Juan Carlos Arce Campos (*)
Como defensor de derechos humanos he recibido decenas de testimonios de víctimas de graves violaciones a sus derechos, todas esas historias te conmueven, pero hay algunas que te estremecen hasta el tuétano, que te dejan con un nudo en la garganta y te obligan a no quedarte callado, porque el hacerlo te convierte en cómplice. Es el caso de la historia de Daira Junieth.
Antes de continuar mi relato, imaginemos por un momento que en horas de la madrugada un contingente de hombres encapuchados (policías) irrumpe en tu casa y de manera violenta golpean las tablas y latas de tu vivienda y gritan que salgas porque si no abrirán fuego. En el catre, tu esposa y tu hija de 15 meses. Tomas a tu hija en brazos y sales con una mano en alto, diciendo que te entregaras. Sin embargo, estos hombres sin miramiento alguno disparan. Caes al suelo a lo mejor pensando en tu esposa e hijos o quizás frustrado por no poder defenderte. Tu hija, la que ya decía “papa”, “mama” y “buela”, a tu lado también herida. Imagina que eres la madre de Daira corriendo por una trocha hasta llegar a una carretera, porque los hombres que dispararon (policías) no quisieron trasladar a tu bebe al hospital, pues estos, como cazadores, lanzaron a tu esposo -a lo mejor ya muerto- en la tina de la móvil e impidieron que con tu hija, agonizando, abordaras la camioneta. Corres en la oscurana intentando perseguir la móvil, la que se pierde en la oscuridad de la madrugada, corres “como llevada por el viento”, dejando un hilo de sangre en el camino, hasta que encuentras a alguien que sin pensarlo dos veces recorre 16 kilómetros en una moto hasta llegar al hospital. Imagina que llegas y te encuentras en el portón del hospital, a parte de los policías que antes llegaron a tu casa y por algunos minutos eternos impiden que ingreses, hasta que uno de ellos con voz de mando ordena que te dejen entrar. Al llegar los doctores te dicen: ya es tarde, la niña ha muerto, probablemente por la gravedad de las heridas murió en el camino.
¿Difícil de imaginar? Esto sucedió la madrugada del cinco de febrero del 2017, cuando en un operativo policial, en una hora no permitida por la ley, un contingente de más de diez policías encapuchados se presentó, en el barrio San Martin del Tuma La Dalia, en la humilde vivienda de Cairo Blandón, de 28 años, y de Margine Sánchez, de 17, ambos de origen campesino y actualmente dedicados al corté de café en las fincas de la zona. De hecho hace menos de un mes con la paga por el café cortado en la Finca La Cumplida, ambos habían comprado cien piedras canteras (4200 córdobas) para mejorar la humilde vivienda de aproximadamente 3 metros cuadrados y construida de madera, zinc y plástico, ello para mejorar a su vez las condiciones de vida de esta pequeña familia y la de la mimada de la casa: Daira.
En este operativo murieron por impactos de bala Cairo y su hija de quince meses, quien según su madre recibió dos impactos de bala, uno de ellos en la parte baja de la espalda, que le destrozó su cuerpo, la posibilidad de vivir, de crecer y soñar.
Margine, con una gran fuerza y rabia en sus ojos, me cuenta que su bebe reía mucho, lanzaba besos y ya decía un buen número de palabras. Al escucharla inmediatamente evoqué a mi hija, un poquito más pequeña que Daira, y sin pretenderlo me llené de rabia y lágrimas. En mi cabeza no puedo entender tamaña injusticia y falta de humanidad de los policías involucrados.
Margine cuenta que la pequeña era la adoración de su padre, por eso desmiente tajantemente la versión de la policía que la utilizó de escudo para protegerse. Y es que en la versión policial estos le atribuyen a Cairo un amplio rosario de delitos casi equiparándolo a los más buscados de la INTERPOL, señalando además que es jefe de una banda llamada Los Cairos. Pero Margine dice que la única banda en esa casa estaba formada por él, ella y su bebé.
La Policía dice en su relato oficial que Cairo disparó con un arma nueve milímetros, hirió a un policía y usó a su hija como escudo. Los familiares de Cairo desmienten esta versión y piden que presenten al policía herido, asimismo vecinos de la zona manifiestan no haber visto a su vecino armado. Lo más extraño es que aunque Blandón era buscado por la policía, se movilizaba a vista y paciencia de todos por el barrio, inclusive dos días antes de su muerte estuvo junto a su esposa en el puente El Tuma (carretera al Guapotal), esperando la paga por el trabajo realizado en una finca de café de la zona. ¿Por qué no lo capturaron en ese momento? –cuestionaron unos areneros que lo vieron toda la mañana por allí. Cabe destacar que a unos cuatrocientos metros de este puente esta la unidad policial de El Tuma. Su intervención oportuna e inteligente hubiese evitado tanto dolor.
De este hecho se desprenden muchas preguntas, que espero sean respondidas por la Policía. No sé si habrá justicia, quisiera pensar que sí. Que habrá castigo para los responsables, para que de esta manera los supervivientes de esta tragedia puedan seguir su camino y quizás algún día volver a sonreír, como lo hacía Daira, quien reía por el gusto reír, de estar simplemente viva.
(*) El autor es abogado
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