Por Darío Mizrahi | Infobae
El proyecto de un mundo gobernado por principios democráticos no parecía una utopía a fines del siglo XX. Las caídas del bloque soviético y de las dictaduras militares en América Latina permitieron que decenas de naciones tuvieran por primera vez gobiernos pluralistas, respetuosos de las libertades civiles y políticas.
Pero menos de dos décadas fueron suficientes para confirmar que sí, era una quimera. Viejos regímenes autoritarios que parecían debilitados demostraron una enorme capacidad de supervivencia. Cuba, Corea del Norte y buena parte de África, Medio Oriente y el Sudeste Asiático continúan bajo la sombra de dictaduras.
China, convertida hoy en un estandarte de la globalización tras años de una honda transformación económica, profundiza el autoritarismo. La mayor apertura comercial contrasta con el cierre de su sistema político, coronado esta semana con la decisión de permitirle a Xi Jinping eternizarse en el poder.
Aún más dramático es el surgimiento de neodictaduras. Países que hasta hace unos años eran democráticos, pero que dejaron de serlo por la acumulación de poder de sus líderes. El ejemplo más fuerte a nivel mundial es el de Rusia. Vladimir Putin asumió la presidencia en 2000 tras ganar las primeras elecciones medianamente limpias y justas en la historia del país. Hoy es un zar posmoderno.
También Recep Erdogan llegó al gobierno en Turquía por medio del sufragio popular, en 2003. Hasta hace cinco años, nadie ponía en duda que era un mandatario democrático. Sin embargo, con reformas que transformaron el régimen político en un presidencialismo fuerte y, sobre todo, tras la vorágine represiva que siguió al levantamiento militar de 2016, Turquía se dirige al sultanato.
Las probabilidades de remover a un gobierno autoritario son siempre bajas. Tienen muchas herramientas a su disposición
En América Latina, la primera señal de alarma fue el golpe de Estado en Honduras contra Manuel Zelaya en 2009. Si bien se volvió a llamar a elecciones al año siguiente, el caso sentó un antecedente. Quizás sirvió de ejemplo a Daniel Ortega, presidente de la vecina Nicaragua desde 2007, para darse cuenta de que era posible suprimir la democracia. Una década después de haber ganado limpiamente las presidenciales, logró colonizar los organismos de control, aprobar la reelección indefinida y convertirse en un autócrata que se reparte el país junto a su esposa, Rosario Murillo.
Venezuela es el caso más triste, por la envergadura de la crisis económica y social que acompañó la destrucción de la República, que arrojó a la pobreza al 87% de la población. Si con Hugo Chávez la concentración del poder era ya peligrosa, con la asunción de Nicolás Maduro en 2013 se aceleró el deterioro institucional. El punto de inflexión fue la derrota en los comicios legislativos de 2015. Desde ese momento, vació de autoridad al Parlamento, inventó una Asamblea Constituyente que actúa al margen de la Constitución y se prepara para ir el 20 de mayo a unas elecciones con un resultado prefijado.
Cuando la oposición es excluida del juego
La democracia se apoya en una regla básica: la alternancia entre gobierno y oposición. Es decir, que los ciudadanos tengan la capacidad de cambiar a un gobernante que no les gusta votando a uno diferente.
Las neodictaduras tienen una diferencia fundamental con los regímenes autoritarios que caracterizaron al siglo XX: desde un punto de vista formal, mantienen las reglas democráticas. Hay división de poderes, los mandatos tienen límites temporales y hay elecciones. Pero no hay posibilidad real de alternancia, porque todas las instituciones están bajo el control fáctico del oficialismo. Eso les permite anular a los opositores.
Putin tiene la maquinaria más aceitada. Como ya había hecho en los comicios anteriores, se aseguró de que el próximo 18 de marzo no haya ningún rival competitivo. La Comisión Electoral Central inhabilitó la candidatura presidencial de Alexei Navalny, un abogado de 41 años que había despertado mucho entusiasmo entre los detractores del ex espía.
