Sergio José Cárdenas Flores despierta abruptamente a las 3:00 de la madrugada por un estruendoso tropel sobre el techo de la Residencia Episcopal de Matagalpa. Por unos ventanales en la sala principal, en el Ateneo, que es un auditorio espacioso, observa los láseres en los fusiles de distinto calibre con los que la Policía invadió el local gritando repetidamente: “¿dónde está el objetivo?”.
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“Neutralizar” la voz profética del obispo de la Diócesis de Matagalpa, monseñor Rolando José Álvarez Lagos, es la misión de la Policía en el desproporcional operativo de la madrugada del 19 de agosto de 2022. Entran imitando escuadrones de películas hollywoodenses en acciones de altísimo riesgo contra grupos terroristas.
Sin embargo, el rezo del Santo Rosario transmitido a través de redes sociales de la Diócesis era el “armamento” de monseñor Álvarez y quienes lo acompañaron en un encierro forzado durante 15 días –del 4 al 19 de agosto de 2022– en la Residencia Episcopal: 4 sacerdotes, 1 diácono, 2 seminaristas y Cárdenas, que era el reportero gráfico. Días antes, la Policía permitió que salieran del local dos integrantes del coro y otro camarógrafo, tras intimidaciones y amenazas a sus familiares.
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Además de las armas, que en su momento incluyeron el uso de drones, los policías llevaban mazos y cizallas con el objetivo de romper candados, cadenas o verjas que pudiesen hallar en el interior del edificio. Cárdenas estaba en una colchoneta, recuerda ahora en Michigan, Estados Unidos, donde lo alberga la Diócesis de Gaylord, después de que el régimen Ortega Murillo lo desterró en febrero recién pasado.
Los policías pusieron una escalera por la parte norte de la Residencia Episcopal, “en la parte donde está la Capilla del Santísimo, exactamente a las 3 de la mañana”, rememora Cárdenas, agregando que “en eso yo levanté a uno de los seminaristas. A Darvin (Esteylin Leiva Mendoza). ‘Se metieron, pero tranquilo, no te preocupés’, le dije”.
— ¿Dónde está el objetivo, dónde está el objetivo?», repetía un policía mientras otros con uniformes negros encañonaban a Cárdenas y a Leiva.
— No lo sé, busquen, respondía Cárdenas con las manos arriba.
Estaba oscuro el salón. La Policía había ordenado el corte de la energía eléctrica en la zona de la Curia. Cárdenas solo observa los láseres de las armas y las linternas con las que alumbran los policías.
“Me enchacharon, me pusieron de rodillas con un (fusil) Ak detrás de mí. Al ratito llevaron a monseñor Rolando. Lo pusieron de rodillas y lo enchacharon (…) y a todos, uno por uno, fueron entrando a cada habitación que había. Llevaron a todos los que estaban adentro”, recuerda con detalle.
Monseñor Álvarez fue el primero. Iba en pijamas. Después llevaron a los sacerdotes José Luis Díaz Cruz, de 33 años; Ramiro Reynaldo Tijerino Chávez, de 50; Sadiel Antonio Eugarrios Cano, de 35; Óscar Escoto Salgado –Vicario general de la Diócesis–, además del diácono Raúl Antonio Vega González, de 27 y al seminarista Melkin Antonio Centeno Sequeira, de 23.
Los acompañantes del obispo usaban mayoritariamente las mismas ropas -principalmente los pantalones-que andaban puestas el día que los encerraron en la Curia. El obispo había prestado de sus camisetas blancas a algunos, a los que le quedaban. Ofreció prestar pantalones, pero del grupo unos eran más altos o más recios que él.
Todos serían llevados a Managua, exceptuando a monseñor Escoto Salgado, Vicario General de la Diócesis, y a quien el régimen decidió dejar en Matagalpa.
Cuando los reunieron a todos y los tenían de rodillas y apuntados con las armas en el Ateneo, el salón donde está el antiguo lienzo de la Sagrada Familia, un policía aparentemente al mando del operativo pregunta a gritos: «¿Quién es Rolando?»
— Yo soy, respondió el obispo con voz firme.
— Vaya a cambiarse, le dijo el uniformado.
Aunque le quitaron las chachas, monseñor fue bajo la intimidación de los cañones de fusiles a su habitación. Pantalón y camisa negra, con cuello clerical blanco. Para sacarlo, debe pasar por la puerta del Ateneo donde los sacerdotes, seminaristas y Cárdenas están de rodillas apuntados con los fusiles y alumbrados con las linternas de los policías.
«Nos vemos muchachos», fue la última frase que escucharon decir al obispo.
Al obispo Álvarez lo sacaron primero. “Se lo llevaron aparte. No nos llevaron en la misma unidad. A nosotros nos subieron en un microbús, en un asiento cada uno, con un oficial antimotín al lado de cada uno, llevaban armas”, dice Cárdenas, explicando que les acomodaron las chachas de manera que pudieran poner las manos detrás de la cabeza, obligándolos a que fueran agachados en el viaje desde Matagalpa.
