En las verdes y fértiles tierras de Jinotega, vivía un campesino que trabajaba la tierra con dedicación. En un rincón de su finca, junto a una quebrada cristalina, crecía un árbol viejo y torcido, cuyas ramas no daban ni sombra ni fruto, y servía solo como refugio para los gorriones y chicharras que alegraban el entorno.
Un día, mientras recorría la finca, el campesino pensó:
—Este árbol solo estorba. No me da leña, ni café, ni sombra útil. Mejor lo corto.
Decidido, tomó su hacha. Pero justo cuando iba a dar el primer golpe, los pájaros que vivían en el árbol comenzaron a trinar desesperadamente:
—¡Por favor, no lo derribes! Desde estas ramas cantamos para ti y para quienes pasan por el camino. Alegramos las tardes con nuestra música.
El campesino, indiferente a sus súplicas, alzó el hacha y comenzó a cortar. Con cada golpe, la corteza se desgajaba.
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Hasta que, de pronto, del tronco herido brotó algo inesperado: un dulce aroma llenó el aire.
Dentro del árbol, escondido, había un panal lleno de rica miel. El hombre quedó asombrado y pensó:
—¿Cómo pude ser tan necio? Este árbol, que creí inútil, tiene más valor del que imaginaba.
Desde entonces, el campesino cuidó aquel árbol con esmero, y cada vez que pasaba junto a él, los gorriones y chicharras le cantaban en agradecimiento.
Moraleja: Lo que parece inútil a simple vista puede tener un valor escondido que no sabemos apreciar.
Autor desconocido. Adaptación de Mosaico CSI
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