquél pintoresco poblado había un local donde los fines de semana proyectaban películas. Chiquita, de 4 años, Lelia vio una película de Mario Moreno, «Cantinflas», en la que una mujer gitana zapateaba sobre una mesa sonando además las castañuelas. Tanto le gustó la escena que “ahí mismo dije, yo quiero dedicarme a eso”.
La niña de cuatro años insistía en aquél baile, por lo que un pariente carpintero “hizo unas tapitas para que yo pudiera ponérmelas y hacerle así (simula sonar las castañuelas)”. La danza y el canto atraían también a algunas de sus primas que iban de vacaciones de Matagalpa a San Dionisio.
En aquél tiempo, los sacerdotes llegaban en misiones a San Dionisio y don Manuel, para darles cierta comodidad y privacidad, construyó una casita de madera en el mismo terreno de su vivienda, la cual servía como una especie de casa cural.
Veladas culturales
Cuando los sacerdotes terminaban la misión, la pequeña Lelia y sus primas organizaban veladas culturales. Unas bailaban, otras cantaban y hasta cobraban cinco centavos a los asistentes. “Yo bailaba con unas maracas”, recuerda.
Cerca de 1954, el sacerdote franciscano Fray Julián Luis Barney, organizaba veladas en el antiguo Instituto de Matagalpa, donde actualmente es la escuela El Progreso. Ahí bailó la pequeña Lelia, disfrazada de pajarito y «yo debo haber volado en mi imaginación». Aun suena en su memoria el canto: “vengan las flores, los pajaritos, oilí, oilí, oilá…”.
“Siempre bailé… tenía muy claro lo que quería y, al tenerlo claro, Dios me ayudó y me fue poniendo los elementos para lograrlo”, dice la maestra Lelia, quien estudió en el Colegio San José en Matagalpa.
Viaje a España

Una de sus tías, doña Mena Rodezno, tenía una colección grandísima de música clásica española. Luego, ya adolescente, la maestra Lelia comenzó a comprar sus propios discos y la decisión de estudiar ese tipo de baile fue más fuerte. A los 19 años partió a España, para cumplir su sueño.
«No era feliz»
Sin embargo, iba condicionada. Tenía que estudiar también una carrera distinta, pues sus padres le interrogaban: “¿cómo vas a vivir de bailar?”. Fue así que también estudió un par de años de Filosofía y Letras, pero “me quitaba tiempo para estudiar el baile y lo dejé. Mi papá y mi mamá me entendieron porque yo no era feliz”.
En el Conservatorio Superior de Música, Arte Dramático y Danza estudió Baile Regional, Flamenco y Clásico Español, lo mismo que Escuela Bolera del siglo XVII y Bailes Barrocos del Siglo XVI y XVII.
“Mi sueño era tener una escuela y tener a muchas niñas que pudieran estudiar sin que les costara nada”, cuenta la maestra Lelia.
Durante más de 12 años de estudios, fue alumna de prestigiosas personalidades del mundo del flamenco, incluyendo a Adelita Domingo, Eloísa Albeniz, Pepe Ríos, entre otros.
Mención de honor
En 1970, la maestra Lelia se inscribió en el III Certamen de Sevillanas organizado para la Feria de Abril de ese año en Sevilla. Competía con decenas de parejas y “decían que no iba a pasar del primer día”. Sin embargo, estuvo en el certamen durante la semana de la feria y quedó entre las finalistas. El Ayuntamiento de Sevilla le otorgó un título con mención de honor.
Pudo haber más de 70,000 personas en la Plaza de España en Sevilla, era inmenso (la cantidad de asistentes) y fue tanto el clamor de la gente que me dieron mención de honor y es la única vez que la han concedido en la historia del certamen”.

La sevillana y el amor
El baile la llevó al amor de su vida. La maestra recuerda que en 1969 fue a una fiesta de universitarios en la que vio llegar a un joven y de inmediato supo que “me voy a casar con él”. Antonio Lupiáñez Álvarez ni siquiera lo imaginaba.
“Me las ingenié para que se diera cuenta de que yo existía. En la fiesta solo estaban poniendo música hispanoamericana… entonces le dije a mis amigos ‘pongan una sevillana’ y bailé una sevillana. Él dijo: ‘¿Cómo es que esa filipina baila sevillana?’, entonces se fijó en mí y unos días después comenzamos a salir”.
Desde entonces, Antonio “es mi mejor crítico y el más exigente y eso hace que las cosas tengan calidad. Él es sevillano y conoce muy bien el baile flamenco”.
Nada fácil

