El padre Nils de Jesús Hernández de la Llana no olvida sus raíces. Aunque hoy vive en Estados Unidos, donde fue ordenado sacerdote y sirve en la Parroquia Reina de la Paz, en Waterloo, Iowa, su vocación germinó en Nicaragua, entre la carpintería de su padre, las tortillas de maíz de su madre y la lucha silenciosa pero firme de su comunidad contra las injusticias.
“Yo soy pinolero, por gracia de Dios, pero el sandinismo me da asco”, dice sin rodeos.
Su testimonio se abre paso entre memorias intensas de la revolución sandinista que prometía justicia, pero que para él terminó encarnando traición y persecución. Un primo hermano suyo, Luis de la Llana Ojeda, murió combatiendo en el llamado Frente Sur Benjamín Zeledón el 14 de julio de 1979 y fue nombrado “héroe de la revolución”. Incluso, el barrio en Nagarote lleva su nombre. Décadas después, sus familiares fueron perseguidos por denunciar las nuevas injusticias del mismo régimen que antes defendieron.

La conciencia social del ahora padre Nils fue creciendo desde la infancia. Tenía apenas 11 años cuando lo marcaron las noticias del asesinato del doctor Pedro Joaquín Chamorro, considerado Mártir de las libertades públicas. Más tarde, ver a su padre, Julio César Hernández Sánchez, levantar un machete para evitar que el Ejército reclutara a uno de sus hijos dejó una huella imborrable.
“Mi papá tenía incapacidad auditiva —relata—, pero se hizo oír cuando defendió nuestra dignidad. ‘A mi hijo no lo sacan de aquí. ¿Por qué lo van a sacar de aquí? Mi hijo no es un criminal. Él no tiene que ir a matar a nadie’, dijo. Y eso me formó”, cuenta el padre Nils desde la Parroquia Reina de la Paz, en Waterloo, donde sirve como párroco desde 2020.
Su infancia transcurrió en el taller de ebanistería de su padre en Nagarote, departamento de León. “Mis juguetes eran martillos, clavos, serruchos… Yo no tuve muñecos, jugaba con herramientas”, cuenta. Pero admite, con humor, que eso no lo volvió carpintero.
“Hasta hoy no sé cuántas pulgadas hay en un metro, una yarda o en una cuarta. Gracias a Dios existe internet, porque yo no aprendí a medir nada”, bromea.
Aun así, dice con orgullo que su padre fue uno de los mejores ebanistas de Nagarote, y que su madre, Rosa Victoria de la Llana—una mujer de manos laboriosas y alma firme— fue el hombro incondicional de ese hogar.
La Iglesia también fue un espacio clave en su crecimiento. Activo en su parroquia desde joven, Nils participó en movimientos carismáticos y vivió de cerca las tensiones políticas que también se expresaban dentro del clero.
En la Diócesis de León, fue seminarista bajo la guía de monseñor Julián Luis Barni Spotti, quien incluso lo defendería cuando los reclutadores del entonces Servicio Militar Obligatorio pretendían llevárselo del seminario en 1986. “Monseñor Barni se plantó y les dijo: ‘Aquí nadie entra. Sobre mi cuerpo sacan a estos muchachos’. Monseñor Barni era una persona muy fuerte y se les opuso”, recuerda.

Un año después, su vocación lo llevó a aspirar a ser franciscano y llegó a Matagalpa. “Nunca imaginé estar en Matagalpa, pero me encantó Matagalpa”.
En esta ciudad septentrional, Nils comenzó a estudiar el quinto año de secundaria en el Colegio Diocesano San Luis Gonzaga, el más antiguo de de Matagalpa y uno de los más prestigiosos del país.
Fue en ese colegio donde vivió uno de los episodios que marcaron su vida y vocación. Nils fue elegido vicepresidente estudiantil en medio de un clima de tensión por los reclutamientos forzosos al servicio militar. Cuando intentaron llevarse a estudiantes, él encabezó un paro de 72 horas, redactó una carta de protesta junto a otros alumnos y la envió al Sexto Comando Militar Regional del Ejército Sandinista. El entonces obispo de Matagalpa, monseñor Carlos Santi, le ordenó levantar el paro. Nils se negó.
—Hernández, levante el paro —le dijo el obispo Santi.
—¡No! Usted es el obispo… —respondió Nils.
—Usted puede quedar expulsado —interrumpió el obispo.
—Expúlseme, pero no levanto el paro… Esto es una injusticia y no puedo doblegarme.
Aquella confrontación lo convirtió en blanco de persecución. Finalmente, llegó al municipio de Matiguás, donde encontró otro capítulo de su vocación, pero lo describe como “duro, difícil”, porque “mi vida podía terminar”.
El franciscano de origen salvadoreño, Fray Tomás Zavaleta, OFM, tenía 40 años cuando llegó a Nicaragua el 10 de abril de 1987. Poco después llegó a Matiguás, donde rápidamente se ganó el cariño de la feligresía católica y los pobladores en general.

