Los matagalpa y los sacrificios rituales: ¿mito o realidad colonial?

Escritos del Siglo XVIII mencionan hasta ocho sacrificios humanos por semana en el antiguo “Partido de Sébaco” que comprendía a los pueblos indígenas de Matagalpa, Muy Muy, Solingalpa, Molagüina, y Jinotega

Mosaico CSI
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Fray Antonio Margil de Jesús. Ilustración del libro libro “Vida portentosa del americano septentrional apóstol, el V. P. Fr. Antonio Margil de Jesús”. © Mosaico CSI

A inicios del siglo XVIII, el fraile franciscano Antonio Margil de Jesús caminaba por las agrestes tierras del centro-norte de Nicaragua. Descalzo, con su sotana raída y un crucifijo colgando al pecho, este sacerdote se propuso una misión nada sencilla: adentrarse en territorios donde las creencias ancestrales latían con fuerza y que a los ojos del clérigo representaban una amenaza espiritual. Tenía que erradicarlas.

Los matagalpa, habitantes de esas tierras, aislados por siglos, mantenían rituales que, a la vista de Margil, eran “diabólicos” e incluían hasta ocho sacrificios humanos por semana. Un testimonio que deja entrever un mundo mágico, oculto en cuevas y bosques, que resistía con cada paso la imposición de la fe cristiana.

Aquella visión europea del bien y el mal chocaría con las creencias ancestrales, y Fray Antonio las describía como prácticas paganas y rituales demoníacos de los indígenas, según los relatos de Fray Hermenegildo de Vilaplana, en su libro “Vida portentosa del americano septentrional apóstol, el V. P. Fr. Antonio Margil de Jesús”.

Esa obra, publicada originalmente en 1763, tuvo una segunda edición en 1775, y esta es una ampliación o revisión de la edición anterior en la que Vilaplana relata, en castellano antiguo —que presenta diferencias ortográficas, gramaticales y léxicas con el español moderno—, la llegada de Fray Antonio a León, a finales de mayo de 1703. Luego, el misionero franciscano partió por Telica (departamento de León) hacia el entonces Partido de Sébaco.

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Este relato, lleno de imágenes apocalípticas, presenta a los indígenas como partícipes de rituales macabros en los que no solo se ofrecía sangre humana, sino que la carne de las víctimas se reservaba para ser consumida.

Estas descripciones reflejan la incomprensión y rechazo hacia las prácticas de los matagalpas, que hacían ceremonias relacionadas con la naturaleza y sus deidades, prácticas que persisten en pueblos indígenas de la región, como el ritual de presentar a los bebés a la luna, sembrar y cultivar en determinadas fases lunares, entre otras.

Aunque las afirmaciones de Vilaplana son impactantes, no existen pruebas arqueológicas que confirmen la existencia de sacrificios humanos.

“Tampoco tenemos relatos, aparte del de Margil, de que había esos sacrificios humanos”, dice el antropólogo matagalpino Rigoberto Navarro Genie, con doctorado en prehistoria, antropología y etnología en la Universidad de Sorbonne en París, Francia.

Navarro explica que los misioneros de esa época “estaban viviendo la Inquisición (que se extendió de 1478 a 1834) en Europa y toda cosa que parecía sospechosa, o que tenía una connotación espiritual y poderosa que ellos (misioneros) no podían entender, era brujería y había que quemarlo”.

Un Adán y Eva en “el corazón de las tinieblas”

El relato de Vilaplana también introduce una figura simbólica: un Adán y Eva indígena, «hombre y mujer ya viejos» que, según el fraile, eran los líderes de estos engaños demoníacos, una interpretación que refuerza con la idea de que el Diablo ofrecía a los indígenas polvos, piedras y raíces para realizar maleficios.

Sin embargo, lo que Vilaplana interpretaba como brujería, probablemente hacía referencia al conocimiento medicinal de los pueblos indígenas y a su uso de plantas y minerales en ceremonias de sanación y caza.

En el libro “Conquistando lo invencible. Fuentes históricas sobre las culturas indígenas de la región Central de Nicaragua”, la belga Laura Van Broekhoven analiza el relato de Vilaplana y ofrece un contexto más amplio al señalar que “casi todos los elementos que acabamos de mencionar corresponden a características estereotipadas de la brujería europea. Por ejemplo, el cortar cuellos, los actos de canibalismo, o la transformación de humanos en animales y la convivencia en un tipo ‘Black Sabbath’. Fenómenos que se ven en las famosas reuniones de brujas europeas que, supuestamente, volaban en sus escobas para convivir entre ellas y ejecutar sus sortilegios. Por otro lado, varios de estos mismos elementos podrían también ser interpretados como vestigios de ritos y ceremonias o creencias de origen prehispánico, como son el transformarse en diferentes animales (veremos más adelante que eran animales como el tigre, mico, venado, etc., todos los cuales jugaban un importante papel en el mundo prehispánico), o el uso de polvos, piedras y raíces para manipular situaciones y gentes”.

La historia contada por Vilaplana sobre sacrificios y rituales oscuros, aunque poderosa, debe ser vista con escepticismo. Las pruebas arqueológicas y la comprensión más profunda de las culturas indígenas sugieren que lo que los misioneros interpretaron como brujería era, en realidad, una forma de espiritualidad que conectaba a los pueblos con su entorno natural.

Vilaplana en el libro biográfico de Fray Antonio, cuenta también de los indígenas matagalpa:

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