Sus vidas han sido en los mercados. Algunas tienen ya cabellos plateados por el tiempo y sus manos denotan el duro esfuerzo que han realizado durante décadas para sacar adelante a sus familias, algunas numerosas, en los principales mercados de la ciudad de Matagalpa: el Mercado Norte, en el barrio Guanuca, y el Mercado Sur, en el barrio El Progreso.
Destacan por su compañerismo y solidaridad entre comerciantes y para con la comunidad. Algunas han adoptado iniciativas de beneficencia sin pretender protagonismo. Otras inciden con su liderazgo y procuran mejores condiciones tanto para compradores como para arrendatarios.
Algunas trabajaron en el antiguo “Mesón” o mercado viejo, donde actualmente es la delegación departamental de la Policía en Matagalpa; algunas coinciden en que comenzaron a trabajar desde niñas y aunque tienen muchas otras cosas en común, cada una tiene su propia historia.
Doña Cándida, entre fundadoras del Mercado Sur

Todos los días, apenas amanece, Cándida Rosa Araica Membreño sale de su casa y se encamina hacia el Mercado Sur, donde arrienda un tramo para la comercialización de diferentes productos, principalmente verduras. Allí, durante más de tres décadas, ha vivido alegrías y penas; aunque asegura que son más los momentos agradables.
Doña Cándida, de 72 años, es una de las comerciantes fundadoras del centro de compras que fue construido en 1982 bajo el nombre de Mercado Municipal Rigoberto López Pérez, pero que la población identifica más como el Mercado Sur.
Igual que muchos de sus colegas en el mercado, Araica resiente las bajas ventas que ha tenido en los últimos meses y añora los tiempos en que, según ella, “todo era más barato”; sin embargo, estima que ahora los comerciantes deben “comprar y revender con paciencia” para evitar la quiebra del negocio.
Los negocios en los tramos de los mercados Norte y Sur, han sido el sustento para múltiples familias, principalmente encabezadas por mujeres, como la numerosa familia de Araica.
Vidas en los mercados
“Aquí está mi vida y estaré aquí hasta que me muera”, dice doña Cándida en tono jovial, revelando que “con esto (negocio en el mercado) crié a mis hijos”.
Ella tuvo 13 hijos de los cuales sobreviven 11, ya todos con sus respectivas familias y tres de ellos también tienen tramos en el mismo centro de compras. Araica ríe al apuntar que, además, “tengo un ‘pencazo’ de nietos”.
Araica tenía apenas 10 años cuando su madre, quien era comerciante, emigró de Managua a Matagalpa, donde arrendaba un tramo en el antiguo mercado, donde hoy es la Policía.
Ese centro de compras fue destruido durante la guerra contra la dictadura de los Somoza, por lo que varios de los comerciantes como Araica o Teodora Fonseca, entre otros, se establecieron en lo que llamaron el “mercadito provisional”, donde fue el desaparecido Cine Matagalpa. Otras como Genara Martínez o Josefa Victorina Blandón y Nicómedes Urbina, estuvieron por un tiempo en el parque Francisco Morazán.
Las que vendían en el parque, estuvieron después en la salida vieja a San Ramón, en el actual barrio Cinco de Junio, dice doña Nicómedes, quien vende comidas en el área de cocinas del Mercado Norte. “Allí nos habían hecho un galerón”, recuerda.
De aquellos “mercaditos provisionales”, los comerciantes fueron reubicados en los actuales mercados Norte y Sur.
Independencia económica
En sus tramos en mercados distintos Nicómedes y doña Cándida, afirman que procuraron trabajar desde chiquitas para garantizar su independencia económica respecto de algún varón y contar con sus propios recursos.
“Desde pequeña me gustaba vender para no andar necesitando de la ayuda de un hombre, siempre me gustó tener mi propio dinero y poder ayudar a mis hijos con el esfuerzo que hago”, dice doña Cándida.

