El nombre del palillón Arturo Vargas aun “baila” en los recuerdos de muchos matagalpinos, de cuando este dirigía la banda musical del Instituto Nacional Eliseo Picado (Inep), el centro de estudios con mayor población estudiantil en el departamento de Matagalpa.
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La banda rítmica del Inep era tan gustada por la población que, a principios de la década de 1990, fue ubicada de primero en el desfile escolar de un 14 de septiembre. Sin embargo, tanta gente seguía a esa banda que, cuando terminaron sus presentaciones, prácticamente es como que terminó el desfile y por eso el Instituto casi siempre es uno de los últimos en los desfiles, cuenta Vargas.
Hay quienes consideran que el éxito de la banda sucedió por el desempeño de Vargas, primero tocando el bombo y luego como palillón.
Tenía aproximadamente 20 años cuando Vargas fue matriculado en la secundaria del Inep. Aun llevaba uniforme camuflado porque acababa de cumplir el servicio militar obligatorio, al que fue enlistado cuando cumplió 16 años. Los muchachos lo miraban de reojo, pero otros lo rodeaban para preguntarle por las experiencias que había tenido.
Vargas se integró a las actividades culturales del Inep participando en grupos de baile y posteriormente en la banda musical del centro.
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“Inicié tocando el bombo, yo me acuerdo de que bombo que me daban, bombo que desbarataba. Fue en segundo año que ya me dieron la batuta del Instituto para salir de palillón, ya me gustó y me quedé con los chavalos”, explica Vargas, agregando que “me gustaba mucho porque la sentía parte de uno”.
En aquel tiempo, el instructor de la banda musical era el profesor Alex Benavídez.

Rodrigo Rizo, exalumno del Inep, considera que Vargas “rompió los paradigmas, aunque antes que él hubo otros palillones en las Fiestas Patrias”.
Vargas cuenta que, en ocasiones, “hubo muy malos comentarios cuando yo desfilaba, había personas que decían que yo era gay, me buscaron como golpear, y sí, me golpearon una vez antes del desfile”.
Pero, el palillón Vargas nunca se desanimó, incluso, después de bachillerarse se quedó un año más en el Inep, apoyando la banda musical. Este mismo centro de estudios no lo quería dejar ir y hasta le prestaban un aula para que ensayara con un grupo de baile.
Palillón líder y maestro
Vargas, nacido el 29 de agosto de 1970, creció cerca del barrio el Progreso y quien lo crio fue su abuelita María Aydalina Guzmán, de origen leonés.
Siempre mostró dinamismo. Recuerda que fue alumno de la maestra Lucidia Mantilla, un ícono del magisterio en Matagalpa. A los trece años ya se había graduado de contador en la Escuela Mercantil. Pero a los 16 años fue obligado a cumplir con el servicio militar.
Cuando llegó a la secundaria, dice Vargas, “los chavalos dijeron ese va a ser el jefe de nosotros, de allí nadie me quitó lo necio”.
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Sin embargo, ese liderazgo implicaba mucha responsabilidad, dice Vargas, ya que se sentía con la obligación de dar un buen ejemplo y aconsejar a sus compañeros y amigos más jóvenes del barrio.
Cuando estuvo en la secundaria tuvo una academia de baile. “Ahorita ya tengo bastante tiempo de no bailar, pero creo que no he perdido el ritmo todavía”.

Vargas sentía atracción por la docencia y se convirtió en un maestro de secundaria en Educación Física y después fue maestro multigrado en las escuelas rurales.
Alguna vez, un político le pidió participar como candidato a un cargo de elección popular: “Nunca me gustó eso, sí tengo mi ideología, me gusta que me miren como lo que soy, Arturo, una persona abierta para todo mundo, (pero) eso (candidatura política) nunca me gustó, sentía que me iba a quitar el cariño de las personas”.
La fama que lo acompaña
Cuando Vargas va en la calle con su esposa Carmen González, ella debe llenarse de paciencia porque a él lo reconocen y siempre hay quienes quieren tomarse fotos con él. Y todo el tiempo le envían solicitudes de amistad en redes sociales.

“Me acuerdo que los dueños de las discos me pagaban para que fuera a bailar, me anunciaban, va a estar Arturo, va a ser una presentación el famoso Arturo, así me trataban, no había quien no quisiera bailar con el famoso Arturo, ese”, cuenta con una risa jocosa.
Vargas cree que más famoso que él era el bastón con que desfilaba y dirigía la banda, quienes muchos bautizaron como “shaka- shaka”.
El sicólogo Eleazar Pérez Hernández considera que este personaje significó para la ciudad “un sentido de identidad y pertenencia, era un ícono de nuestra ciudad, del que nos hacía sentir parte de una misma comunidad”.
Vargas afirma: “Sigo siendo el mismo Arturo de siempre, qué bonito se siente, no ser la atracción, sino que tener el cariño de las personas, sentir que me había ganado ese cariño”.
Arturo actualmente toca la conga en la evangélica Iglesia Elim y trabaja en una tienda en la ciudad de Matagalpa.
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