Es lunes y Managua despierta con la pereza de quien no quiere asumir lo que tiene frente a los ojos y no puede evitar.
Las paradas están llenas de estudiantes y trabajadores que no han podido tomar sus rutas, pues luego de varios días de protestas, el grupo de autoconvocados ha levantado barricadas en varios puntos de Managua; lo cual mantiene en zozobra al gobierno del presidente Ortega.
Una señora ve continuamente el reloj y fija su mirada en dirección oeste, esperando que la ruta 119 se asome. Sin embargo, pierde su tiempo, pues la noche anterior los pobladores que viven en la entrada principal de la Colonia Primero de Mayo, arrancaron centenares de adoquines y con ellos levantaron barricadas, como un acto de resistencia que se une al clamor de los estudiantes asesinados en días recientes. Estas, imposibilitan el acceso del transporte urbano colectivo a la Colonia.
Es 23 de abril, y los habitantes de la Colonia 1 de Mayo han decidido no celebrar su fiesta anual porque dicen estar de luto. “Muchas cosas le hemos dejado pasar a Daniel; y podemos seguirle aguantando más, pero la matanza de los chavalos no se justifica”, comenta la señora pelo corto, de blusa roja y mirada profunda, que sigue desesperada por la ruta que ya no pasó y no pasará en los siguientes días.
Decido tomar un taxi y al instante me arrepiento, pues hay una fila interminable de vehículos que intentan avanzar en el único carril que en esta Colonia está ausente de hoyos por los adoquines arrancados.
Mientras tanto, inicio una conversación con el taxista que a todo volumen escucha la Radio Corporación. Baja el volumen, me ve, observa el retrovisor y me dice: “Mire amigo, yo le voy a decir una cosa, yo ya no tengo fuerzas para ir a apoyar a los muchachos que están atrincherados en la Upoli, pero desde mi barrio lo he estado haciendo y lo seguiré haciendo. Todos mis vecinos sandinistas están en contra de esta brutalidad que ha hecho Daniel. Me da asco ver la imagen de la Murillo, con qué cinismo habla. Es una anciana ya; pero una anciana cínica. Daniel, ya no nos representa”.
El semáforo cambia a verde y yo me limito a escuchar a este señor sesentón; y solo río, mientras observo que Managua en día lunes, parece la ciudad de un domingo a las ocho de la mañana. No hay policías en las calles.
Un día después, cerca del sector de Metrocentro, otro taxista eufórico por el chayopalo que la noche anterior derribaron los autoconvocados en la rotonda de Cristo Rey, me cuenta que fue combatiente histórico y jefe de un pelotón, en la lucha contra Somoza y en los años de la Revolución.
Sin embargo, desde los últimos años “la Chayo nos ha excluido y ahora nos está llamando para que reforcemos el partido. ¡No joda! Luchamos hace 38 años contra una dictadura y ahora también lucharemos contra ellos; pues nadie quiere más muertos”, me cuenta.
Mientras termina de hacerme ese comentario, espera que una ruta que está delante de nosotros avance, y su mirada se entrelaza con la de un oficial de tránsito; joven, delgado, moreno y de carácter férreo que le dice: “¿Y qué es la mierda? ¿Por qué me quedás viendo tanto?”. A lo cual el taxista le responde: “No me jodás vos hijueputa, te la tirás de huevoncito. Ni verga sos sin ese uniforme”.
Avanzamos. Veo qué hora es en mi celular y le pido al taxista que me deje en determinado punto porque descubro que la vía que conduce a la entrada principal del lugar en donde trabajo está cerrada. “¿Sabe cuál es el problema de toda esta mierda amigo?”, me pregunta.
Cuénteme, le digo, mientras acomodo mi mochila, pues casi llegamos a mi destino. “El problema aquí es que le tocaron el corazón al pueblo de Nicaragua; y en el corazón del pueblo de Nicaragua estaban los chavalos”.
Le pago. Me despido de él y le agradezco todo lo compartido; y mientras camino hacia las instalaciones de mi trabajo va resonando en mí la síntesis con que él resume la crisis sociopolítica que Nicaragua vive desde el pasado 18 de abril: “tocaron el corazón de Nicaragua”.
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