Gilberto Román Arguello vive en Yaoska Central, una comunidad rural del municipio de Rancho Grande, donde se dedica a la agricultura. En esos menesteres estaba este hombre de 75 años cuando se golpeó dos dedos en la mano derecha: el medio y el anular. Adolorido, decidió viajar a Matagalpa para buscar a un “sobador” que le sanara.
Le habían recomendado que buscara al profesor Juan Isidoro Mendiola Büschting, famoso en Matagalpa por el “arte de sobar”.

Mendiola, de 72 años, estudió la tecnología superior en enfermería deportiva, con mención en óseo terapia, en el Instituto Politécnico de Nicaragua. Impartió clases principalmente en educación primaria y actualmente tiene un tramo en la sección de abarrotes del Mercado Norte, en el barrio Guanuca, al norte de la ciudad.
A ese tramo llegó Arguello y, el profesor Mendiola comenzó a atenderle la mano, frotándole con vaselina. “Se me habían recalcado los dedos y esto no se lo puede ver uno en el campo, entonces me vine a la ciudad”, cuenta Arguello frunciendo el ceño por el dolor que siente en la mano.
Agrega que “en el hospital no atienden esta clase de trabajos, solo quebraduras y cuestiones que enyesan, pero esto no lo hacen, solo las personas que tienen ese don de sobar. No es cualquiera el que soba, porque hay unos que por componer un zafado más bien terminan de descomponerlo a uno”.
Mendiola atiende en su tramo del mercado o bien en su casa en la colonia Rubén Darío, al norte de la ciudad. “Las emergencias no tienen lugar ni calendario y a la hora que me busquen atiendo a las personas”, sostiene el profesor, mientras continúa atendiendo a Arguello.
Por casualidad
“Estas son cualidades naturales que uno tiene. Te pueden decir que es un don que Dios le da a uno”, comenta Mendiola, recordando que comenzó “por causalidad”, cuando tenía unos 12 años y en un paseo atendió a un amigo que se cayó, pero “desde principios de la década de los 70, mucha gente me busca”.
Por “casualidad” también comenzó Olga Marina Navarrete Cruz en el “arte de sobar”. Tenía 19 años, cuando su hermano menor, Mercedes, “se zafó el tobillo y yo decía: ‘va a venir mi mamá’ y el chavalo llore y llore con fiebre. Mi mamá era bien enojada y pensé que me podían pegar. Entonces mandé a comprar un mentolín, que era una cajita verde, y lo sobé. Mi mamá no se dio cuenta, porque cuando llegó, mi hermano estaba dormido y a la mañana siguiente, cuando él se levantó, ya lo miré que podía correr. ‘Bendito Dios’, dije, ‘de la que me libré’, que mi mamá me pegara”, recuerda.

Hubo quienes se enteraron de ese episodio, de manera que los vecinos que tenía en Guanuca, donde vivía, comenzaron a buscar a Navarrete para que los sobara.
“Muchacha vení, que se me cayó esta chavala y tiene el brazo desgajado”, le dijo una señora, a lo que Navarrete respondió: “No, si yo no puedo, lo de mi hermano fue una ‘chiripa’ (casualidad)”.
Sin embargo, la mujer insistió y con una pomada Navarrete comenzó a sobarla. Aunque la “paciente” terminó desmayada, le pagaron cinco córdobas a la “sobadora”. Y así comenzaron a buscarla de todas partes. Este es su relato:
Arguello la conoce porque hace tiempo ella le sobó un pie que se había zafado trabajando en el campo. “En una sola sobada me curó el pie”, afirma.
Navarrete ahora tiene 75 años y vive en el barrio Las Marías, al noreste de la ciudad. Ella coincide con Mendiola en que hay casos que no pueden atender porque corresponden a ortopedistas, como casos de fracturas óseas. Sin embargo, atienden casos de dislocaciones en manos, codos, hombros, pies, rodillas, caderas.
Por su “arte de sobar”, a Mendiola y Navarrete les buscan de todo el país. Incluso, “hay extranjeros que vienen todos estresados y tienen unas pelotitas en las espaldas que yo se las desbarato, y así, vienen de todos lados, hasta los jugadores (de béisbol y futbol) vienen aquí”, dice ella.
Navarrete apunta que cobra “barato”, entre 150 y 200 córdobas, por cada consulta, pero “a veces, cuando vienen los gringos, me pagan con dólares”. En su casa atiende entre cinco y ocho personas por día.
Por su parte, Mendiola señala que “precio especial no tengo, (porque) hay personas que llegan a la casa que las sobe y después les regalo una taza de café porque no tienen con qué pagar, pero hay personas que me dan más de 1,000 córdobas… depende del agradecimiento y de la bolsa del paciente”.
Para que sus manos deslicen al momento de sobar al paciente, Navarrete prefiere usar Vaporub, pero Mendiola utiliza vaselina, porque “me han salido algunas personas alérgicas a determinadas sustancias (de los ungüentos)”.
Algo que preocupa a Mendiola es que “sobadores jóvenes no hay, y ¿cuando nos muramos los viejos?”
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