Ernesto Enrique Téllez Mejía, “Chopolota”. Nacido en Estelí el 15 de julio de 1937. Casado con la estimada señora Filena Chavarría Zeledón. Reconocido comerciante y transportista. Fundador del sector taxi en Jinotega.
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He de confesar que al llegar a la puerta de su casa no hallaba por quién preguntar. No me atrevía a preguntar por don Chopolota y no sabía su nombre de pila. Su hijo Ernesto salvó la incomodidad, al recibirme y ponerme en contacto con él. Creí que no accedería a la entrevista. Desde niño su imagen siempre me proyectaba a alguien rudo, pero ¡eureka!, estaba ante alguien muy jovial, con una conversación fácil y sentí como que me estaba esperando para hablar de su vida, tanto que al final aseguró que esa había sido una gran tarde para él, sin sospechar que el más agradecido era yo por la oportunidad de ingresar en la intimidad de un gran personaje.
Interrumpió una partida de naipes que jugaba con su amada Filena y se dispuso a hablar con la mayor tranquilidad, así como se desplaza una lancha rápida, en la plenitud del océano.
Aquí está la historia de uno de los comerciantes y transportistas más reconocidos de mi Jinotega querida: don Chopolota.
Con el apodo de Chopolota es conocido Don Ernesto Enrique Téllez Mejía, quien llegó a Jinotega condiciendo un microbús llamado “El Conquistador” que cubría la ruta Estelí-Jinotega. Acostumbraba almorzar en el Comedor propiedad de Doña Leonor Chavarría, ubicado en la parte Norte de la ciudad, en las inmediaciones donde el mercado de entonces reunía a la zona comercial del pueblo y ahí conoció a la hija de ésta, Filena, se enamoró, se casaron un 24 de junio, el mero día de San Juan, y se fueron a Estelí; al poco tiempo regresaron a Jinotega y se quedó aquí para siempre.
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Don Ernesto es de esos seres que no nacieron para ser pobres, siempre buscó el billete a través del trabajo honrado y, empezando de cero, logró amasar una fortuna de 7 millones de córdobas antes de 1979, fortuna que poco a poco fue perdiendo por ser muy “botarata” y muy confiado, según él asegura.
Su travesía como empresario del transporte comenzó cuando se asoció con Don Carlos Argeñal para comprar 3 buses y ampliar la ruta Jinotega-Estelí, poco después se hizo de tres taxis, asegurando ser el pionero de ese sector en Jinotega, “Yo fundé los taxis de Jinotega”. “El primero en tener un taxi en Jinotega se llama Ernesto Téllez Mejía” asegura con la voz en alto, como para que no quede duda. Luego decidió invertir en en otros negocios y vendió sus taxis al Mayor Jorge Jarquín. Sus rutas de buses fracasaron durante la guerra de 1979, pero a la par había invertido en el comercio donde fue muy reconocido.
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De la mano del Banco Nacional logró abastecer de comida a Jinotega entera. Siempre pensó y actuó en grande lo cual lo llevó a vender hasta 5 mil quintales de azúcar, 35 mil quintales de frijol y mil bidones de aceite en un mes, en la Jinotega de entonces. Abastecía a los productores de café durante las temporadas de cosecha y asegura que muchos dueños de fincas fueron ingratos con su confianza.
Siempre ha sido muy sensible a los problemas de los choferes, pues él lo fue en sus tiempos de juventud y recuerda que llegó a ser secretario de conflictos del Sindicato de oficios varios de Estelí y en una ocasión, en 1948, encabezaron una huelga gremial en protesta porque Somoza le subió 3 centavos de córdobas al galón de gasolina, la lucha tomó fuerza a nivel nacional y Somoza se vio obligado a anular el alza en los combustibles.
Su sensibilidad con ese sector le condujo a ser patrocinador de muchos obreros del volante. Compraba camiones y se los daba a choferes para que los trabajaran y se los pagarán “al suave”; así muchos, gracias a su apoyo, llegaron a ser transportistas. Su fama de benefactor llegó a oídos del Padre Odorico de Andrea, quien se le acercó para pedirle le consiguiera un camión para sus obras, con el compromiso que se lo pagaría poco a poco, Ernesto no la pensó dos veces, le dio un camión al Santo y éste se encargó de pagárselo al poco tiempo.
En 1984 en grupo de camioneros se acercaron a él para pedirle apoyo para la conformación de una cooperativa, Don Ernesto no dudó en apoyarlos, tan así que puso 1 millón de córdobas como capital semilla para apoyar a la nueva cooperativa. Cuenta que en una ocasión decidió viajar por un tiempo con su hermano, a los Estados Unidos, y cuando regresó la cooperativa no existía y su plata nunca le fue reembolsada, solo supo que los directivos se habían recetados grandes adelantos de salarios los cuales nunca pagaron y para que no quedara evidencia, rompieron los comprobantes.
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Todos en el pueblo lo llaman “Chopolota” apodo que encaja con su aspecto fornido, de madera fina, que aún mantiene a sus 84 años de vida.
Como la mayoría de los grandes apodos, el suyo tiene su origen en su infancia escolar, época en donde tuvo un amigo llamado Enoc Valenzuela, quien era su compañero de colegio en Estelí, el cual tenía el cuello colorado; entonces Ernesto le puso como apodo “Zonchiche”, en alusión a una especie de zopilotes que tiene la cabeza roja; por varios años los dos amigos utilizaron “Chopo” el apócope de zopilote, para saludarse y así eran identificados por su generación. Su amigo se graduó de la universidad y llegó a ser un alto ejecutivo del Banco Nacional y ya nadie volvió a decirle “Chopo”, sin embargo, Ernesto siguió cargando con el mote hasta llegar a Jinotega, donde su amigo Antonio “Toño” García al enterarse, se encargó de ampliarle el apodo a “Chopolota” y ya lleva más de 6 décadas cargándolo, esperando ser recordado como un hombre de bien, que siempre quiso aportar al desarrollo de Jinotega.
Ahora vive un eterno sabático entre las paredes de su hogar, después de muchos años de arduo trabajo.
“Perdí todo por mi mala cabeza, pero nunca le quedé mal a nadie”, dice don Ernesto, en una mezcla de orgullo y remordimiento, y asegura que cuando quebró con sus negocios entregó todas sus propiedades al banco para vivir sus últimos años, tranquilo y sin deudas.
Cierra la entrevista con una frase lapidaria: “Vivo feliz con lo que me quedó y gracias a Dios no le pido limosna nadie”. Doña Filena interrumpe la entrevista a para acotar: “Su mayor capital he sido yo, que soy el amor de su vida” – Es cierto dice don Ernesto y recoge la partida de naipes que ella le ha servido, para seguir jugando.
Jamenber 170521
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