Las investigaciones sugieren que la resistencia civil es más efectiva que la violenta para remover a gobiernos autoritarios
La lista de opositores que Putin sacó del juego en estos años es muy larga. Boris Nemtsov, que había sido su adversario más importante antes de Navalny, fue convenientemente asesinado en 2015. Muchos dirigentes y periodistas críticos murieron de forma sospechosa. Otros, como el diputado Ilya Ponomarev, debieron irse al exilio por las amenazas.
Daniel Ortega fue pionero en América Latina en la supresión de la disidencia. En 2011 obtuvo la reelección con aparente comodidad, pero el proceso estuvo tan plagado de irregularidades que los observadores internacionales dijeron que el resultado era inverificable. Para no pasar por lo mismo en 2016, directamente mandó al Consejo Electoral a quitarle la personería a la principal coalición opositora, que no pudo presentarse.
Maduro está siguiendo su camino. Primero, bloqueó de hecho el resultado de las elecciones que perdió. A través del Tribunal Supremo de Justicia y de la Asamblea Constituyente, despojó de todas sus potestades al Parlamento, convirtiéndolo en un ente puramente simbólico.
Ahora diseñó un esquema para asegurarse la victoria en las presidenciales de este año. Lo más determinante fue la proscripción de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) —la coalición que lo derrotó en 2015— y de sus dos partidos más representativos, Primero Justicia y Voluntad Popular.
Pero además hizo la convocatoria a las apuradas y cambió la fecha a mitad de camino. Esto, con ayuda de la intimidación que ejercen sus grupos de choque, está destinado a que los opositores no puedan montar una estructura de fiscales en las mesas el día de votación, única garantía contra el fraude. Para garantizar la impunidad, avisó que no dejará entrar a ningún auditor externo para supervisar los comicios.
«Las probabilidades de remover a un gobierno autoritario son siempre bajas. Tienen muchas herramientas a su disposición para permanecer en el poder. Por eso, la mayoría de los líderes dictatoriales no se van por protestas populares, sino porque los saca alguien de su propia administración. No obstante, si un movimiento es capaz de hacer alianzas con sectores moderados del régimen, puede ejercer la presión necesaria para hacer renunciar al gobierno», explicó Alexander Dukalskis, profesor de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales del Colegio Universitario de Dublín, consultado por Infobae.
En la oposición venezolana se están viendo con mucha claridad las tensiones que atraviesan quienes se resisten a estos regímenes. ¿Cómo combatirlos? La ilusión de ir a las urnas con una masa crítica capaz de derrotar a la trampa se desvaneció por la magnitud de las trabas dispuestas por el aparato estatal. ¿Entonces, qué se puede hacer?
«En el pasado, las dictaduras eran habitualmente combatidas a través de la guerra de guerrillas o del terrorismo. Pero en los últimos años la resistencia civil no violenta se volvió mucho más común. Es cuando los ciudadanos usan métodos pacíficos, como huelgas, boicots y protestas para desafiar a los gobiernos», dijo a Infobae Jonathan Sutton, investigador del Centro Nacional para Estudios de la Paz y el Conflicto, de Nueva Zelanda.
Algunos dirigentes venezolanos afirman que la única respuesta es la revuelta callejera, a pesar de que la experiencia muestra lo peligroso e ineficaz que es apostar por estrategias que hacen escalar a la violencia. Maduro no tuvo límites para reprimir a las multitudinarias marchas que paralizaron al país en 2017, sin importar si eran pacíficas o no tanto. El Gobierno terminó fortalecido, y en el medio murieron más de 100 personas.
«Las investigaciones sugieren que la resistencia civil es más efectiva que la violenta para remover a gobiernos autoritarios —dijo Dukalskis—. La violencia les resulta funcional, porque tienen mayor poder de fuego y pueden usarla como pretexto para reprimir. La protesta pacífica los pone en un lugar mucho más difícil, porque si usan la fuerza pueden despertar solidaridad hacia el movimiento, que así se fortalece».
