Semana Santa vigilada e “incompleta”: el viacrucis que no pudo continuar en Matagalpa

Sin procesiones ni misa crismal, los católicos en Matagalpa viven su fe bajo vigilancia y restricciones

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El viacrucis de los niños de cada Lunes Santo fue realizado este año en el interior de los templos. © Mosaico CSI | Archivo

Nada fue igual este Domingo de Ramos. Aún con la esperanza de encontrar algo de normalidad, Josefa -cuya identidad real es otra, pero que omite por temor a represalias- llegó muy temprano a su parroquia, en la Diócesis de Matagalpa, en Nicaragua. Quería obtener palma bendita, como cada año. Con esa palma, tejida en forma de cruz, los católicos suelen adornar las entradas de sus casas, confiando en que traerá protección y bendiciones. 

Pero esta vez, la procesión quedó limitada a los muros del templo. No hubo recorrido por las calles.

Desde hace tres años, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha prohibido las procesiones públicas en Semana Santa, bajo el argumento de prevenir alteraciones al orden público. Sin embargo, los fieles interpretan estas restricciones como parte del cerco impuesto a la Iglesia católica.

“Eran procesiones grandes… Ahora todo es callado, como que tuviéramos que hacer las cosas escondidas”, comenta Josefa. En algunas parroquias que cuentan con patios amplios o terrenos cercados, las comunidades han logrado realizar las celebraciones dentro de sus predios, sin cruzar los portones.

Durante toda la Cuaresma, las parroquias también han debido suspender los viacrucis en las calles. 

Hartos de restricciones y de manera espontánea, un grupo de católicos organizó un viacrucis en un barrio de Matagalpa. Tenían listos los alteres en las estaciones en los frentes de sus casas. La caminata apenas había alcanzado la segunda estación cuando una patrulla policial llegó para ordenar la suspensión de la procesión. Sin más opción, las familias recogieron todo y regresaron a sus hogares en silencio.

“Íbamos caminando con respeto… pero llegaron los policías como si iban a meter presos a todos, y nosotros solo queríamos revivir el camino de Jesús”, relata uno de los vecinos que también prefiere el anonimato para evitar problemas con el régimen Ortega Murillo.

Los cambios han alcanzado todas las actividades. En años anteriores, el Martes Santo, grupos de jóvenes participaban en un retiro espiritual en La Cartuja, el centro diocesano de pastoral ubicado a las afueras de Matagalpa. Desde ahí partían en peregrinación hacia la catedral San Pedro Apóstol, en lo que se conocía como el viacrucis juvenil. Este año no podrán hacerlo de esa manera. 

El régimen confiscó La Cartuja a inicios de 2025 y la convirtió en una extensión de la Universidad Nacional Agraria.

Tampoco hubo viacrucis infantil el Lunes Santo, porque también fue reducido al interior de las parroquias.

Y la Semana Santa avanza sin uno de sus ritos centrales: la misa crismal. La Diócesis de Matagalpa no incluyó esta celebración en su calendario de este año. En esa liturgia, el obispo consagra el santo crisma y bendice los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. También representa un momento clave para el clero, que renueva públicamente sus promesas y su obediencia. Sin esta misa, la diócesis queda sin los signos sacramentales que acompañan muchos de los ritos del año eclesial.

El año pasado, monseñor Carlos Enrique Herrera, obispo de Jinotega y presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, presidió la misa crismal en la catedral de Matagalpa. Monseñor Rolando José Álvarez Lagos fue desterrado después de permanecer preso.

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Pero monseñor Herrera tampoco está ya en el país. En noviembre, el régimen lo desterró a Guatemala junto con otros religiosos.

La ausencia del obispo sigue marcando esta Semana Santa. Monseñor Álvarez, quien el pasado 2 de abril cumplió 14 años como obispo de Matagalpa, permanece desterrado. En su catedral, los fieles solo podrán participar en una misa de la Cena del Señor, con lavatorio de pies, pero sin la solemnidad habitual ni la presencia del clero completo.

Además de las restricciones, persiste una vigilancia constante. Policías uniformados y agentes de civil han estado presentes en los alrededores de los templos durante todas las actividades religiosas. A ellos se han sumado los llamados “policías voluntarios”, juramentados en comunidades de todo el país, quienes también han sido vistos en las iglesias. 

“Ellos buscan amedrentar. Pero no lo consiguen, porque las iglesias siempre están llenas de fieles”, afirma Ronaldo, un laico comprometido con su parroquia.

Para muchos católicos, esta es una Semana Santa incompleta. Las expresiones de fe siguen vivas, aunque reducidas, vigiladas y confinadas. 

“Aunque nos cierren los caminos, seguimos creyendo. Pero duele”, dice Josefa, sosteniendo en sus manos una cruz de palma recién bendecida.

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