Edgard Rodríguez C., LA PRENSA, 20 de marzo de 2016

Luego de doce trepidantes asaltos de un duelo sin tregua y mucha incertidumbre, Byron “El Gallito” Rojas se alzó con una victoria novedosa y deslumbrante que permanecerá para siempre en la memoria colectiva de los nicaragüenses.
Sin una exhibición de ribetes artísticos, pero con el fuego y la fuerza necesaria para revertir pronósticos, Rojas se impuso al sudafricano Hekkie Budler y lo despojó del cetro mínimo de la AMB.
Desde que sonó la campana y abrió fuego con su cruzado de izquierda y volado de derecha, quedó claro de que Rojas no andaba de paseo en Sudáfrica.
Fue hasta allá con unas pretensiones grandiosas que ahora ha materializado.Este muchacho, que aún requiere ajustes defensivos y que necesita prolongar y dar variedad a sus combinaciones cuando ataca, tiene sin embargo, la medida exacta de agallas y de coraje, como para alcanzar la cima.
El chavalo del barrio La Chispa, en Matagalpa, fue un monumento a la valentía en Johanesburgo y su faena resultó más imponente por su entrega, que las estatuas que rodean al Palacio de los Emperadores, donde se coronó campeón del mundo.
Su boxeo incisivo, persistente e intenso y su voluntad indoblegable para permanecer dentro de la línea de tiro, llevaron a Rojas a atrapar un triunfo legítimo, en una pelea cuyo resultado pudo irse hacia cualquier lado.
Pero fue más poderosa en la memoria de los jueces, la terquedad de un muchacho que se subió al ring decidido a no bajarse si no era con el título, que ahora enorgullece a su familia, pero que emociona a un país entero.
Rojas fue un culto a la valentía, a la preparación seria y la determinación por alcanzar la meta. Y la logró.
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