El 3 de julio de 1987, Fray Tomás junto al sacerdote franciscano, Fray Ignacio Urbina, salieron de Matiguás con dirección a la comunidad La Patriota para buscar a unas colaboradoras de la iglesia. Cuando volvían en una camioneta roja que manejaba el sacerdote salvadoreño, los explotó una mina antitanque TM-62M.
Fray Tomás murió de inmediato. Fray Ignacio quedó gravemente herido. Las colaboradoras, identificadas solo como Emperatriz y Digna sufrieron lesiones producto de la explosión. El atentado fue atribuido a la Contra.
Nils recuerda la conmoción que causó en Matiguás y en el país entero el asesinato de Fray Tomás.
Pero, ese año, el padre Nils también vivió uno de los episodios que acrecentaron su vocación. “Viví una de las misas crismales más bellas de mi vida”, afirma.
Ir a Matiguás, dice Nils, “yo sabía que era nueva trayectoria en mi vida, una vida de lucha, de sacrificio, de silencio, que no podía decir nada, y el silencio era ofrecérselo al Cristo Crucificado, pero que este me iba a dar algo más grande”.

El padre Nils recuerda el pasaje bíblico de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cuando algunos fariseos le pidieron que hiciera callar a sus discípulos. “Les aseguro que, si ellos se callan, las piedras gritarán”, respondió Jesús. Esa frase lo ha acompañado siempre.
“Yo sabía que esta historia iba a ser distinta —explica con la voz entrecortada—. Dios estaba escribiendo un capítulo diferente en mi vida… pero era un capítulo duro, muy difícil. Uno en el que mi vida perfectamente podía haber terminado”.
Hace una pausa larga. El recuerdo le desborda. “Es que hemos llegado a un capítulo muy fuerte”, dice, tratando de contener el llanto. Entre sollozos continúa: “Hubo muchas denuncias. Los sandinistas hicieron cosas terribles. Si hablamos de crímenes de lesa humanidad… ¿quién va a ir a cada pueblo, a cada comunidad, a recoger los testimonios de tantos crímenes cometidos? Porque sí, son crímenes”.
“Hay gente que nadie ha llegado a sus vidas para que cuente que hay crímenes que nadie sabe y no quiero profundizar más porque hay tanto dolor, llegar más profundo es muy doloroso. Es por eso que mi lucha es incansable y yo no dejaré de luchar”, afirma.
El exilio de Nils llegó en 1988. En Nicaragua, fue laico y seminarista; en Estados Unidos, se convirtió en sacerdote. “Dios me llamó en Nicaragua y me ordenó en Iowa”, explica.
Hoy, desde la Parroquia Reina de la Paz en Waterloo, Arquidiócesis de Dubuque, mantiene una lucha por la dignidad de los migrantes y del pueblo nicaragüense.
Hoy, desde la Parroquia Reina de la Paz en Waterloo, perteneciente a la Arquidiócesis de Dubuque, su compromiso no ha menguado. Sigue luchando por la dignidad de los migrantes y del pueblo nicaragüense, especialmente de quienes han sido víctimas de represión.
Entre el 27 y el 29 de mayo, ha convocado a un triduo de misas y Hora Santa “por las víctimas de la represión sandinista y la unidad del exilio nicaragüense”.
En el altar levantado en su parroquia, rinde homenaje a “la juventud valiente que no se rinde” y a las madres que lloran a sus hijos asesinados el 30 de mayo de 2018.
La escena que ha creado es simbólica: un sepulcro abierto, representando la Resurrección de Cristo. A la izquierda, junto a la bandera de la Iglesia, una imagen de la Purísima se posa sobre tres adoquines y una bandera de Nicaragua. Cada objeto encierra un recuerdo y un significado.

Los adoquines, por ejemplo, evocan los tranques que levantó el pueblo en 2018. “Cuando Nicaragua protestaba y yo no podía estar allá, compré 50 adoquines e hice mi propio tranque aquí, en la casa cural”, cuenta. La Virgen, que le llegó providencialmente el primero de abril, presidía ese altar improvisado.
“El cura no va detrás. El cura va al frente. Huele a las ovejas, como dijo el Papa Francisco. Y yo no dejaré de alzar la voz”, afirma con firmeza.
El padre Nils es, sin duda, una de las voces más firmes del exilio. En sus homilías recuerda que, si los profetas callan, hablarán las piedras. Y él, por ahora, se rehúsa a callar.
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