Resistencia civil: potencial y limitaciones
«La mayoría de las democracias de hoy fueron dictaduras o colonias en el pasado. Sólo hicieron la transición después de que movimientos de masas desafiaron al poder establecido y consiguieron reformas políticas. El hecho de que veamos tantas democracias alrededor del mundo en la actualidad demuestra que luchar por los derechos políticos es posible incluso en las peores circunstancias», dijo a Infobae Erica Chenoweth, profesora del Centro Sié Chéou-Kang para el Estudio de la Seguridad Internacional y la Diplomacia, de la Universidad de Denver.
El camino de la resistencia pacífica es necesariamente una apuesta de largo plazo que, si tiene éxito, es sólo después de una larga acumulación de fracasos. Por otro lado, no funciona en cualquier circunstancia, ni de cualquier manera.
«Es muy importante desarrollar una organización fuerte —apuntó Sutton—. Las campañas mejor organizadas tienen mayores chances de soportar la represión. Hay que apelar a diferentes tácticas. Si apenas se monta una protesta en un lugar determinado es fácil para el régimen resolverlo, sólo tiene que mandar a los soldados y se terminó todo. En cambio, si se prueban distintos métodos, como protestas en ciertos lugares, huelgas, movilizaciones, es más difícil responder».
La capacidad de aprendizaje de los autoritarismos es un problema. Se están volviendo cada vez mejores en detener la resistencia
La experiencia de Venezuela el año pasado prueba las limitaciones de la resistencia cuando es desorganizada. Las movilizaciones fueron masivas, pero en gran medida caóticas. No había un liderazgo unificado que planeara una estrategia de desgaste con objetivos de mediano y largo plazo, sino una superposición de dirigentes que llamaban a manifestar con la expectativa irreal de que el gobierno caería de un día para el otro.
«Otro factor es la importancia de la disciplina. Cuando hay disturbios y saqueos, es fácil para el Gobierno decir que tiene que restaurar el orden. Pero cuando los manifestantes son pacíficos y disciplinados, es más difícil justificar la represión», sostuvo Sutton.
Sin embargo, incluso cuando la resistencia civil reúne todos los componentes necesarios, debe lidiar con otro desafío: la capacidad de las dictaduras para leer estos movimientos y refinar las respuestas. Los comunistas chinos son maestros en esto. Tras la masacre de Tiananmén en 1989, el régimen no volvió a enfrentar un desafío comparable. No sólo por el terror que generó, sino también por el perfeccionamiento de los mecanismos de control.
«La capacidad de aprendizaje de los autoritarismos es un problema —continuó Sutton—. Se están volviendo cada vez mejores en detener las campañas de resistencia, ya sea monitoreando las actividades opositoras o abortándolas más rápidamente. También, reforzando la lealtad de las fuerzas de seguridad, porque su defección lleva siempre al colapso del régimen. Mis estudios muestran que desde mediados de los 2000 son muchas más las campañas de resistencia fallidas que las exitosas. Las dictaduras se están volviendo más capaces de lidiar con estos desafíos, así que los activistas tendrán que ser más creativos».
De todos modos, hay dos certezas verificables históricamente. La primera es que, sin un movimiento de oposición, es casi imposible que caiga un régimen que está más o menos cohesionado. La segunda es que, más allá de lo complicado que pueda ser obtener una victoria, la resistencia pacífica es siempre preferible. No —sólo— por razones humanitarias. La violencia es mucho menos efectiva y, aun cuando triunfa, tiene consecuencias nefastas.
«Entre 1900 y 2015, la resistencia pacífica tuvo el doble de probabilidades de éxito que la armada. Además, hay que tener en cuenta que el método de lucha afecta el destino de un país. Las naciones en las que hubo resistencia civil tuvieron diez veces más probabilidades de desarrollar instituciones democráticas que aquellas en las que hubo lucha armada. Se necesitan varias generaciones para sobreponerse a los ciclos de violencia que activan esos conflictos», concluyó Chenoweth.
Fuente: Infobae
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