A Cárdenas y los sacerdotes los llevaron a El Chipote, la tenebrosa cárcel policial denunciada por diferentes organismos de derechos humanos como un centro de torturas. Al obispo lo llevaron y aislaron en su casa en Managua. Una inconstitucional «casa por cárcel» y sin proceso alguno. El «objetivo» era investigarlo, porque lo acusaban de «organizar grupos violentos».
“La mayoría iba sin zapatos, otros, el padre José Luis, sin camisa… es que como estábamos en la Curia, así nos llevaron hasta El Chipote”, cuenta Cárdenas, indicando que allí los desnudaron completamente, obligándolos a contar mientras hacían sentadillas. “De allí nos metieron a las celdas preventivas, una que había bastante luz. Y luego el proceso de las entrevistas”, añade.
— ¿Qué hacés con ese obispo, por qué estás en la Curia? Cuestionó un interrogador
— Ustedes nos encerraron allí, respondió Cárdenas
— ¿Qué hace el obispo?
— Hace misas, Hora Santa, reza.
Cárdenas señala que querían usarlo para que atestiguara contra monseñor Álvarez, a quien no ve desde esa madrugada del 19 de agosto, cuando los sacaron de la Residencia Episcopal.
Voz profética
La voz de monseñor Álvarez incomodó siempre al régimen Ortega Murillo. Desde la doctrina social de la Iglesia siempre estuvo con los más desfavorecidos. En 2015 el obispo acompañó la multitudinaria manifestación en contra de la minería en Rancho Grande, Matagalpa, y en 2018, durante las protestas reprimidas por la dictadura, siempre declaró que los templos católicos serían hospitales de puertas abiertas para el pueblo.
Su mensaje era difundido por diferentes medios de comunicación diocesanos y redes sociales. El 27 de junio de 2022, el régimen ordenó el cierre del canal de televisión diocesano Tv Merced. Posteriormente, el 1 y 2 de agosto, ejecutó el cierre masivo de las radios católicas en distintas parroquias de la Diócesis.
El 3 de agosto, la Policía arreció el asedio contra el obispo y cercó las calles alrededor de la Residencia Episcopal. El 4 de agosto, alzando el Santísimo, monseñor Álvarez increpó a los uniformados y en esa fecha comenzó el cautiverio del grupo que inicialmente era de 12 personas. Hubo un momento en que la Policía les dijo: «Todos están libres, menos el obispo».
“Mi papá y mis hermanos buscaban que me sacaran”, cuenta Cárdenas, cuya esposa también era sujeto de intimidación policial.
— Tranquilo, papá. No se preocupe, estoy bien, dijo Cárdenas a su padre en una llamada telefónica.
— Es que te van a echar preso, hijo, te van a llevar a El Chipote
— No importa, no se preocupe, allí que me lleven
— Es que te van a matar
— Pues van a matar el cuerpo, pero no mi alma
— Entonces, ¿qué hago, hijo?
— Váyase a la casa. Vaya y rece el Rosario. Aquí vamos a salir todos…
Durante el encierro de 15 días en la Residencia Episcopal, cuenta Cárdenas que en ocasiones se iba a ver películas o transmisiones de futbol o beisbol; ayudaba con las transmisiones en vivo que hacía el obispo, a veces ayudaba al padre Tijerino a cocinar y en esos días también aprendió a rezar el Rosario.
Así que después, en las celdas de El Chipote, dice, “hubo cosas bonitas, como conversión espiritual… mirar a los demás presos rezando el Rosario… aunque trabajo en la Iglesia y todo, yo sabía que en el Rosario se reza el Padre Nuestro y las Avemaría, pero no sabía los misterios… pero aprendí muchas cosas, que incluso, estando dentro de la celda, yo me sentía libre, me sentía bien conmigo mismo, sentía una gran paz adentro de mí”.
Cárdenas, los sacerdotes Tijerino, Díaz y Eugarrios, el diácono Vega, y los seminaristas Centeno y Leiva fueron condenados por la titular del Juzgado Segundo de Distrito Penal de Juicios de Managua, Nadia Camila Tardencilla Rodríguez, a 10 años de prisión y 800 días multa por falsos cargos de conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional y propagación de noticias falsas a través de las tecnologías de la comunicación y la información. La sentencia fue notificada el 6 de febrero de 2023.
Los siete fueron parte de los 222 presos que el régimen Ortega Murillo despojó de la nacionalidad y desterró el 9 de febrero de 2023.
Ese día, Ortega dijo que el obispo Álvarez, su «objetivo» de años, supuestamente se negó a subir al avión y fue enviado a la cárcel La Modelo. Al siguiente día, 10 de febrero, Álvarez fue sentenciado, sin juicio, a 26 años y 4 meses de cárcel. Le imputaron falsos cargos de atentar contra la integridad nacional, difusión de noticias falsas y obstrucción de funciones agravada, desobediencia y desacato a la autoridad. También fue catalogado como «traidor a la patria».
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) otorgó medidas cautelares en favor de monseñor Álvarez el 13 de abril de 2023 y la Corte de Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), medidas provisionales el 28 de junio de 2023.
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