En la bulliciosa ciudad de San José, Costa Rica, Dámaso Jussette Vargas, activista feminista y defensora de derechos humanos, encuentra un refugio en medio de la incertidumbre. Desde que cruzó la frontera nicaragüense hacia Costa Rica, el primero de marzo de 2019, su vida ha sido una amalgama de desafíos y momentos de solidaridad.
La discriminación en distintos escenarios, incluyendo buses y entidades públicas, es algo que esta defensora de mujeres y personas LGBTIQ+ enfrenta constantemente, aunque con “sube y baja”, explica.

Vargas cuenta que “de repente sí, como que estoy en lugares muy seguros, pero, a veces (…) cuando salgo de mi burbuja, cuando voy al mundo real, cuando me toca subir al bus, cuando me toca ir al banco, ahí vivo experiencias pues, donde la gente ha sido capaz de obviar que en mi Dimex (Documento de Identidad Migratoria para Extranjeros) hay una identidad reconocida ya por el Estado de Costa Rica”.
“Una vez en un lugar me dijeron como que mi nombre estaba malo, que había algo malo en mi nombre, cuando yo le pregunto qué es, no me dice nada”, recuerda Vargas con una mezcla de indignación y resignación en su voz. “No está exactamente escrito como sale en tu Dimex», le espetaron. Una excusa, entendió ella, para discriminarla abiertamente y negarle el servicio que buscaba.
Sin embargo, Vargas encuentra fortaleza en las relaciones que ha cultivado en su exilio.
«Lo más bonito que me ha sucedido en el exilio ha sido encontrarme con gente que me quiere, gente que me cuida, gente que me aprecia», confiesa con gratitud. “Eso para mí ha sido como como una oportunidad bonita de crecimiento”, agrega.

Su lucha por la aceptación y la igualdad persiste. Vargas reflexiona sobre la complejidad de existir en un mundo que parece haber sido diseñado para ignorar su identidad. «El mundo es difícil y es complejo», admite.
Es bastante duro existir en un mundo en el que todo ha sido generado como un punto donde alguien decidió que solo íbamos a existir hombres con pene y mujeres con vulva».
Dámaso Vargas, defensora de derechos humanos.
Vargas, sin embargo, se aferra a la esperanza y al legado de aquellos que han luchado antes que ella.
«Pienso en todas las personas que han hecho esa lucha antes y todas las personas que estuvieron al frente de la lucha para que hoy yo pueda salir a la calle vestida como yo quiera», reflexiona con determinación.
Para Vargas, cada día es una oportunidad para sembrar semillas de cambio y dignidad. «Todos los días tenemos la oportunidad de hacer cosas bonitas para nuestra gente en el mundo», declara con convicción, y añade que «si seguimos apostando a esa vida digna siempre vamos a tener fuerzas para seguir luchando».
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