En 1971, la maestra Lelia volvió a Nicaragua y quiso abrir una escuela de baile español en Matagalpa, pero esa vez solo una niña fue matriculada para las clases que le impartió durante dos meses. El pago de esta niña fue donado al sacerdote franciscano Aquiles Bonucci, recuerda.
Luego, la maestra decidió ir a Venezuela a trabajar más duro y su empeño le valió numerosos artículos en prestigiosas revistas de la época. Volvió a intentar en Matagalpa y 21 niñas atendieron la invitación a matricularse.
Antonio continuaba en España y en octubre de 1972 viajó a Nicaragua para pedir la mano de su amada Lelia, con quien contrajo nupcias el 16 de julio de 1973 en la Basílica Macarena de Sevilla. La pareja tuvo dos hijos: Andrés Antonio y Lelia Isabel, quienes ahora son arquitectos, como su padre.
Tercer intento
Por tercera vez intentó la maestra Lelia establecer su escuela de baile y un poco más de 60 niñas se inscribieron. “En la vida no todo es llegar y pegar, sino que todo tiene un proceso y lo mío me costó mucho, pero también es bueno, porque eso (la dificultad) te hace fuerte”.

Entre viajes a España, el matrimonio Lupiáñez González se quedó definitivamente en Matagalpa a partir de 1985. Los viajes a la tierra de Antonio fueron solo para visitar a familiares y la escuela de la maestra Lelia no ha tenido más interrupciones desde entonces, llegando a tener, por momentos, hasta más de 200 alumnas matriculadas.
Para obras benéficas
La primera vez que la maestra Lelia llegó para presentar su baile en Matagalpa, el costo de admisión era de cinco córdobas. Con el dinero obtenido pagó el uso del teatro y a la orquesta que tocó en vivo. Posteriormente, todas sus presentaciones, sin excepción, han sido para apoyar distintas obras de beneficencia, principalmente para hogares de ancianos, comedores infantiles, actividades benéficas de los clubes de Leones, entre otras.
Cuando le otorgaron el premio del Ayuntamiento de Sevilla, haber bailado para los reyes de España y un sinnúmero de personalidades del mundo diplomático, están entre muchísimos momentos inolvidables para la maestra Lelia, aunque el fin benéfico hace que cada una de sus presentaciones sea definitivamente especial.
Conocer otra parte de la vida
“Hemos ido haciendo festivales para recaudar fondos y ayudar a los presos, porque conozco las cárceles, no solo aquellos galerones sucios donde hay hasta 600 presos, sino aquellas celdas donde solo pueden sacar las manos por un cuadrito. Ahí he llevado también a mis alumnas, para que conozcan no solo el color, el teatro, la luz, el aplauso, sino la otra parte de la vida, que mientras unos bailamos y nos iluminan los reflectores, otras personas sufren en otros lugares, lo mismo en la cárcel que en los hospitales o en el campo”, refiere la maestra Lelia.
Cada año organiza y entrega ayuda a familias pobres en las zonas rurales en San Dionisio y “todos los valles que conocí en mi niñez”. En 1998, el Huracán Mitch impidió que pudiera recaudar fondos. Pero, ese año, amigos de su marido en España le enviaron dinero y “ese año fue el mejor. Pensé que no podría hacerlo, pero la lección es que Dios permitía que otras personas colaboraran con la obra… es cierto que he hecho y me he sacrificado mucho, pero detrás de mí hay muchas personas que han apoyado esta labor”.
Una velada organizada por Fray Aquiles Bonucci para desplazados por el terremoto de Managua en 1972; festivales para recaudar fondos para religiosas de distintas órdenes; el festival “un sueño para Camila”, las pastorelas navideñas, entre otros, han sido algunos de los que más han impactado a la maestra Lelia.
Costura y cocina
De su madre, doña Gregoria, la maestra Lelia aprendió costura, pero también le fascina cocinar. Le encanta el gallopinto y la carne en vaho, aunque también la comida española. “Todo lo que cocino es bien delicioso, porque me enseñaron mis cuñadas, mis vecinas y entonces tuve buenas maestras, y en mi casa quien cocina soy yo”, dice sonriente, enfatizando que “soy una cocinera y costurera”.
“Hasta que ya no pueda”
Bailar y enseñar el flamenco ha sido su vida. El desgaste óseo le provoca dolores que el mismo baile le calma. Ya planea las próximas presentaciones de las pastorelas navideñas y no piensa en el retiro.
“Impartí clases aun con mi primer embarazo que fue de alto riesgo, he dado clases en muletas… entonces yo creo que me retiraría hasta que ya no pueda hacerlo del todo”, apunta.
“Cuando bailo se me olvida todo, porque cuando uno baila está toda el alma, la vida, el cuerpo, todo tu ser está metido en la música, entonces no hay cabida para nada más que para esa unión del ser y del sentimiento”, expresa la maestra Lelia.
Múltiples reconocimientos
La maestra Lelia conserva con cariño especial decenas de diplomas y pergaminos. Entre los múltiples reconocimientos recibidos, fue nombrada Ciudadana Notable de Matagalpa durante la administración del alcalde Jaime Castro Navarro.
Asimismo, fue distinguida entre los Personajes del Siglo en Nicaragua, por un comité que le condecoró en el festejo por la llegada del nuevo milenio en el 2000.
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