¡Sí, así es! Nicaragua también tiene una leyenda de un jinete fantasma que se aparece por las noches y asusta a las personas que se encuentra por el camino, es la leyenda de Arrechavala.
Nacida en la ciudad de León, es una leyenda que se remonta a los últimos días de la colonia española, a pocos años de que Nicaragua se independizara, y es protagonizada por el coronel Joaquín de Arechavala y Vílchez.
La leyenda dice que, por las noches, en las calles empedradas de la ciudad de León, se escucha el paso galopante de un caballo adornado con montura de oro que es montado por el mismísimo coronel Arechavala que, con sus espuelas hechas también de oro, anima a su bestia para asustar a quien se encuentre en el camino.
Según una publicación de la página en Facebook, Nicaragua en la Historia:
El fantasma de Joaquín Arechavala y Vílchez es la leyenda sobre un militar español que fue Alcalde Mayor de León, Nicaragua, en 1790, y ocupo la Gobernación de la Provincia de Nicaragua entre 1813 y 1819.
Fue poseedor de una gran fortuna, mencionando la hacienda de Los Arcos y el ingenio San Jacinto. Cuenta la leyenda que por las noches se aparecía en la Calle Real de León vestido de militar cabalgando su yegua “La Cordobesa” lujosamente adornada, a su paso perseguía a los hombres trasnochadores para darles latigazos.
Sus tesoros fueron enterrados en diferentes lugares de la ciudad. Por sus abusos y malos tratos a los indios de Sutiaba se convirtió en un espíritu condenado.
Por su parte, la historiadora Milagro Palma pudo recoger en su libro “Senderos Míticos de Nicaragua”, de 1987, el relato de una pobladora de la ciudad de León, doña Mariíta, quien fue testigo de la aparición del “espanto de Arechavala”.
“Era una noche oscura, oscura, yo estaba sentada en la acera delante de mi puerta hacia eso de las once de la noche. En aquella época los americanos ocupaban el país. De pronto se oyó un ruido extraño, cuando de repente yo sentí que un tropel de caballos venía del (barrio) Laborío.
Mi casa era antes donde nació José de la Cruz Mena. Allí vivía yo, el caso es que oí el tropel de caballos que cogió para el lado de “la 21”, el cuartel. Ahí se paró y después solamente se oyeron los pasos de un soldado que seguramente dejó el caballo amarrado a un poste. Yo me decía ¿Quién será ese americano que viene por estos lados? ¡La sangre de Cristo! Y yo pidiéndole a Dios que no me fuera a decir nada por estar a deshoras de la noche en la puerta de mi casa. Yo me encomendé a todos los santos, ¡Santo Dios! Santo fuerte, santo inmortal ¡Líbrame de todo mal! Dios miíto, yo no sabía qué hacer.
Así fue, entonces, al pasar cerca de mi casa volvió a ver atrás y le vi el perfil que era de un hombre simpático. El siguió caminando. Después le oí sonar la espuela. ¿Qué cosa será eso? Me pregunté yo. Bueno, pero no le hice caso.
Siguió caminando hasta que llegó a la esquina de las Montenegro. Ahí se bajó y se paró en medio de la calle haciendo maniobras militares. Ya cogió él hacia la casa que ahora es de las Madrices. Golpeó, dio tres toques en la puerta y nadie abrió. Cuando dio otros tres golpes yo me dije: Ahí vive ese americano. ¡Qué extraño! Nunca lo había visto. La capa que antes era de color café al pasar delante de la casa, allá se miraba color turquí, azul prusiano. Después se paró en la propia esquina de las Matrices y volvió a hacer las mismas maniobras y agarró para el lado trasero del colegio San Ramón y la acera de la Asunción. Bueno, cuando estaba por llegar a la esquina para darle la vuelta al seguro, se encontró con un hombre.
Al ver eso yo me dije: Voy a esperar a aquel hombre para que me diga quien es ese soldado que va allá. Cuando el hombre se aproximó le pregunté:
– ¿Viste aquel americano que va allá?
– No –me dice-, no he visto a nadie.
– ¿Cómo no, si lo acabas de encontrar?, hasta te topaste con él, cómo vas a creer, hasta te escapaste de caer– le dije yo asustada.
Pero él insistió que no había visto nada y me dijo que lo que yo había mirado era seguramente a Arechavala.
Efectivamente, Arechavala había dejado su caballo cerca de mi casa. Ya con miedo cerré la puerta, me fui acostar, me dormí, y me puse a soñar con el señor que vivía conmigo, que era zapatero, Félix me decía:
-María, ve quien viene ahí.
– ¿Quién? –le dije yo asustada.
– El coronel Arechavala – me respondió.
Pero fue diciéndome eso y sentí en sueños que el hombre me llevaba para adentro de mi casa. Ahí nomás me desperté. Cuando yo me desperté me puse a rezar y a rezar. Ya no hallaba qué santo bajar del cielo.
