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Fluyen lágrimas en el rostro de Antonia Espinoza Manzanares, al momento en que sus hijos Juan José y Gregorio Antonio Tórrez Espinoza, así como su pariente Erick Antonio Salgado González, relatan lo “espantoso” que fueron sus últimos dos años, mientras estuvieron presos por el caso de la masacre ocurrida el 19 de julio de 2014.
Los tres fueron liberados al amanecer del sábado 13 de agosto recién pasado y pudieron llegar a las 2:00 p.m. del mismo día a sus casas en la comunidad Las Pilas, cinco kilómetros al este del kilómetro 75.5 de la Carretera Panamericana, en el municipio de Darío, Matagalpa.
“FUERON DOS AÑOS (PRESO) DE PURO GUSTO”
“Es como que he vuelto a nacer”, describe Salgado González la emoción que vive tras recuperar la libertad y reunirse nuevamente con su esposa, dos hijos y el resto de su familia, agregando que “fueron dos años (preso) de puro gusto, solo porque andábamos en la plaza (el 19 de julio de 2014)”.
La caravana en la que simpatizantes del orteguismo volvían hacia diferentes territorios del norte, procedentes de la celebración del 19 de julio en Managua, fue atacada a balazos en el kilómetro 76 de la Carretera Panamericana. Cuatro personas murieron y más de 20 fueron heridas.
Esa misma noche, otros vehículos que transportaban a los orteguistas fueron emboscados en Wabule, en la ruta entre los municipios matagalpinos de San Ramón y Matiguás, donde un joven murió y otro fue herido.
IBAN EN LA CARAVANA
Salgado y los hermanos Tórrez anduvieron en Managua, se bajaron de un bus que venía en la caravana para caminar los cinco kilómetros desde la Panamericana hasta sus casas en Las Pilas.
“Nos agarran cuando veníamos para acá, a nosotros nos perjudica que adelante (medio kilómetro después del empalme hacia Las Pilas) habían hecho esa vaina (la masacre)”, recuerda Salgado.
Al judicializar el caso, por el que otras siete personas fueron detenidas días después, la Fiscalía sostuvo que Salgado y los hermanos Tórrez tiraron piedras a la caravana como distracción para que otros dispararan más adelante. Esa imputación hizo que los tres fueran apodados “tirapiedras”.
CONDENADOS A DOS AÑOS
Tras un proceso cuestionado por diversas situaciones, incluyendo la sustracción de los acusados de la jurisdicción correspondiente, los “tirapiedras” fueron condenados a dos años de prisión. Los demás acusados fueron sentenciados a más de 70 años de prisión, aunque la Constitución Política establece la pena máxima en 30 años de prisión.
“Eso fue espantoso, de humo, vieras las ‘cachimbeadas’ (golpizas) que nos daban”, recuerda Gregorio de los días en que fueron llevados a El Chipote, las cárceles de la Dirección de Auxilio Judicial de la Policía Nacional.
“ME ESCAPARON DE MATAR”
“Me escaparon de matar y sin hacer uno las cosas. Cuando uno hace un hecho, ¿se va a quedar de pendejo a la orilla de la carretera para que lo agarren? ¡No! Uno se va monte adentro (…) no tuvimos nada que ver con eso (tirar piedras a la caravana)… Aquí nacimos y nos hemos criado y la vez que salimos (de la comunidad) solo fue para que nos involucraran en cosas que no tenemos nada que ver… Yo fui el más golpeado de todos y todavía ando mal, no puedo dormir y no estoy bien pues”, dice Juan José, quien se levanta y se va hacia la casa donde vive con su esposa y cuatro hijos.
Gregorio relata que estuvieron 11 meses presos en El Chipote, en un lugar que describe “como una cueva, no te da aire, tenés que estar solo en bóxer y hay como una ventanita por donde te dan tu plato de gallopinto ‘feyuco’ (feo)”.
El 16 de julio de 2016 fueron trasladados hacia La Modelo, la cárcel del Sistema Penitenciario Nacional en Tipitapa, donde Gregorio dice que aprendió a hacer bolsos y pulseras que podía vender a los familiares de otros reclusos. “Es que algo aprendés”, dice sonriente.
Doña Antonia, la madre de los hermanos Tórrez, describe como “duros” los dos años que sus hijos pasaron presos. Ella enfermó con frecuencia, mientras su esposo, Gregorio Tórrez Molinares, tuvo que vender los pocos animales que tenía para obtener dinero y viajar a Managua a ver a sus hijos.
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