En un municipio rural de Nicaragua, donde la fe y la política se entrelazan en un conflicto cada vez más tenso, vivía «Joel» —nombre ficticio para proteger su identidad y seguridad— un monaguillo de 17 años cuya vida se ha convertido en un drama de resistencia y huida en medio de la represión del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo contra la libertad de religión y culto.
Joel encontró su vocación como servidor del altar hace cuatro años en una de las 43 parroquias de la Diócesis de Estelí. Iba a clases sabatinas de cuarto año de secundaria en la modalidad de Secundaria a Distancia en el Campo, pero, las misas dominicales y las celebraciones religiosas se convirtieron en el núcleo de su existencia, pues su anhelo es continuar formándose para ser un sacerdote franciscano de la Orden de Frailes Menores.
Servir como acólito en su parroquia fortalecía su vocación y le brindaba un sentido de pertenencia en su comunidad. Sin embargo, la aparente tranquilidad de su vida se vio interrumpida cuando el régimen Ortega Murillo intensificó la persecución contra la Iglesia Católica congelándole cuentas bancarias, cerrando centros educativos y universidades, encarcelando y desterrando sacerdotes, entre otros ataques. Monseñor Rolando José Álvarez Lagos, obispo de la Diócesis de Matagalpa y Administrador Apostólico de la Diócesis de Estelí, se convirtió en el foco del odio oficial.
La persecución no tardó en alcanzar a Joel. Al sacerdote de su parroquia lo acusaban de participar en protestas y al monaguillo adolescente también lo acosaba la Policía local. Lo que comenzó con interrogatorios sobre los movimientos del cura y la vida en la parroquia pronto escaló.
Joel fue abordado con ofertas de dinero para espiar y darles información sobre la iglesia. “Querían que les diera información que no era, y que fuera como un espía…”, recuerda el monaguillo. Ante su firme negativa, las amenazas se hicieron más severas, incluyendo el riesgo de encarcelamiento.
El acoso intensificó cuando al párroco lo encarcelaron en 2022. Ahora, ese cura es uno de los 43 sacerdotes del país que han sido desterrados por el régimen, por lo que a la parroquia llegó después un nuevo clérigo, como vicario parroquial.
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A Joel lo buscaban civiles y policías para exigirle información de todo tipo. “Me querían manipular y que todo lo que estuviera pasando en la iglesia, fuera bueno o malo, ellos lo querían estar sabiendo. Querían que les dijera absolutamente todo, si el padre iba a las comunidades, si llegaban otros sacerdotes a la parroquia…», dice el acólito.
Mientras tanto, le impidieron volver a estudiar. Joel admite que “falté dos sábados, entonces ya me dijeron que no podía seguir estudiando”. El monaguillo no sabe si fue una represalia directa por servir en la Iglesia, aunque tiene la sospecha, porque no a todos los alumnos les aplican la misma sanción por dos inasistencias.
Varias veces llevaron al monaguillo a la unidad municipal de la Policía, encerrándolo en una oficina donde lo interrogaban. En una de esas le exigían información sobre cuál era el santo patrono que celebra cada comunidad del municipio.
El 20 de julio reciente, optó por desplazarse y refugiarse en otra comunidad, pero la Policía iba a buscarlo en su casa y en la Iglesia. El temor de ser encarcelado hizo que el monaguillo emprendiera una arriesgada travesía: huir del país por veredas.
Ahora, en un país vecino, Joel se encuentra sin recursos, pero con la libertad que anhelaba. La situación en su comunidad natal es desoladora; la falta de sacerdotes obliga a los feligreses a esperar visitas esporádicas de clérigos de otras localidades.
Joel sigue buscando maneras de ayudar en las misas y continuar su vocación.
“Quisiera encontrar refugio o apoyo con alguna iglesia, para seguir ayudando en las misas, estudiar y ser un sacerdote franciscano”, expresa con esperanza.
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