Los nietos del sandinismo son la cara de la lucha en las protestas contra Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo, la cual se ha prolongado por meses, dejando un rastro sangriento (la mayoría a manos de la policía y grupos paramilitares orteguistas), miles de heridos y un número indeterminado de detenidos y desaparecidos.
Lo que empezó como una oposición de la población a unas reformas al sistema de seguridad social se acabó convirtiendo en un grito colectivo de rechazo a la represión y las medidas autoritarias del gobierno. Durante dos semanas, al poco tiempo de que comenzaran las protestas, retraté en Nicaragua el movimiento encabezado por los ‘nietos del sandinismo’, los jóvenes que se pusieron en primera línea de la resistencia y que, conscientes o no, han crecido bajo la estela de esos ideales.
En junio regresé para pasar varios días entre las barricadas que los ciudadanos habían levantado en las calles de Masaya para convertirla en un “territorio libre” y en agosto volví de nuevo, después de que grupos armados afines al gobierno levantaran los tranques a la fuerza, y comenzara una persecución sobre quienes estaban al frente de las protestas.
Las imágenes nos llevan por las barricadas de los estudiantes —que, con morteros caseros, palos y piedras se defienden de los antimotines y las turbas sandinistas— y por la insurrección de un pueblo que perdió el miedo y salió a las calles para pedir el fin de la represión y el restablecimiento de las libertades democráticas.
En las calles vi además sentimientos. El amor reflejado en los abrazos y las muestras de solidaridad de los manifestantes. El dolor que la represión ha dejado en más de medio centenar de familias nicaragüenses que perdieron a sus seres queridos. La memoria de las víctimas reflejada en los homenajes desperdigados por los manifestantes en distintos puntos de Managua, la capital.
La protesta en Nicaragua está cargada de símbolos: desde los lemas y canciones tomados de la revolución sandinista, hasta los colores nacionales que lucen quienes se suman a ella. Los manifestantes también protagonizaron la caída de uno de los emblemas del gobierno de Ortega: los llamados ‘árboles de la vida’, unas enormes y costosas estructuras metálicas con los que Rosario Murillo decoró la capital en los últimos años y que, para los ciudadanos, representan al gobierno al que se oponen.
En mi segundo viaje, me interné en las barricadas de Masaya y reflejé el infierno de una familia a la que los militares, en una supuesta venganza, quemaron la casa acabando con al vida de cinco de sus miembros, entre ellos un bebé.
En el tercero, acompañé a varios grupos de nicaragüenses en su huida del país atravesando montes y ríos hacia Costa Rica. Allí llegan en busca de un lugar seguro tras la persecución desatada por el gobierno. Según datos de la ONU, unos 23,000 nicaragüenses han cruzado la frontera desde que comenzaron los conflictos en abril. Muchos optan por pedir asilo pero se encuentran con una larga espera para realizar ese trámite y en una situación de desamparo y donde dependen de la solidaridad para sobrevivir.
Para mí, estos viajes a Nicaragua suponen el regreso a un país en el que hice mi primera cobertura internacional. En los años 80, cubrí la guerra de los sandinistas, que acababan de salir triunfantes de la revolución, frente a un ejército ‘Contra’ financiado por Estados Unidos. Las protestas masivas que comenzaron en abril de este año reflejan de alguna manera el hundimiento del gobierno de Daniel Ortega, uno de los ‘comandantes’ sandinistas que en su empeño por retener el poder en la última década ha ido perdiendo apoyos hasta de quienes lucharon a su lado. Es curioso que sea la rebelión de los nietos del sandinismo la que intente acabar con este gobierno que, según ellos, ha secuestrado la revolución.
Fuente: Univision
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