El taller de cajetas de Yolanda Blandón Pérez huele a leche, canela y mantequilla, de vez en cuando a coco, especialmente en estos días de celebraciones al dogma de la Inmaculada Concepción de María, las tradicionales Purísimas. Los olores salen de la casa, en el barrio El Totolate Arriba, al norte de la ciudad de Matagalpa.
“Abuela Yolanda”, le dicen de cariño quienes la conocen y en estas fechas a ella le incrementan los pedidos de dulces tradicionales nicaragüenses, porque nunca faltan las cajetas en las llamadas “gorras” o “paquetes”, el brindis que reparten en las Purísimas.
Tiene 84 años y anda “bien ajetreada”, amasando y dándole forma a unos “nisperitos”, una cajeta ovalada a la que le colocan un clavo de olor o lo espolvorea con canela molida.
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“Esta cajeta nadie la hace… esta cajeta que ve aquí es de mantequilla, esto es mantequilla, leche y no es echarle el montón de azúcar…”, explica la Abuela Yolanda.
Por la calidad de los dulces cremosos, gustosos y visualmente agradables, muchos matagalpinos prefieren hacer los encargos con ella.
Más de seis décadas
Blandón dice que lleva alrededor de 64 años en este oficio que, según refiere, le permitió sostener su casa cuando enviudó en 1988.
“Yo no tuve la oportunidad de ir a la escuela”, confiesa la Abuela sin detener su tarea y recuerda que su mamá le enseñó a elaborar cajetas desde muy pequeña. Las hacía de piña y de dulce de caña de azúcar o panela.
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Blandón es una mujer creativa y persistente, cualidades que han sido la clave de su éxito para sostener su negocio por tantos años.
“La primera vez que hice gofio, yo eché el pinol en la mesa y de allí le hice el hoyito y le eché la miel y de allí se me chorreaba, porque la mesa tenía hendijas, se me chorreaba en los pies, y ya después inventé que el pinol se puede echar en una pana, y en una pana revolver”, comenta Blandón.
Entre las variedades de cajeta que prepara están las llamadas conservas, zapoyolitos, cajeta de cacao, nisperitos, cajeta de papa, coyolito, cajeta de coco, cajeta de leche, piñonates y gofios, entre otros.
Incansable
La Abuela Yolanda es incansable. Cada día se levanta a las 5:00 a.m. y aunque se enferme “yo no me acuesto, no me acuesto”, insiste. Además de las tareas propias del hogar, están los pedidos en el taller. De manera que es entre las 7:00 p.m. y las 9:00 p.m. cuando termina su jornada.
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En sus mejores tiempos, dice, el taller surtía de cajetas a muchas farmacias y pulperías. Hubo un año que en la temporada de diciembre llegaron a hacer hasta 32 quintales de cajeta. Pero, ahora la Abuela Yolanda trabaja más por pedidos y principalmente en ocasión de las fiestas Marianas. En 2019 hicieron solo nueve quintales. “Ya no tengo la misma fortaleza», admite.
Colaboradores
En el taller, la Abuela Yolanda dirige a tres colaboradores varones, todos vecinos, a quienes lleva años contratando para los pedidos de diciembre.
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Milton Chavarría, de 22 años, cuenta que le gusta colaborarle, porque está aprendiendo un oficio, pero porque también se divierte con las historias que la Abuela Yolanda les cuenta sobre sus vivencias.
Por su parte, Luis Orlando Rivera señala que le gusta el oficio “porque, además de que paso distraído, llevo dinero para la gallina del 24 (Nochebuena)”.
El más joven de sus trabajadores, Norvin Chavarría, de 18 años, es quien más está en el mesón aprendiendo a amasar la cajeta. “Ya le conozco ‘el punto’ al gofio”, dice el muchacho sobre este dulce, uno de los más difíciles de elaborar.
De acuerdo con la Abuela Yolanda, son los clientes quienes le animan a seguir, porque “desde antes ya me estaban haciendo encargos”.
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