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Todavía es visible el rastro de sangre en la ladera de una pequeña colina, a la orilla de la confluencia del río El Venado con el río Palán, donde Enrique Aguinaga Castrillo cayó herido antes de que presuntamente soldados del Ejército lo golpearan y luego remataran a balazos, según testimonios de varias personas en Palancito, 22 kilómetros al noroeste del poblado de Río Blanco, Matagalpa.
Pero, el jefe del Sexto Comando Militar Regional del Ejército, coronel Alcides Garmendia, negó esa versión, insistiendo en que la muerte de Aguinaga ocurrió en un supuesto enfrentamiento entre una patrulla militar y “delincuentes” a quienes perseguían por denuncias de abigeato y extorsión.
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Aguinaga, apodado comandante “Invisible” y quien presuntamente andaba alzado en armas contra el gobierno de Daniel Ortega, estaba en la casa de un sobrino suyo, la mañana del sábado 30 de abril.
En la casa de madera, en la cima de una loma, Aguinaga estaba solo con Jetbenia Otero y el bebé de 11 meses de la muchacha que es la esposa del sobrino de “Invisible”.
Él estaba en chinelas y únicamente vestía un pantalón, porque se disponía a bajar al río para bañarse. Recibió una llamada y salió de la casa, pero al instante Otero escuchó la balacera.
“Me lancé al piso y agarré a mi bebé”, narró Otero, indicando que alrededor de treinta militares “rafaguearon mi casa”. Algunas balas atravesaron las tablas que sirven de pared y un proyectil por poco le pega a ella, impactando en una pieza de madera en la parte superior de la cama.
Según la muchacha, durante cinco minutos todo quedó en silencio, hasta que desde afuera los militares le gritaban que saliera con las manos visibles. “El bebé lloraba y lloraba, yo creo que esa fue la causa por la que ellos no siguieron disparando y que no me incendiaran la casa”, dice Otero.
Pero, una vez que estaba afuera, la muchacha escuchó más detonaciones, presumiendo que fue entonces que “remataron” al hombre que ella aseguró a los militares no conocía.
“No vi porque me apartaron, pero tiempo después escuché más balazos adonde él estaba caído”, relató la joven que ahora se encuentra en otro municipio de Matagalpa, pues teme volver a su hogar.
Con esa versión coincide Misael Mendoza Aráuz, vecino del lugar donde murió Aguinaga, indicando que los militares dispararon primero desde unos cacaotales y, señalando detrás de la casa, comentó que “ahí cayó la reguera de sangre y ya le dio para abajo (hacia el río) y allá lo fueron a rematar”.
Mendoza tampoco cree que hubo enfrentamiento porque dice que desde la casa donde él estaba escuchó detonaciones de bala desde un solo lugar.
El pastor Ramón Jirón García criticó la actuación militar indicando que “en cierto modo tal vez será el trabajo que ellos tienen orientado hacer, pero la masacre que se dio en la casa donde hay personas indefensas no estamos de acuerdo”.
Por su parte, Jorge Guevara, también vecino, dijo que estaba en el caserío de Wanawás cuando supo de lo ocurrido. Pensaron que Jetbenia igualmente había muerto y agrega que el día fue de zozobra porque temían que más tarde hubiera un combate más fuerte y “tuvimos que abandonar la casa”.
Boanerges Otero, padre de Jetbenia, estaba en su casa en otro municipio cuando le avisaron de la balacera “y me desesperé porque decían que mi hija había perecido en el tiroteo. Llegamos a Wanawás y buscamos a un grupo de pastores evangélicos y nos fuimos al lugar, pero no nos dieron lugar de pasar a la casita de mi hija, sino que hasta las 5:00 p.m. me llamaron para que fuera a verla”.
El pastor Jirón García, de la iglesia Bethel de las Asambleas de Dios, dice que “tuvimos noticia de que la esposa del dueño de casa estaba como rehén ahí, no la dejaban salir, entonces decidimos organizar una comisión para ir a pedir a la muchacha”.
Fue difícil durante todo el día, hasta en la tarde que ya vino el papá de la muchacha fue que dejaron que una brigada de civiles del poblado fuera a hablar y hasta entonces le permitieron al papá ver a la muchacha”, relató el pastor.
Boanerges teme que su hija Jetbenia regrese al lugar por eventuales represalias del Ejército hacia el marido de esta. Él tampoco cree la versión militar de que hubo enfrentamiento porque considera que si Aguinaga hubiese estado con armas “se hubiera defendido”.
“Pero él (Aguinaga) por defender la vida de mi hija, prefirió correrse” detrás de la casa y no ir a buscar la pistola que había dejado sobre una bolsa de cemento en un corredor, “de manera que él busca que el objetivo militar no fuera la casa donde corrían peligro mi hija y mi nieto”, consideró Boanerges.
En la comunidad Palancito, de casas dispersas entre fincas ganaderas y productivas de granos básicos, otros vecinos temen hablar. Dicen que fueron “contras” en los ochenta y creen que opinando ganarían represalias militares.
LA OBLIGARON A COCINAR
Jetbenia Otero, quien con su hijo de 11 meses estaban en la casa, relató que una vez que los militares mataron a Enrique Aguinaga entraron a registrar la vivienda, dejando todo desordenado.
La joven señala que de un alhajero se le perdió un anillo de su bachillerato y otro anillo de matrimonio, así como 500 córdobas en efectivo.
Mientras permanecían en el lugar, los militares le exigieron que les preparara café, cerca de las 9:00 a.m., luego, al mediodía, le preguntaron cuántas gallinas tenía, y al responderles que media docena, le pidieron dos. Ella condicionó que ellos mismos las persiguieran y agarraran.
A Jetbenia le tocó hacerles sopa de gallina. Luego le dijeron que cocinara arroz y que le darían unas latas de sardinas. Posteriormente exigieron más café. Al final, incumplieron la promesa de entregar las sardinas.
EJÉRCITO INSISTE EN SU VERSIÓN
El coronel Alcides Garmendia, jefe del sexto Comando Militar Regional del Ejército, negó los señalamientos de los pobladores de Palancito, indicando que “lo que te dije el sábado (30 de abril), eso es, no hay otra posición”.
El mando militar dijo en esa ocasión que una patrulla militar estaba persiguiendo a un grupo de hombres a quienes habían denunciado por abigeato y extorsiones. Calificándolos como “delincuentes”, señaló que los hombres abandonaron el ganado y dispararon contra los militares, por lo que estos respondieron al fuego, matando a uno, mientras los demás escapaban.
“Así fueron las cosas, ahí está el arma en la Policía, incluso creo que había otras evidencias”, aseguró Garmendia telefónicamente este lunes 2 de mayo, sin poder precisar si las prendas extraviadas en la casa de Jetbenia Otero estaban entre esas evidencias.
Contrario a lo que dice la gente del lugar, el mando militar insistió en que “sí fue un enfrentamiento, él iba huyendo, andaban dos o tres más con él, pero los otros se fueron y nosotros estamos allá en la zona, si andamos trabajando siempre”.
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