Mario de Jesús Benavente Morales era un adolescente que estudiaba secundaria en el antiguo Instituto Nacional del Norte, en la ciudad de Matagalpa, cuando llegó a buscarle el profesor Humberto Mairena (q.e.p.d.) –a quien conocían como “Mairenita”– para proponerle que impartiera clases a los estudiantes de cuarto grado de primaria del Colegio Diocesano San Luis Gonzaga, el más antiguo y prestigioso en la también llamada Perla del Septentrión.
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La docencia, dice el profesor Benavente, no fue algo que él buscó, porque lo suyo era la Física. Pero, de vez en cuando, apoyaba a sus compañeros de clases explicándoles algún tema.
Esa circunstancia, “me habría creado cierta fama de que podría ser, en el futuro, un maestro, como es que le llaman ahora, un buen maestro, pues”, apunta con la sonrisa pícara que le caracteriza.
El maestro Benavente tiene 79 años, está jubilado y con diabetes. Pasa la mayor parte del tiempo en su casa, cerca del Mercado Sur, entre el bullicio de buses y camiones. Disfruta de su familia y ahora principalmente de sus nietos, pero tampoco abandona la pasión por la física, química, sicología, Dios y el Universo.
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“La gente le ‘echa el ojo’ a uno, la gente es buena. Toda la gente ha sido buena conmigo, gracias a Dios”, comenta el profesor y viendo al pasado relata que, dando clases en el San Luis, luego recibió oferta de la reconocida maestra Aminta Rivera Mairena (q.e.p.d.), para dar clase de matemática financiera en Escuela de Comercio Rubén Darío. De pronto estaba trabajando mañana, tarde y noche, dando clases en varios centros de estudios de la ciudad de Matagalpa.
María Clemencia Morales y Rafael Benavente, un afamado sastre de la ciudad, padres del profesor Mario, estaban orgullosos de que el menor de sus siete hijos forjara una carrera magisterial.
Para el maestro Benavente es “un regalo afortunado de la vida” haber nacido un 8 de marzo de 1942.
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Como bachiller y maestro normalista, el “profe” Benavente supo que debía seguir profesionalizándose más y de manera paralela curso la carrera de Ciencias de la Educación en la Universidad Centroamericana (UCA) y, los sábados, estudiaba la licenciatura en Español en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN).
Títulos en mano y llenó de ilusiones, el profesor Benavente fue a pedir una mejor plaza en el Ministerio de Educación en Managua, pero las autoridades de ese tiempo le ofrecieron un salario de únicamente 13 córdobas.
Fue una gran ofensa para el ilusionado maestro que furiosamente, según cuenta, rompió “los cartones” frente a los funcionarios. Después se arrepintió.
Continuó impartiendo clases en distintos centros de la ciudad de Matagalpa: el desaparecido Instituto Luca Pacioli, el Instituto Jorge Casalli, la Escuela Perfecta Pérez, hasta que el sacerdote Benedicto Herrera le ofreció nuevamente una plaza en el Colegio Diocesano San Luis Gonzaga.
“Usted se mal mata dando clases en todos los colegios, ya lo he visto, ¿por qué no se viene al San Luis y yo le voy a pagar todos los salarios?”, habría sido la oferta del Padre Benedicto. El maestro Benavente aceptó, impartió la clase de Lengua y Literatura en secundaria, hasta que decidió jubilarse.
Pero, en su brillante carrera, el profesor Benavente también estuvo tres años, en la década de los 80, como director del Instituto Eliseo Picado, pero también impartió clases en el Colegio San José y algunas universidades privadas.
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En 2014 la municipalidad le declaró Ciudadano Notable, un reconocimiento otorgado en ocasión del aniversario de la ciudad.
El profesor Benavente es casado con Mirna Zeledón y algunos de sus hijos siguieron sus pasos en la docencia. Mario Benavente Zeledón imparte clases de matemáticas en el San Luis y algunas universidades de Matagalpa; la sicóloga Mirna Tatyana imparte clases en la Universidad Juan Pablo II Campus Matagalpa; Ellin María es pediatra, Léster es odontólogo y Erick es arquitecto y poeta, aunque este último también ha impartido clases en universidades locales.
“Mi papá tuvo una buena biblioteca, le veía leer y consultar los libros siempre, me hablaba de ellos y destilaba sabiduría en todo. Para un niño, eso fue muy estimulante. Recuerdo que, para distraernos en tiempos de los 80, durante los apagones de luz, nos hablaba de las constelaciones, los planetas y el universo, mezclándolo con astronomía, física, filosofía y teología”, dice Erick sobre las enseñanzas de su padre.
Agrega que, “luego, cuando fui adolescente, su influencia se hizo sentir cuando, además de mi padre, fue maestro de español en el colegio San Luis… la admiración entonces que le tenía aumentó al grado de imitarle hasta la caligrafía. Mi padre me empujó, con su ejemplo, sin saberlo, al gusto de realizar las preguntas y de no mantenerme contento nunca con lo que aprendo…”.
El profesor Benavente aún extraña sus tiempos de docente, pero “se reconforta mucho cuando sus discípulos se le acercan para platicar con él y seguir escarbando sus conocimientos”, explica doña Mirna sobre su esposo.
Impartir clases a tantos estudiantes, dice el maestro, fue algo a lo que dio todo su empeño, porque “sabía que estaba jugando con vidas humanas, sabía que todo lo que les decía iba a repercutir en el futuro, en ellos o en ellas”.
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