En tanto, doña Nicómedes contó que quiso demostrar, además, a su padre, que estaba equivocado por cuanto este le decía que las mujeres no debían trabajar, porque el rol para ellas era “estar en las casas” y el trabajo era solo para hombres.
“Me encanta la cuchara, desde pequeña yo decía voy a ser vende comida, seré la negociante del mercado y estaré ahí trabajando y así fue. Me encanta”, sostiene doña Nicómedes, mientras un cliente llega a su comedor en el área de cocinas del mercado en Guanuca.
“Doña Nico”, como le conocen sus compañeros y clientes, insiste en que “me encanta esto y yo no puedo estar en mi casa, pero ni un solo día, porque si me voy a la casa me enfermo y todo me duele, mientras que aquí me siento bien, trabajo y nada me duele”.
En aquél local que antes era lleno de humo de los fogones, doña Nicómedes refiere que pudo adquirir un solar y construir la casa donde vive. Sus cinco hijos (tres varones y dos mujeres) pudieron estudiar y “los preparé, aunque mucha gente me decía que los niños que crecen en los mercados se hacen vagos. Pero a mis hijos los crecí trabajando conmigo”.
“Les ponía sus horarios. Se iban a clases a las 7:00 a.m. y ya a las 12 venían a comer y después los mandaba a la casa y cada uno sabía las cosas que iba a hacer: uno limpiaba la casa, el otro barría el patio, y así también tenían que hacer sus tareas. El mayor, por ejemplo, es bien culto, licenciado en administración y trabaja en un banco”, cuenta orgullosa doña Nicómedes.
De sus hijas mujeres, una se queda en los quehaceres del hogar y otra le ayuda en el mercado, donde antes generaba empleo a otras mujeres, pero “ahora es más un negocio familiar”.
Las flores de doña Josefa

Por su parte, doña Josefa Victorina Blandón, quien tiene un puesto de flores en el Mercado Sur, cuenta que tenía menos de diez años cuando su madre enviudó y “me enseñó a hornear, yo me horneaba dos arrobas de harina, hacía nacatamales y mi vida fue linda, solo en trabajo”.
Tuvo siete hijos, cinco de ellos varones. Su pareja, revela doña Josefa, “era muy tomador” y ella decidió quedarse sola hace más de 37 años. Antes, ella vendía verduras, pero vio que las flores tenían mayor demanda y pocos comerciantes las ofrecían.
“Todos mis hijos son mayores y tienen sus propias familias y con el papá de ellos somos amigos, pero hasta allí”, dice doña Josefa, quien cumplirá 70 años en abril del próximo año.
De los granos a las verduras
Antes del terremoto de Managua en 1972, Genara Martínez Urbina, se dedicaba a vender granos básicos, actividad para la que necesitaba invertir más de lo que ella podía, por lo que decidió cambiar de rubro y comenzó a ofertar verduras.

“Yo vendía en la calle, pero después me cedieron un tramo en el mercado viejo”, cuenta doña Genara, indicando que, en 2017, le dieron un reconocimiento y una medalla como una de las fundadoras del Mercado Sur. “Me hicieron una alegría ese día que me dieron el estímulo”, refiere.
Doña Genara, de 86 años, tuvo siete hijos (cuatro varones y tres mujeres) y “con este trabajo los crecí, pudieron estudiar y ya los más grandes comenzaron a trabajar y compraban cebollas al por mayor”. Uno de ellos tiene negocio en el Mercado Norte y ambos “me ayudaban para los estudios de los más pequeños”.
“Me iba a Sébaco a comprar plantíos de cebolla y en el mercado vendíamos por manojos. Este negocio me ha gustado y ya las amistades que me conocen me dejan papa, plátanos, cebolla, cuando no tengo (dinero) pues, y así vamos, pagando en efectivo”, dice doña Genara, quien planea seguir trabajando en el mismo tramo “hasta que mi Dios lo permita, porque si ya le pone una enfermedad es para que busque la casa”, dice riendo.
Solidaridad y amor al prójimo
Si bien tienen sus propias historias y necesidades con sus familias, las mujeres que laboran en los mercados de Matagalpa, han encontrado el compañerismo entre ellas, pero también destacan por su solidaridad para con terceros.

Jamileth Matamoros, con 27 años trabajando en el puesto de verduras que tiene en el Mercado Sur, es considerada entre sus colegas como una de las principales impulsoras en el apoyo a distintas organizaciones de beneficencia, incluyendo a movimientos de diferentes denominaciones religiosas.
No le gusta el protagonismo y con sencillez señala que se trata de un esfuerzo entre varios comerciantes organizados que brindan su aporte a quienes les solicitan respaldo. “Se ha hecho como una cadena de mujeres para hacer la recolecta”, dice Matamoros, apuntando que “cuando uno da algo con amor, el Señor siempre lo va a recompensar”.
Es así que, desde mayo de 2010, Matamoros y otros arrendatarios del Mercado Sur, atendieron la solicitud pública de las religiosas de la orden Hermanas Franciscanas de la Encarnación que requerían apoyo para continuar proveyendo alimentos en el Comedor Infantil Santa Clara de Asís, en la ciudadela Salomón Ibarra Mayorga, al suroeste de la ciudad de Matagalpa.
“Hay días que yo no tengo cómo apoyar, pero siempre hay una manera”, dice esta mujer que también motiva a sus compañeras a compartir con los más necesitados y “entonces lo que hago es hacerle el conecte a los que vienen solicitando ayuda”.
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