Entonces mi casa era de dos piezas. Había una puertecita que comunicaba las dos piezas. Cuando yo me desperté del sueño, vuelvo a ver por la puerta y diviso la silueta de Arechavala proyectada en la pared de mi casa, de la salita, con los brazos extendidos como lo había visto en la realidad. Yo quería gritar, pero me dije: ¡qué jodido, no debo gritar, tengo que tener valor! La gente va a decir que soy una miedosa.
Yo estaba con mi muchachita, la Leticia, y ya no pude contenerme más. Cuando iba a comenzar a gritar el hombre dio la vuelta, y se fue, yo oí “tas, tas, tas”, sus pasos. Entonces se abrió la puerta, se montó en el caballo que, resoplando salió y hasta que relinchaba el jodido. Ya cogió para el Laborío de donde él había venido, mas para allá se topó con una mujer, y lo mismo, quiso hablarle, pero elle tuvo miedo y se metió a su casa.
Después dicen que llegó allá por “las cuatro esquinas”, en la calle real cogió para el Chinchunte y en ese callejoncito, cuenta la gente que él platicaba con una muchacha que era loca. Salió de ahí y siguió caminando para el “platanal”. Dicen que lo encontraron en el camino del “pochote”. Al día siguiente fui a la venta a contar lo que me había pasado y me dicen:
– ¡Qué pálida que venís Mariíta!
– ¡Eh!, si no he dormido ni una gota en toda la noche, hermana, porque me pasé soñando tonteras y viendo fantasmas, vi a Arechavala –le respondí yo.
Entonces ahí mismo hubo toda clase de comentarios y me comentaron que también habían visto a Arechavala, ahí por el rastro. Iba en su caballo que era un diantre, pegaba unas carreras como que lo iban siguiendo…”
De igual manera, el diario La Prensa, en una publicación del 21 de enero de 2018, dedicó un artículo titulado, “La verdadera historia de Joaquín Arechavala y su caballo (que era yegua)”. En dicho trabajo explican lo siguiente:
El coronel Arechavala era el jefe de las milicias españolas en León, la capital de la provincia de Nicaragua, cuando se declaró la independencia de Centroamérica de España en septiembre de 1821. La última actuación de Arechavala fue firmar el Acta de los Nublados, un documento que el 28 de septiembre de 1821 emitió la intendencia de León en reacción al acta de independencia. Y el nombre del escrito se debió a que, procurando proteger sus intereses, económicos, los firmantes indicaban que se independizaban de España “hasta tanto se aclaren los Nublados del día”.
La Leyenda del caballo de Arechavala, se comenzó a forjar alrededor del coronel Joaquín Arechavala muchos años después de su muerte, dos años después de la independencia, el 13 de octubre de 1823, en León. Algunos ubican el surgimiento de esta leyenda en los años finales del siglo XIX, poco antes de los 1900, cuando se practicó bastante el esoterismo.
El historiador leones Manuel Noguera explica que la leyenda estaría basada sobre dos ejes. Primero, Arechavala era muy rico y las personas empezaron a decir que, como en los años previos a la independencia había muchas revueltas, los adinerados protegían su dinero enterrándolos en botijas.
Pero, según sus descendientes, todo su capital fue distribuido entre sus hijos y nietos legítimos. “No dejó oculto ni botijas ni entierros. Toda esa leyenda de aparecido y entierros es producto de la fantasía popular”.
La segunda razón por la que el historiador Noguera considera que la figura de Arechavala fue convertida en un espanto, es porque, como jefe militar español, en una época de gran convulsión en la que había revueltas en contra de la colonia, el mismo Arechavala recorría las calles de León montado sobre su animal favorito, una yegua blanca llamada la Cordobesa. Eran días en que solo los españoles podían montar caballos y Arechavala se veía imponente en su bestia. A Arechavala le gustaba montar caballos de raza pura qué mandaba a traer de Andalucía.
Pero, según un trabajo periodísticos publicado el 2 de junio de 2024 en el portal de noticias, Darío Medios, la leyenda de “Arechavala” tiene otro origen:
Salomón Somarriba, tataranieto de Arrechavala reveló que el cuento surge porque los contrabandistas de tabaco de Honduras inventaron el “espectro” para introducir mercadería prohibida a Nicaragua. Las noches eran propicias para el propósito de los comerciantes ilegales. Los soldados de caites salían despavoridos por el ruido de las carretas.
El tataranieto de Arrechavala asegura que murió en León, pero no precisó si su cuerpo haya sido enterrado en la Catedral o en la Iglesia de La Recolección.
Exista o no un fantasma del coronel Arechavala, su leyenda fue tan popular que sigue siendo contada por los abuelos y abuelas de la ciudad de León, casi 300 años después de su fallecimiento e incluso, el cantautor Carlos Mejía Godoy lo menciona en una de sus canciones más populares: La Tula Cuecho.
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